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Arte dramático

El arte dramático es el arte de la acción, según atestigua su propia etimología e historia.

El arte dramático no es el arte de la palabra, al arte de la palabra se le denomina literatura.

La acción es el movimiento que expresa un deseo. El deseo, la necesidad, el querer, generan la ACCIÓN.

La acción es la expresión dinámica de un deseo. Y ese deseo puede articularse a través de una mirada, de un gesto, de un HACER.

Bien es cierto que el «hacer» puede ser verbal. Un acto de habla, una acción verbal a través de la que se produce una aproximación, un avance, hacia el objeto del deseo.

Los actos locutivos (construír un significado), los actos ilocutivos (hacer al decir) y los actos perlocutivos (provocar un efecto en quien nos dirigimos o a quien dirigimos la acción verbal) de la Speech Act Theory, no son los que configuran o dan sentido en el arte dramático. El sentido radica en la aproximación y/o en la concreción del deseo o de los deseos en pugna.

Ahí una acción gestual, una acción cinética, una acción objetual, una acción lumínica, una acción sonora… pueden desarrollar esa aproximación y erigirse en la expresión dinámica del deseo que las funda, sin necesidad de una sola palabra.

Es cierto que, en sus coincidencias entre la acción cotidiana («real») y la acción dramática (artificial, ARTE, ficción), se da una conjunción de códigos simultáneos puestos en movimiento hacia el deseo.

Para acercarnos al deseo, en la vida cotidiana, utilizamos simultaneamente la palabra más el gesto más el movimiento y nos ayudamos de objetos (el ramo de flores, la navaja…)

Pero hay acciones que es imposible realizar con palabras (se pueden describir una vez sucedidas, pero no se pueden acometer). No podemos dar un beso o una patada con palabras (por lo menos en sentido «literal»). No podemos hacer el amor o matar con palabras. Regalar unas flores es una acción que expresa un deseo y en la cual las palabras pueden resultar totalmente accesorias y sobrantes. No podemos abrazar o proteger con palabras.

Hay deseos importantísimos en nuestras vidas que necesitan la implicación del cuerpo en emoción, y no tanto la intervención verbal.

La coincidencia entre el arte de la acción y el arte de la palabra se da en la «literatura dramática». Ese tesoro de textos que sueñan ser teatro y VERSE (re)presentados y activados sobre un escenario.

Más allá del arte dramático que se realiza como símil de la realidad, desde lo VEROSÍMIL (donde VERO sería lo real, lo cotidiano, y el SÍMIL sería su imitación, lo semejante) están aquellas obras dramáticas o postdramáticas y aquellos espectáculos cuya acción expresa un deseo o unos deseos fuera de esa lógica cotidiana o realista. Esos deseos cuyas pulsiones heterodoxas van más allá de la organización gerárquica de una historia o fábula (sujeto, verbo y complementos), más allá de la palabra y la frase, que organiza y acota el significado.

Podemos prescindir de la palabra para hacer teatro, pero no podemos prescindir del deseo. Y, por supuesto, no podemos prescindir de la dramaturgia: el oficio de componer acciones y crear sus propios mecanismos de coherencia y sentido.

(Alrededor de este tema también giran los artículos titulados «EL DESEO Y LA LLAMA» y «LOGOCENTRISMO», publicados con anterioridad en Artezblai.)


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