¿De qué sexo es la palabra?

Incendiar el discurso

La palabra muerta se huele desde la platea. El hedor de un texto rancio, avejentado, marchito, en bocas confusas que escupen una palabra muerta.

Pero la palabra ¿cómo sobrevive? Sobrevive a través del actor y del acto creador de la escena, de la nueva circunstancia que lo coloca en un tiempo determinado con una gente determinada, ahí estalla la vida, y se dilatan los finales, el texto vuelve a latir, a ensuciarse con el sudor de los cuerpos. Se recupera. Sobrevive cuando es intervenida y vuelve a la vida después de una profunda cirugía. Es tajeada, cosida, ordeñada. El cirujano dramaturgo que la atiende dice que es la única manera de salvarle la vida. Es la misma pero cambiada. No hay otra forma de salvar la palabra, para que pueda volver a escena y estar con los actores, también la podemos dejar dormir como la bella durmiente, pero su misión está con los actores contemporáneos para que el público tambien pueda escucharla a través de ellos y no solamente leerla. Cuando la palabra pasa por el cuerpo adquiere otra realidad, y otro y otros cuerpos ajenos se apoderan de ella.

Poner en llamas sin dañar, como los amores más escandalosos que nos dejan incendiado el corazón, y todas las formas biológicas, ¿cómo se pone en llamas sin dañar?¿Será posible esa utopía?

Incendiar el discurso nos traerá problemas sin duda. Problemas para adentro y para afuera. Pero no hay opción cuando la muerte acecha los textos, ¿qué hacemos?

Desde hace una década intervengo escénicamente textos clásicos. Los mismos como textos siguen intactos, están ahí en los libros, con acceso a quien quiera leerlos. Pero la escena es ninfómana.Siempre pide más, nunca el erotismo cumple con las necesidades escénicas. Ella devora. Y uno, mortal apenas, se hace un hueco y rescata algunas libertades. Entonces, resuelve: está bien, te daré todo, pero te daré lo que conocés en una forma que no conocés. Será la misma obra pero será otra. No sabrás reaccionar desde lo conocido. Deberás hacer presente y abandonar fórmulas.

Desde hace una década he tenido distintas relaciones con los espacios para montar mis espectáculos, al principio me distancié de las salas teatrales y deambulé por espacios alternativos. Sótanos de bar, subsuelo de librerías, espacio de arte contemporáneo también subte, museos, mi propio apartamento, la calle, discotecas, centros educativos de formación. El recorrido se hace de la mano de los textos trabajados.

Un día volví a las salas. Necesitaba ese tiempo. Necesitaba explotar en mi misma,hacer diagnóstico: los otros y yo. Esa convivencia constante, cotidiana, elegir sin ser manipulado, sin perderse en lo establecido. Incendiar el discurso, y luego recoger las cenizas para volver a empezar. Nada de aquello encendido, incendiado se agotará, sólo nosotros, sedientos, agotados, destruyendo lo aprendido. Sin fórmulas para que la pregunta siempre nos acompañe.

Marianella Morena


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