El Hurgón

De vuelta a los ancestros

En algunas oportunidades hemos manifestado nuestra opinión, a través de esta columna, sobre lo que hemos decidido sintonizar con la habilidad del ser humano para sopesar las condiciones que lo rodean y ser capaz de detener su último paso hacia el abismo, por algo que la propia naturaleza ha creado dentro de su condición, como una alerta, para evitar su conversión en un ente errático, en el caso del que nos ocuparemos, como consecuencia de la sustracción de las condiciones fundamentales para establecer la comunicación.

Acerca de los vaivenes de los elementos sobre los cuales se desliza toda comunicación, y su incidencia en la disolución social se han estado abriendo muchos foros en los últimos veinte años, a algunos de los cuales hemos asistido, y en los que según nuestra percepción, ha abundado el lamento y escaseado el raciocinio, porque se trata en ellos a quienes han perdido cohesión social, como incapaces para comprender las razones por la cuales les está sucediendo esto, y se les disculpa por no activar la búsqueda de mecanismos que les permita impedirlo, bajo el argumento de que son víctimas de la influencia externa.

La percepción del tema de la disolución social y la pérdida de identidad como algo que sucede debido a la injerencia de factores externos, ha terminado reduciendo el tema a una simple relación entre víctima y victimario, y todos los foros abiertos para discutirlo siempre terminan en buenos propósitos cuya función es hacer catarsis.

Existe por eso una cierta tendencia de quien es víctima, de descargar toda la responsabilidad en el victimario, y emplear, como argumento principal para sustentar sus acusaciones, el lamento.

En muchos de estos espacios, fundamentalmente en aquellos en donde se toca el tema de las comunidades raizales de América, la conmiseración ha impedido entrar en materia y aclarar las responsabilidades, pues tal como afirmó uno de los expositores en el simposio del cual haremos una mención en el párrafo final, el colonialismo no sólo viene de afuera, sino que, debido a las luchas por el poder, también se genera en el interior de las mismas comunidades.

El problema no podemos reducirlo a una simple influencia ejercida desde afuera, o desde adentro mismo, porque debemos considerar en el estudio del mismo las condiciones que cada comunidad posee para mantener bien tensado el hilo conductor que lleva a su cohesión social y a la protección de su identidad cultural, pues si bien es cierto que la influencia de otros factores, cuyo accionar va acompañado de diferentes formas de hacer presión, generan división, también es bien cierto que sin la presencia de apoyos internos dichos factores externos difícilmente podrán avanzar.

Asistimos, la semana pasada, en Ecuador, a un evento denominado ENCUENTRO INTERNACIONAL DE EXPERIENCIAS DEL PATRIMONIO RURAL, organizado por la dirección metropolitana de creatividad, memoria y patrimonio de la Secretaría de Cultura de Quito, en alianza con el Ipanc, un organismo del Convenio Andrés Bello, y la universidad Andina Simón Bolívar, cuyo objetivo fundamental consistió en poner sobre la mesa temas que llevaran a los participantes a entender las razones por las cuales se ha ido adelgazando el hilo conductor de la cohesión social e incrementando el gradual olvido de los ancestros, tan fundamentales para sortear con éxito el ingreso de las influencias externas, y en dicho foro tuvimos la impresión esperanzadora de que por vez primera se habla de la responsabilidad del penetrado, porque existe dentro de él un elemento cuya existencia no ha querido reconocer y que no es otro que la división que produce la colonización interior, como consecuencia de la lucha por el poder.


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