Incendiaria en combustión

La posibilidad de una llama

¿Qué necesitas? Una vela y una silla. ¿Qué tipo de silla? Una silla en la que me apetezca estar sentada. Recordó la respuesta de aquella mujer a la pregunta de sobre cuáles eran los elementos imprescindibles para escribir. La cuestión de la silla era más o menos evidente, la de la vela respondía a la presencia de una ausencia, a tener presente la consciencia de la búsqueda.

Se levantó de la silla y encendió aquella vela hasta entonces usada solo en caso de tormenta. Mientras quemaba su último texto, miraba el fuego y pensaba que aquella masa ígnea que siempre le había parecido destructora se volvía poco a poco una fuente de vida y de imágenes. Mirando la llama agonizante recordó aquel pensamiento de La flamme d’une chandelle, de Gaston Bachelard, donde se destacaba la posibilidad de dormir al lado del fuego y la imposibilidad de dormir delante de la llama de una vela. «Delante de una vela se sueña, se imagina». Y buscó otra de aquellas velas olvidadas -y solo usadas en caso de tormenta- para sustituir a la que se había consumido.

La llama es un mundo para la mujer o el hombre en soledad. La llama crea el espacio y hace concreta la soledad. Toda llama tiene la posibilidad de destruirlo todo o de iluminar el mundo. Y mientras las llamas transformaban en nostalgia las páginas de aquellos personajes malogrados de una obra aún sin título, había algo que estaba naciendo.

Y aquella nueva vela vieja y olvidada quemaba alto, cada vez más alto. Quemar alto para estar segura de dar luz es el consejo que debe seguir la vela. Y en esa lucha por la verticalidad, la vela permite soñar despierta a la persona que sueña, que va a soñar a otro lugar, perdiendo su propio ser. Y con la vela iluminando la habitación, mientras las páginas se apagaban con los personajes aún incandescentes, se encontró sobre la mesa de la existencia. La verdadera mesa de la existencia, para quien escribe, no es otra que la del papel en blanco o el espacio vacío: ese desierto en el que se diseña cada proyecto, donde una llega a conocer la existencia máxima.

«Primero escribir, luego pensar»; hizo primero y pensó después. Ya sea al escribir con el lápiz o con el cuerpo, una se coloca ante el vacío, esperando que alguien le acerque o indique una luz que seguir. La llama encendida, en el lugar elegido, además recordarnos el proceso de búsqueda al que decidimos someternos para cubrir una ausencia que intuimos, sirve para evidenciar que también de nosotros depende aportar una luz propia al desierto escogido.


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