Zona de mutación

Los otros lugares del texto

Pocas instancias de un espectáculo se rigen con mayor poder legalizante que las que ostenta el texto. Cualquiera de ellas ejerce su fulgor legitimante aún antes de ser éste leído o escuchado. Un texto es capaz de hablar aunque sólo fuera por el valor o antecedente de la firma. No pocas de las imposiciones o auto-imposiciones surgidas de las fuerzas y potencias del autor, expresadas por su fama o por los ineludibles efectos del miedo a ‘estar fuera de onda’, han servido para sancionar este sistema de cosas. Donde juegan desde las cuestiones del estilo, las del género, y demás. Algo similar a la colonización de los gustos y criterios que como sistema de captación, se hacen de hecho desde los grandes medios concentrados. En este caso podrá hablarse con propiedad del poder de la marca, y si el texto habla desde ella, pues será creíble, tomado como valedero. Este sobregiro del poder sensible, perceptivo, que el espectador hace a cuenta de poder disponer de una opinión, un presunto pensamiento heredado de él, no hace más que afirmar el propio procedimiento a través del cual se orquesta luego esa manera esperable de pensar. He ahí por qué se dificulta convencer a estas personas de que hay otras maneras de hacerlo, lo que por el contrario no hace sino aferrarlas con más fuerza a un centro único de sentido. Los textos porosos que proveen de la capacidad para inmiscuirse en sus cavernas para hacer de sus vacíos cámaras de reverberancias múltiples y plurales, son desafectados por un andarivel de críticos y custodios que deniegan toda chance de locas polisemias. Que un texto connote la multiplicidad de lecturas, es propicio para que al final no se asegure con rigor una de ellas.

Pero, sin embargo, podrá orquestarse un lenguaje desde el lugar en donde se forman las palabras. Establecer su devaneo y su posibilidad de hilvanar significados diversos. Que algo signifique será asociado a una posibilidad precaria, frágil, casi eventual. Frente al fárrago de la naturaleza, por un capricho metamórfico pueden, por ‘pareidolia’, encontrarse figuras significativas, que incluso, si se trata de nubes, en segundos habrán mutado a diseños alternos que nada sugieren. Ese ‘reconocimiento’ del trance connotador de la figura significativa, es decisivo para discernir que allí hay algo refulgiendo su significado, y depende del lector establecer las condiciones para su recepción y asimilación. Porque puede escucharse o verse con mínima o nula atención o porque muchos estímulos morirán fulminados en el muro electrificado de los prejuicios. La pregunta será ineludible: eso que se ve, ¿estaba en el texto? La política de tener una opinión propia, curiosamente se hace sobre la consagración de un ‘pattern’ omnisciente que las abarca a todas y ante la que los emisores de opiniones particulares no se animan a discordar. En el fondo, la sutil inducción a posiciones, opiniones, funcionales al sistema de digitación de lo que ha de sostenerse, se instaura entre los efluvios atolondrizantes y a favor de un condicionamiento ideológico-conceptual. En rigor, el público se siente en inferioridad de condiciones como para confrontar el imperio de lo legalizado. El ejercicio de los cánones artísticos no es sino a costa de un incalificable saqueo subjetivo, aunque venga refrendado en el principio de la supuesta libertad ejercida por las víctimas. Que la ‘caja mágica’ sea cómplice estructural de tales condicionamientos es lo que retarda la verdadera liberación perceptiva de un arte como el teatral. Hace falta la determinación del espectador para que no les sean sustraídos sus bagajes de reacciones, de acuses de recibo, sus señales de vida. Es que un manipuleo no sólo se concreta a priori, puede ser a posteriori. Asediar la conciencia de quien toma el camino propio en la réplica a un estímulo, puede ser endilgado por múltiples bombardeos ulteriores que escupen: «cómo puedes interpretar eso, que no vale la más mínima atención». «Cómo puedes desentrañar sentido allí donde no tiene por qué haberlo». «Si vas a ver un espectáculo por las estrellas que el crítico del medio le ha puesto, difícil será que te atrevas a contradecirlas».


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