No obedezco
Cada vez que se hace un espectáculo me pregunto, ¿para qué se hizo? Conocer intimamente el deseo original de la acción. Es un deseo perverso. Casi como mirar desde la ventana de enfrente como se acuestan los creadores. Verlos en la cama. Despojados de todo. A solas con sus miserias y bellezas. A solas y entrar. Y sentarnos a conversar en medio de la noche, en medio de la nada. Hablar, aunque seamos perfectos desconocidos que viven en partes del mundo diferentes. Sentarnos a hablar. ¿Cómo , por qué y para qué hacemos teatro hoy?
Cuál sería nuestro rol, nuestra misión. En una sociedad cada vez más espectacularizada. Donde no hay límites entre ficción y realidad. Donde la edición entra cada vez más en nuestras vidas y todo se ficciona, hasta nuestras vidas se ficcionan para ser más elegantes, más divertidas, más «aggiornadas». Aquello de la honestidad o las lealtades ya no corren, la ficción y su séquito de mentiras ha entrado despacito en nuestras rutinas y nos acorrala a diario con la representación. Entonces, volviendo, ¿qué hacemos cuándo hacemos teatro? Cuando creamos escénicamente. Qué se supone que estamos haciendo.
Hoy cumplimos un nuevo rol. Somos los originales. A no olvidarse. Al ver el contrabando diario que hay en el espacio real sobre las diversas formas de montajes escénicos, al ver los discursos que se parecen más a libretos que a verdades, al ver las personalidades que son más personajes que personas, nosotros debemos decir: basta. Los originales somos nosotros. Y volver a lo artesanal. Como hacen las tiendas pequeñas en contraste con lo industrial y masivo.
Nosotros ofrecemos: verdad, honestidad y entrega apasionada. ¿Alguien sabe dónde puede conseguir eso en vivo en otro lugar?
Ver esos actores sudando con un equipaje de tiempos, lugares, estados, y portando preguntas sin respuestas para que los de la platea se lleven esos materiales en el cuerpo y produzcan sentimientos y reflexiones a posteriori. ¿Dónde encontraremos esos cuerpos sin respuesta y sin la arrogancia?
Hoy la dinámica nos enseña que no nos da el tiempo para comprender donde se producen los auténticos cambios.
El teatro produce cambios verdaderos, aunque todavía no lo sepamos.