De Grecia el Teatro

Encontrar nuevas formas teatrales

En un país en el que la televisión pública todavía emite en negro; en el que los neonazis están aprovechando de la falta de educación, del desencanto y de la indignación popular para aumentar sus números en las encuestas e imponer una agenda fascista al gobierno de coalición griego; en el que las nuevas estrategias geopolíticas por parte de los países poderosos se traducen en visitas oficiales de sus presidentes o ministros cada dos por tres, con tal de tutelar el gobierno griego e favorecer sus intereses; en el que la «democracia» funciona en estado de emergencia permanente y con decretos leyes; en este país, por muy raro que esto parezca, hay gente que sigue soñando, que sigue resistiendo, o que sigue haciendo lo que es la combinación de estas dos cosas: ¡sigue haciendo teatro!

Pero, ¿cómo se hace teatro en un país cada vez más machacado por una crisis que ha dejado desde hace mucho tiempo de ser solo económica, y se ha convertido también en política y social? ¿Cómo esta crisis le afecta a la gente de teatro y qué hace para sobrevivir toda esta gente?

Hace un mes, se publicó en el periódico francés «L’ Humanité», una entrevista a una de las directoras de escena jóvenes más prometedoras de Grecia, intitulada «Estamos obligados a encontrar nuevas formas teatrales» (si quieren leer toda la entrevista en francés, miren este enlace: http://www.humanite.fr/tribunes/lilly-meleme-nous-sommes-obliges-de-trouver-de-nou-544282). Creo que dicha entrevista, aparte de dar a conocer en el extranjero a una voz teatral griega muy innovadora, descifra hasta cierto punto el enigma de cómo se hace teatro en la Grecia de hoy en día. La directora en cuestión es Lili Melemé y su trayectoria es asombradora, a pesar de su edad.

Así pues, Lili Melemé, actriz y directora, ha colaborado con algunos pesos pesados del teatro griego, como Stacis Livacinós (véase también en la misma columna «http://www.artezblai.com/artezblai/el-ano-de-las-epopeyas-griegas.html»), Kostas Tsianos, Lidía Koniordu etc. En los últimos años, se dedica más a la dirección, pero sin dejar de ser actriz. El abanico de obras de las que le gusta apoderarse y poner en escena es muy amplio. Así pues, desde 2004 hasta la fecha ha dirigido desde Molière (el Tartufo, 2006-2007), Chéjov (El monje negro, 2004-2005), Strindberg (El Padre 2012-2013), y Gogol (El Revisor, 2013) hasta Mark Ravenhill (Shoot/Get Treasure/Repeat, 2009-2010), Karoline Leach (The Mysterious Mr. Love, 2010) y los españoles Esteve Soler (Contra el progreso, 2010) y Helena Tornero (De música y de hombres, 2011). Pero su relación con el teatro español contemporáneo no se acaba aquí. En 2012, dirigió la lectura dramatizada de la obra «Llueve en Barcelona» de Pau Miró, mientras que de cara a la temporada que viene, está preparando otra obra española, que todavía no se ha anunciado oficialmente.

Vayamos, pues, al grano: ¿cómo se hace teatro en el contexto actual de «crisis»? ¿Cómo sobrevive y trabaja un director de teatro en la Grecia de un número de nuevos pobres cada vez más grande, del paro que se prevé superar el 28% de la población activa y entre los jóvenes el 60%, de una desolación cada vez más aguda, de un creciente número de ciudadanos viviendo por debajo del umbral de la pobreza? ¿La gente sigue yendo al teatro, tal como están las cosas? La respuesta de Melemé a todas estas preguntas no se presta para equívocos: «Hay dos tipos de públicos: los asiduos, los que yo llamaría «teatrófilos», que van al teatro a ver una obra y los que van a ver una revista, un espectáculo. Los teatrófilos no son menos numerosos que antes. Lo que pasa es que van menos al teatro. O sea, que en vez de ir a 10 o 15 montajes, van solo a 5 o 6, cosa que se resiente en taquilla.» Y en la pregunta de cómo todo esto afecta a la producción misma, a la selección de las obras que se van a montar, Lili Melemé responde: «ya no se pueden hacer representaciones con más de tres o cuatro personas, porqué sino el coste se eleva demasiado, así que no se puede hacer una obra clásica, un Molière o un Shakespeare, come hacíamos antes.» Y a continuación, añade: «Estamos obligados a encontrar nuevas formas teatrales que cuesten menos. Todo eso obliga al director a inventar nuevas formas de creación de la obra clásica. Una de las consecuencias es que nuestra imaginación es más aguda para poder seguir montando clásicos. Y eso hace crecer el teatro alternativo. No queremos estar siempre quejándonos de la crisis. Eso es demasiado fácil. Hay que intentar ver el lado positivo. En Grecia, ir al teatro es, más que un lujo, una necesidad, por eso la gente sigue yendo al teatro. Y eso constituye una razón más por la que no hemos de abandonar nuestro principal objetivo, es decir trabajar con más tenacidad y más imaginación.» Y luego ejemplifica: «A partir de ahora, para montar una gran obra clásica, tenemos que hacerlo con menos comediantes, tres o cuatro actores solo. Recuerdo la época en la que montamos el Tartufo de Molière, con trece actores en el escenario… ¡Esta época está ya pasada! Hoy en día, muy pocas compañías pueden permitirse el lujo de montar una obra con tantos actores. Y cuando lo hacen, exigen que haya grandes nombres en el cartel. Eso no es nada fácil para una compañía pequeña.»

¿Pero se puede, en este contexto, seguir creando? ¿Y si es que sí, cómo se organizan los actores para conseguirlo? ¿Cómo sobreviven? A estas preguntas, Melemé se muestra realista: «los convenios colectivos fueron suprimidos en todos los sectores de la economía griega, el teatral incluido. Eso, cómo no, afecta también a los ingresos de los comediantes, sobre todo los jóvenes que no pueden negociar su participación en un montaje. Por si fuera poco, durante los ensayos, a la mayoría de los actores no se les paga, lo que hace que su día a día sea extremadamente difícil, ya que un actor, cuando actúa, está entregado a su trabajo, no puede hacer otros trabajos para sobrevivir.»

¿Y los directores, cómo se adaptan a esta nueva realidad? «Hemos cambiado el tipo de propuestas. Ahora son más realistas, más realizables. Pero hay también un lado positivo en todo eso. Ahora reina menos la lógica de cada cual a lo suyo. Empezamos a compartir experiencias. Lo más importante en esta crisis es la necesidad de colaborar, de compartir experiencias e ideas con otros colegas. La crisis nos obliga a salirnos de la regla, a inventar otras cosas, a ser más creativos y más inventivos. Hace tres años, montamos una obra en colaboración entre cuatro directores, una obra en seis actos en la que cada uno montó un acto y algunos dos. En esa representación, nos valimos de bidés reciclados para que se sentara el público, utilizamos basura de los contenedores para ponerla en escena (N. del E.: la obra en cuestión es Contra el progreso, del dramaturgo español Esteve Soler). Eso nos brindó la oportunidad de hablar de los problemas que afrontamos, artísticos, económicos… Y el público lo entiende todo eso, porqué esa es la realidad que viven ellos también en su día a día, guardando las distancias. En la temporada pasada, en la obra que monté, la producción no tenía fondos para el vestuario. Entonces, lo que hicimos fue traer cada uno ropa que teníamos en casa. El público puede entender esta manera de hacer, esta falta de lujo.»

Lili Melemé, utiliza la metáfora de Gogol, quien compara el teatro con el espejo de la realidad. Este espejo, puede ampliar las cosas, pero también deformarlas. Y luego viene con un proverbio ruso: «si te ves feo en un espejo, no eches la culpa al espejo, es que eres feo.» Y en el mundo tan feo en el que vivimos, ¡más nos vale seguir soñando, más nos vale seguir haciendo teatro!


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