Otras escenas

Cocción lenta

El proceso de creación de un espectáculo tiene que cerrarse en algún momento. ¿O no? Hace unos días, un artista me comentaba que, según su punto de vista, una vez estrenada una pieza el proceso de cocción continúa. El público participa de la creación modelando con su respuesta todo aquello que sucede en escena. Concluyó diciéndome que en cuanto empieza a ver sus espectáculos terminados, siente la necesidad de empezar de nuevo con un nuevo proyecto.

Cuando hablamos de artes de calle, la labor del auditorio va mucho más allá. La relación que se establece con el público es más compleja. El público no sólo participa del espectáculo en tanto que receptor de un determinado material artístico, si no que muchas veces forma parte activa del mismo.

El artista callejero elabora su discurso teniendo en cuenta un espacio, un horario, unas condiciones meteorológicas y un auditorio concreto. En su caso, el periodo de ensayos empieza cuando puede contar con cada uno de dichos elementos, es decir, una vez ha estrenado la pieza. A diferencia de otro tipo de producción escénica, podemos decir que ésta está lista una vez ha superado una primera temporada. La recepción de la pieza se modela y pule función a función, hasta que el diálogo perseguido a priori se ajusta perfectamente.

Las fronteras entre espectador y creador, no obstante, tienden a borrarse con bastante frecuencia en el mundo de las artes de calle. La participación más o menos directa de la audiencia es una constante en los espectáculos callejeros. Desde la pobre víctima escogida a voluntad de una compañía para completar un número o escena cómica –digamos de paso que se trata de una práctica que me indigna el 99% de las veces, tanto si que se lleva a cabo conmigo en el escenario o no- a las acciones colectivas relacionadas con el Happening o el Flashmob; pasando por las experiencias de trabajo comunitario o de participación ciudadana en proyectos artísticos que buscan conectar con su vecindario.

Una de las compañías que me enseñó hasta qué punto hay que darle una oportunidad a un espectáculo callejero fueron los británicos Bash Street Theatre. Las primeras representaciones de The station que presencié en el Reino Unido en 2008 fueron un verdadero desastre. El espectáculo carecía de ritmo, y la dramaturgia era sosa y blanca como un nabo. Al año siguiente, no obstante, la pieza funcionaba con la precisión de un reloj suizo, al ritmo frenético se le sumaba el sentido del humor que durante la primera temporada asomaba muy tímidamente. Los intérpretes habían adecuado el compás y la energía de su actuación a las dimensiones del espacio escénico que proponían, así como al aforo al que se dirigían.

Lo que les estoy intentando comunicar no tiene nada tiene que ver con el buenismo, ni con la tolerancia o no respecto los materiales escénicos que uno puede experimentar recorriendo el circuito de festivales y ferias que incluyen en su programación artes de calle. Aunque parezca una obviedad, muchas veces se nos olvida qué es un ensayo y qué no, y cómo hay que juzgar una creación en función del momento de su elaboración en el que se nos ofrezca. No pararé de repetirlo: las artes de calle son de cocción lenta y es imprescindible acercarse a ellas a partir de dicha premisa.


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