Críticas de espectáculos

El Asno de oro/ Lucio Apuleyo/El Brujo

Entre el tedio y la diversión

EL 59 Festival de Teatro Clásico de Mérida sigue «monologando». Ahora con el estreno de «El asno de oro», que no es un texto «que no se ha representado nunca bajo ninguna forma», como ha dicho «El Brujo» en el programa de mano y, también, la organización del Festival en su presentación en los medios informativos. Aclaro, que el Teatro Romano de Sagunto acogió en abril de 2008 una representación de esta novela clásica, montada por del Grupo de Teatro y Música del Complejo Educativo de Cheste (Valencia), con más de 40 actores (y la música de toda una orquesta en directo). La recreación dramática –que está publicada- fue realizada por Francisco Tejedo, profesor/investigador de teatro en la educación.

«El asno de oro», novela de Lucio Apuleyo -basada en historias de otro libro de origen heleno perdido-, es uno de los más puros y bellos textos latinos de todo occidente, feliz mezcla de relatos eróticos, historias fantásticas, secuencias de acción y reflexiones religiosas que reproducen admirablemente a la sociedad del siglo II de Nuestra Era. La trama es sencilla: Lucio, noble romano de visita en una lejana ciudad, es transformado en burro por el error de una amante, la fogosa hechicera Fotis. A partir de aquí, Lucio deberá pasar muchas peripecias y somantas en manos de sus distintos amos –conociendo las vergüenzas, miserias e injusticias del género humano- antes de recobrar su forma de hombre por medio de un antídoto de rosas. La fábula tiene una moraleja: el hombre que se deja llevar por la curiosidad y los bajos instintos pierde su naturaleza humana y sólo mediante la misericordia de la diosa madre, a través de las rosas que simbolizan las virtudes del alma, puede llegar a redimirse.

La versión teatral de Rafael Álvarez «El Brujo» sobre esta conocida novela, que supuso el preludio de la picaresca, comparte varias semejanzas, en su contenido y forma, con la magnifica adaptación por Fernán Gómez de «El lazarillo de Tormes», que forma parte -desde hace 20 años- de los monólogos teatrales que  lleva «El Brujo» en su repertorio. Tanto en una como en otra se recrean las diferentes épocas en lo que se refiere a los ambientes y localizaciones, con la función de dar vida a los personajes y hacerlos comprensibles en la actualidad. En la versión de «El asno de oro», que resulta poco estricta en algunos argumentos de la novela de Apuleyo, se transmite desde la sabiduría popular un tema principal que subyace a lo largo de toda la obra: la decadencia política y el reconocimiento de crisis generalizada (de injusticia y de degradación), reflejando irónicamente el momento que vivimos.

El Brujo, dramaturgo/director/actor, interpreta el monólogo desdoblándose en los distintos personajes que van surgiendo a lo largo del relato, expresándose con la fluidez y soltura característica del gran histrión, de ese fenómeno teatral que es con sus técnicas de transmisión oral y sus «brujerías»: declamando, cantando, bailando, distanciando, interactuando, haciendo las delicias del público, en la mayoría de ocasiones fuera de las reglas y medidas teatrales.

Sin embargo, no logra el engranaje calibrado en el tiempo para que el espectáculo sea redondo (como en «El lazarillo de Tormes»). Por la sobrecarga retórica que acusa la versión y las improvisaciones. Máxime, en la primera parte con las aventuras insulsas de Lucio junto a Sócrates y Aristómenes que duran más de hora y media (creo que sobra la mitad). El actor se dispersa confiriendo a las rapsodias tal festín de esplendores cómicos, poéticos, filosóficos y literarios injertados de guiños cómplices, chistes, guasas, bromas que hacen para muchos que la representación pese, sobre todo para quienes han visto lo mismo en otras de sus producciones: ese arsenal de recursos que, a fuerza de ser muy fieles a si mismos, huelen ya a estereotipo. En fin, esos extravíos del actor, de ambigua ceremonia parateatral, que culminan siempre con la exhibición superficial del arte del histrión y producen tedio en ese espectador más predispuesto a un mejor goce teatral de los clásicos, que aguanta el incómodo asiento de piedra con amable paciencia.

Tengo que destacar la música y efectos de sonido en directo –de Daniel Suárez (percusión), Julián Martínez (saxo barítono) y Javier Alejano (violín y teclado)- acompañando con precisión las acciones del actor.

José Manuel Villafaina

El espectáculo es una coproducción del Festival y Producciones Bakty.


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