Exils/Ghost Road/Fabrice Murgia/ XXX Festival de Otoño a Primavera
De la fortaleza Europa al Valle de la Muerte
David Ladra
Tal vez por el afán por renovarse que siente actualmente, con razón, el teatro que se expresa en lengua francesa, la carrera del actor, autor y director belga Fabrice Murgia, nacido en 1983 en la ciudad valona de Verviers, cerca de Lieja, ha sido fulgurante y va camino de convertirse en un nuevo «fenómeno Mouawad» en el ámbito de la escena gala. Conocido ya como actor en el cine, el teatro y la televisión francófonas de su país, Murgia, que se licenció en interpretación en 2006 en el Conservatorio de Lieja, dirige en 2009, a sus veinticinco años de edad, Le chagrín des ogres, una obra teatral sobre el tránsito de la infancia a la adolescencia que, producida por el Teatro Nacional de Bruselas, se presenta en el Festival de Lieja, participando en 2010 en el Festival Impatience que organiza Olivier Py en el teatro Odeón de París y recibiendo allí los premios Odéon-Télérama y del Público. Como artista asociado del Teatro Nacional de Bruselas, estrena en 2011 dos espectáculos: LIFE: RESET/ Chronique d´une ville épuisée, una obra sin palabras en donde la protagonista femenina, interpretada por la actriz Olivia Carrère, nos desvela su quehacer cotidiano, repartido entre un trabajo alienante por el día y unas veladas dedicadas a la construcción de una segunda vida en las redes sociales e Internet; y Dieu est un DJ, una versión muy personal de la obra homónima del autor alemán Falk Richter, consagrada asimismo a esos universos virtuales por los que hoy deambula gran parte de nuestra juventud. En 2012, Fabrice Murgia presenta tres montajes: Exils, que se estrenó en enero en el Teatro Nacional de Bruselas; Les enfants de Jéhova, una obra sobre los testigos de Jehová, a los que pertenecieron en tiempos su padre y otros miembros de su familia, creada en el mes de abril en el Théâtre Vidy-Lausanne; y Ghost-Road que se estrenó en septiembre en Rotterdam junto a la reputada agrupación LOD music theatre. Anotar, además, que también en este año 2012 se produce su encuentro con la obra de Wajdi Mouawad, de quien montará en el Nacional de Bruselas Lettre d´un jeune garçon (qui dans d´autres circonstances aurait été poète mais qui fut poseur de bombes) à sa mère norte depuis peu.
Seis montajes de obras propias, en definitiva, que, en poco menos de cuatro años, han llevado a Fabrice Murgia a lo más alto del escalafón del teatro francófono actual. Y es que el autor y director belga cumple con todos los requisitos para triunfar en este momento en Europa: es joven y con gancho (en 2011 fue elegido «hombre del año» por Le Vif, el suplemento semanal de lifestyle de la revista Walloon News), multicultural, en cuanto hijo de trabajadores inmigrantes (su padre, italiano, instalador de plafones, y su madre, española, peluquera), con un lenguaje muy cercano al mundo de la juventud actual (el del cine, la tele, Internet, las redes sociales, los reality shows, los videojuegos, la música disco, los smartphones…) y, además, comprometido con las causas sociales que le suelen proporcionar el tema principal de sus montajes (la infancia postergada, el trabajo alienante, la inmigración, las sectas, los excluidos…). En resumen, un joven rompedor con pinta de «indignado» que intenta aproximarse al público haciendo un teatro de hoy en día con un estilo propio, reconocible, que atraiga al espectador como un imán. Aparte de lo que pueda impulsar su carrera el estar en la línea de fuego de dos grandes batallas. Una, en su propio país, como representante de un teatro en lengua francesa que, por ahora, no ha llegado a alcanzar ni la vitalidad ni el prestigio que gozan en Europa la danza y el teatro flamencos, con creadores como Jan Fabre, Jan Lauwers, Alain Plattel, Guy Cassiers, Tom Lanoye o Anne Teresa de Keersmaeker, por citar sólo algunos. Y otra, en lo que se refiere al reconocimiento y difusión de dicho teatro valón fuera de Bélgica, siempre relegado en los festivales internacionales por la presencia masiva de sus compatriotas del norte, situación que se verá aliviada, al menos, en el Festival de Aviñón del próximo año con la participación de una trilogía de Murgia, cuya primera parte será precisamente Ghost Road (aunque, para ello, haya tenido que aliarse con una compañía establecida en la flamenca Gante como es Het Muziek LOD).
De las dos obras del autor que ha traído el Festival de Otoño a los Teatros del Canal de Madrid, la primera, Exils, forma parte del proyecto «Ciudades en escena / Cities on stage» que patrocina el programa Cultura de la Comisión Europea y en el que participan seis teatros: el Teatro Nacional de Bruselas, el Odéon / Théâtre de l´Europe de París, Folkteatern de Gotemburgo (Suecia), Teatro Stabile di Napoli, Teatrul National Radu Stanca (Sibiu, Rumania) y el Teatro de la Abadía de Madrid. El fin principal de este proyecto, que se desarrolla de 2011 a 2016, es favorecer la cooperación cultural entre las ciudades europeas al tiempo que invitar a los habitantes de las mismas a reflexionar sobre la convivencia entre los ciudadanos nativos y extranjeros. En este sentido, Exils se plantea darnos a conocer en el limitado espacio de una hora lo que significa ser un exiliado en las grandes urbes de nuestro continente. Murgia se enfrenta a ese desafío de una manera original ya que no sólo se refiere a la exclusión de trabajadores inmigrantes y peticionarios de asilo sino también a ese «exilio interior» en el que se encuentran cada vez más inmersos los propios ciudadanos europeos. De modo que si el personaje de color encarnado por el senegalés El Hadj Abdou Rahmane Ndiaye responde a la perfección al canon de inmigrante subsahariano que vive como puede en nuestras calles, los blancos con los que se codea, interpretados por Jeanne Dandoy, Olivia Carrère y François Sauveur, se sienten igualmente exiliados en su propio país. Ha llegado el momento en el que la muralla que rodea la fortaleza Europa, ese espacio Schengen que nos confina, existe para todos, tanto para los que están dentro como para los que quieren entrar. Todos están enfermos: la auxiliar que trabaja en la fotocopiadora y pierde el pelo, el médico que vive con un sosias de trapo y piensa que está a punto de morir, la joven que cambia de personalidad al vestir su uniforme de policía y, naturalmente, Rahmane que ve, desesperado, como su cuerpo y alma se disuelven fuera de su tierra africana. El retrato tradicional de la inmigración se completa, pues, con el de esa juventud que no termina de encontrar su lugar en un continente arrasado por el capitalismo salvaje, que no tiene trabajo ni futuro y está alienada por un montón de gadgets electrónicos que la relegan a un mundo virtual. Ante esta situación y comparándola con lo que está ocurriendo en el norte de África, en donde la cólera de los jóvenes ha conseguido derribar feroces dictadores a golpe de Twitter y Facebook, Fabrice Murgia saca sus conclusiones: «Me choca esa terrible incapacidad para la revuelta que es propia de toda una generación, la mía, y constituye para mí un poderoso «leitmotiv». Cada cual intenta resistirse pero la sociedad no nos ha dado las armas de la revolución. Mis personajes son, por consiguiente, máquinas que descarrilan, como el sistema en el que viven».
Escénicamente, la cuestión se resuelve entre tinieblas, en una atmósfera neblinosa creada por un telón translúcido que sube y baja continuamente separando, como lo hace un fundido en el cine, las diversas secuencias, más bien «flashes», en los que se divide la obra: una llamada a casa, la oficina, una cena entre amigos, los sueños, la expulsión… y ni una sola gota de esperanza. Todo ello creado por el imponente equipo técnico que acompaña a Murgia en sus trabajos – la compañía Artara – que es capaz de fundir escenografía, decorado, vestuario, iluminación, espacio sonoro, proyecciones y vídeo en un continuo único que convierte la escena en una imagen fiel, una resonancia magnética, de todo lo que piensa el director. El texto se presenta como un elemento más de la función, sin alcanzar un relieve excesivo, a veces impreciso o trivial, otras tal vez demasiado «poético», y siempre funcional. Y los intérpretes, sin grandes alharacas, se integran en el todo con naturalidad. Ello no impide que haya momentos dramáticos relevantes, que destacan por su autenticidad, como cuando comparece Rahmane ante una funcionaria del servicio de inmigración por ver de conseguir la residencia. A medida que va contestando a sus preguntas, el tono de la administrativa va cambiando, siempre sin levantar la voz, desde una condescendencia meliflua a la inflexión conminatoria y chirriante de quien se la va a denegar. Bien le ha cogido Murgia el punto a esta Europa que ahora, como siempre, nos machaca: una vieja ramera que oculta sus vergüenzas bajo el falso oropel de la libertad, la justicia y el respeto de los derechos humanos. Por cierto, que en una nota al programa de mano de Exils, la Comisión incluye este «aviso»: «esta creación refleja solo la visión del autor y la Comisión no se hace responsable del uso que pueda hacerse de la información». Una vez más, Bruselas quiere presentarse como si no tomara partido y ese neoliberalismo económico del que ella es el portaestandarte mundial no fuera más que una serie de medidas técnicas y objetivas y no una ideología criminal. ¡Qué hipocresía!
En la segunda obra que hemos podido ver en el Festival, Ghost Road, Fabrice Murgia abandona la desahuciada Europa y parte para el Nuevo Continente. Le acompañan Dominique Pauwels, compositor residente en LOD music theatre desde 2004, el realizador Benoît Delvaux y una veterana actriz-fetiche del teatro belga en neerlandés, Viviane De Muynck, que colabora habitualmente con la Needcompany del director y coreógrafo Jan Lauwers. Van a la búsqueda de un mundo a punto de desaparecer en Norteamérica, el de los pueblos y ciudades que florecieron en su día a lo largo de la ruta 66 que unía el Este y el Oeste del país. La construcción de una nueva autovía en los ochenta dejó aquellas poblaciones en la ruina y prácticamente desiertas, habitadas tan sólo por gentes solitarias, apartadas del mundo y que hallaron allí un último refugio, la Death Valley. Gentes que a veces viven en condiciones extremas, como los pioneros, pero que sin embargo se encuentran bien allí y han hecho de aquellas soledades su hogar definitivo. La función se desarrolla a dos niveles. El primero es primordialmente literario y artístico, alternando los textos que dice la De Muynck con su maestría habitual con las arias operísticas que canta, al límite de sus facultades vocales, Jacqueline Van Quaille. Puro «théâtre de qualité» al estilo francés, con mucho texto y escaso contenido. Es a su segundo nivel, el puramente documental, cuando empieza a remontar la obra. Porque los corazones solitarios con los que llega a hablar Viviane De Muynck, además de reflejar en sus curtidos rostros toda su arriscada andadura vital, se expresan a corazón abierto ante la inquisidora cámara de Delvaux. Y vienen a decirnos lo mismo: que están solos pero que son felices fuera del «american way of life». Y que no desean de ninguna manera que nadie venga a rescatarlos.
De modo que el propósito inicial se da la vuelta. Lo que era un documental antropológico para registrar cómo viven los excluidos de la sociedad del bienestar, se convierte en un viaje iniciático, en una posible solución para escapar del consumismo y recuperar nuestro ser propio. Tal vez así termine Europa o, al menos, los países del Sur como el nuestro – más mediterráneo que europeo – bien porque sus habitantes reflexionen y prefieran el estar bien al bienestar, o bien – lo más probable – porque la incompetencia y corrupción de sus respectivos gobernantes los hunda definitivamente en el barro y tengan que vivir en la miseria. La pieza se estrenó el 20 de septiembre de 2012 en el Rotterdamse Schouwburg de los Países Bajos y, junto con una segunda parte rodada en el desierto chileno de Atacama y otra tercera en el área afectada de la central nuclear de Fukushima, se exhibirá el año que viene en el Festival de Aviñón de Olivier Py.
Título: Exils – Texto y dirección: Fabrice Murgia – Artara – Intérpretes: Jeanne Dandoy, Olivia Carrère, El Hadji Abdou Rahmane Ndiaye, François Sauveur – Escenografía: Vincent Lemaire – Diseño de iluminación: Xavier Lauwers – Música y diseño de sonido: Yannick Franck & Laurent Plubmans – Diseño de vídeo: Jean-François Ravagnan, Giacinto Caponio – Producción: Théâtre National – Bruxelles – Teatros del Canal, Sala Verde, del 17 al 19 de mayo
Título: Ghost Road – Autor y director: Fabrice Murgia – Instalación musical y de audio: Dominique Pauwels – Colaboración artística: Joe Verbist – Intérprete: Viviane De Muynck – Cantante: Jacqueline Van Quaille – Director de cine: Benoît Dervaux – Vídeo: Giacinto Caponio y Benoît Dervaux – Diseño de Iluminación: Giacinto Caponio – Producción: LOD music theatre y Artara – Teatros del Canal, Sala Verde, del 23 al 25 de mayo