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Observación e introspección. Cuaderno d’Avignon 13

El teatro como submarino para hacer una inmersión en los ámbitos de la psicología y del comportamiento humano es una de las artes mejor dotadas. La intangible materia humana se activa encima del escenario de una manera experiencial y directa que nos conmueve.

El teatro como laboratorio de las emociones, en su dimensión cognitiva, también ocupó una buena parte de la programación del 67 Festival d’Avignon, con propuestas innovadoras y reveladoras al respecto.

KATIE MITCHELL Y LA SCHAUSPIEL KÖLN CON «REISE DURCH DIE NACHT» (67 Festival d’Avignon. Gymnase du Lycée Aubanel. 21/07/13)

REISE DURCH DIE NACHT (Viaje a través de la noche) es una adaptación de la novela homónima de Friederike Mayröcker, realizada por Katie Mitchell, junto a Duncan Macmillan y Lyndsey Turner. Un trabajo escénico dirigido por Mitchell que, como en anteriores espectáculos, incluye en su concepción estética las artes multimedia y el cine, de la mano del videasta Leo Warner.

En una onda muy semejante a la de su impresionante KRISTIN, NACH FRAÜLEN JULIE (Cristina, a partir de la Señorita Julia) de Strindberg, con la Schaubüne de Berlín, que pudimos ver en el 65 Festival d’Avignon 2011 (y de la que podéis consultar el análisis en la Revista Galega de Teatro Nº 68, otoño 2011, que se puede adquirir en www.libreriayorick.com), las herramientas cinematográficas le sirven a la directora británica para aproximarnos a las más sutiles y mínimas expresiones del comportamiento de los personajes, procurándonos la posibilidad de penetrar en su intimidad de manera sobrecogedora.

La renuncia a la línea narrativa de una historia sigue marcando la poética teatral de Katie Mitchell, más interesada por indagar en la psicología y en las relaciones humanas a través de los comportamientos.

La unidad narrativa se desplaza de una linealidad de sucesos, tal cual señala la ortodoxia aristotélica, para centrarse en los más mínimos detalles del comportamiento de un personaje.

En este REISE DURCH DIE NACHT asistimos a los intentos de una mujer por reconstituir los recuerdos olvidados a raíz de la muerte de su padre.

La protagonista, acompañada por su marido, viaja en tren durante toda la noche, desde París a Viena, para acudir al entierro del padre. En ese viaje intenta escribir el discurso que pronunciará en el sepelio, entonces se despiertan en su mente ráfagas de recuerdos traumáticos incompletos y desasosegantes.

Katie Mitchell nos acerca, a través del dispositivo escénico y del cinematográfico, a las múltiples sutilezas e inflexiones de la interpretación actoral.

El empleo de la filmación en directo con varias cámaras le permite multiplicar los puntos de vista y las perspectivas, aumentando la complejidad y la profundización psicológica.

La actriz protagonista actúa mientras otra actriz le hace la voz en off. Se configura así un monólogo interior en el que el flujo de conciencia se refleja tanto o más en los pequeños gestos, en el temblor de las manos o en las inflexiones casi infinitas de la mirada, proyectadas en primerísimo plano sobre unas pantallas superiores, que en los pensamientos emitidos verbalmente. Aunque, en muchos momentos, la palabra sea de una densidad poética excepcional y estremecedora.

Katie Mitchell afirma que en una gran sala de teatro es imposible percibir todos los detalles del juego de los actores, muchas veces obligados a amplificar ostensiblemente sus gestos y su voz. Utilizar la cámara es una manera de preservar el juego detallado y próximo de la vida y asegurar que le llegue a cada espectador/a.

La escenografía de Alex Eales reproduce los compartimentos de un tren. En cada uno se van disponiendo los platós de la actuación y de la filmación. Las paredes externas de los vagones suben y dejan al descubierto todo el interior del compartimento, en otras ocasiones la acción se contempla a través de las ventanas.

A la observación directa, sin mediación alguna, de la acción dramática ejecutada por las actrices y actores sobre el escenario, se suma el trabajo real del equipo de técnicos de cámara e iluminación, que se mueven en el escenario componiendo y descomponiendo los sets. A toda esta efervescencia de movimiento milimetrado y fluido hay que añadir las imágenes que se proyectan en las pantallas superiores, con la mediación fílmica, para ofrecernos una verdadera plétora de estímulos visuales.

Los técnicos que manejan cámaras, focos, ventiladores y atrezo, comparten con los actores y actrices el juego escénico. Tanto el trabajo de unos como el de los otros muestra su realidad y precisión sin necesidad de ponderar ni subrayar nada.

El viaje en tren, de noche, desde París a Viena, es un viaje interior que se nos abre y en el que descubrimos como un hecho traumático, tan común como la muerte de alguien próximo, puede trastocar nuestra conciencia y activar procesos mentales inauditos.

REISE DURCH DIE NACHT nos presenta la disección de los sentimientos del personaje principal para generar una experiencia sensible.

Katie Mitchell dice que la biología le apasiona, así como la manera en la que las emociones se graban en el cuerpo. «Para mí, en la vida, los acontecimientos más importantes son minúsculos, como una mirada que se fija, en el tiempo de una fracción de segundo, hacia la persona amada. En un instante se abre un abismo simplemente a causa de esa mirada huidiza que revela una mentira, una traición, la pérdida del amor. Es ese detalle, muy complicado de mostrar en escena, lo que la cámara puede captar.»

Al mismo tiempo, parece que aquello que desea abrir en este espectáculo es la constatación de que resulta muy difícil huir de la soledad y del aislamiento a los que nos abocan nuestros propios pensamientos y procesos mentales. La conciencia nos aísla y nos impide compartir nuestras más hondas inquietudes. Nadie se puede poner en nuestro lugar.

PHILIPPE QUESNE Y VIVARIUM STUDIO CON «SWAMP CLUB» (67 Festival d’Avignon. Salle de Spectacle de Vedène. 21/07/13)

El dispositivo escenográfico de SWAMP CLUB es un espectáculo en sí mismo: un lago con juncos y nenúfares ocupa una gran parte del escenario. Encima del lago, a la izquierda, un amplio habitáculo de cristal, un estudio. A la derecha, una rampa pronunciada asciende a una especie de terraza que da hacia el fondo oscuro de la escena. Por debajo de la terraza hay una cueva o pasadizo. Encima de la entrada de la cueva y también dentro del habitáculo de vidrio hay dos pantallas de leds en las que discurren textos. En la pantalla externa que está encima de la cueva vemos información sobre elementos referidos a la residencia artística que es este «SWAMP CLUB». En la pantalla que hay dentro del habitáculo acristalado se proyecta una leyenda o historia mítica.

Las actrices y actores visten con ropa casual de hoy en día, pero llevan unos capuchones que les hacen parecer de una congregación.

Dentro del estudio hay un cuarteto de cuerda tocando Schubert, mientras los actores encapuchados reciben a otros que llegan con sus mochilas para instalarse en esta comunidad del SWAMP CLUB.

Un trabajo coral de actores y actrices que no interpretan personajes sino que ejecutan tareas y actividades dentro de ese contexto escenográfico. Nosotros, el público, los observamos como si estuviésemos ante un terrario fijándonos en el comportamiento de aquellos seres allí instalados.

De repente tiene lugar alguna aparición inesperada, como la del topo gigante que se asoma exhausto por la cueva. Los residentes le ayudan a erguirse y lo llevan dentro de la casa para que repose en una tumbona y se reponga.

El estudio acristalado se llena de vapor, como una sauna. Entonces los residentes se ponen albornoz blanco y descansan.

Una niebla densa envuelve el paisaje escénico dándole una atmósfera onírica. Una especie de melancolía inunda, por veces, ese enclave o refugio de artistas.

Surge la iniciativa de explorar la cueva y encuentran pepitas de oro gigantes. Comentan que les pueden servir para financiar sus proyectos artísticos.

Las actividades que se van desarrollando en esta residencia del lago no están sujetas a ningún tipo de previsibilidad, en tanto no se anclan en una historia o fábula determinada. Se trata de actividades que van surgiendo y evolucionando porque en el grupo a alguien se le ocurre plantearlas.

La comunidad residente actúa sin ostentaciones teatralizantes, sin una gestualidad estilizada, sino dentro de una aparente cotidianidad, solo rota por algunas actividades extemporáneas y la aparición de figuras fantásticas, como la figura de Guillermo Tell o el topo gigante que salió de la cueva.

Al final trasladan la vegetación y los animales disecados del lago al interior del estudio acristalado, como si se tratase de un Arca de Noé.

El espectáculo acaba así, con la evacuación de la residencia ante la amenaza de un proyecto urbanístico que va a acabar con ese centro de arte . Los efectos sonoros electrónicos y los ojos rojos intermitentes de las aves en la oscuridad del pantano marcan el final, mientras las/os residentes, el topo y Guillermo Tell desaparecen por el pasadizo de la cueva.

El público observa el escenario como quien mira dentro de un terrario en el que analiza a la especie humana en todo su misterio y atractivo. Nuestra percepción se ve turbada por una naturalidad que, sin embargo, raya el teatro simbolista y genera múltiples correspondencias. Las acciones son simples, los objetos parecen corrientes, pero su utilización responde a finalidades muy diferentes a las que estamos habituados.

ANTOINE DEFOORT Y HALORY GOERGER CON «GERMINAL» (67 Festival d’Avignon. Théâtre Benoît-XII. 23/07/13)

Tres chicos y una chica, en un escenario vacío y desde la oscuridad, comienzan a jugar con la luz, probando a crear una especie de código lumínico a base de apagar, encender y modular las intensidades. De la abstracción del código lumínico pasan a comunicarse con palabras escritas que aparecen proyectadas en el fondo del escenario traduciendo sus pensamientos.

Los cuatro nos van descubriendo la convención al mismo tiempo que ellos mismos la aprehenden: manipulando cada uno su mesa de mezclas, primero generaban un código lumínico, ahora un código verbal. El quid está en darse cuenta a quién pertenece cada uno de los textos proyectados en la pared del fondo.

Ondine, la chica, descubre una zona del suelo que suena mucho al pisarla. Va a buscar un pico y cava en las tablas del escenario, con gran estruendo, hasta hacer un agujero del que extrae, tirando de un cable, un micrófono.

El grupo se reúne ante el hallazgo y prueban a soplar en el micrófono. Esto les gusta. Del soplo pasan, jugando, al sonido inarticulado y finalmente encuentran la palabra.

Cuando los cuatro tienen la palabra, entonces comienza el diálogo.

El tono lúdico de la (re)invención del mundo pasa por varias fases, como la de categorizar y organizar los hallazgos, cobrar conciencia de sí mismos y del grupo, así como de las posibilidades de crear una nueva realidad interactiva.

Hurgando en el agujero del suelo, uno de los chicos encuentra una guitarra eléctrica y comienza a hacer música. La música contagia al grupo que, de hablar, pasa a dialogar cantando. El espectáculo de los descubrimientos y (re)invenciones adquiere tintes de comedia musical.

El escenario desnudo se revela como un lugar en el que se pueden encontrar dispositivos y objetos que propician la evolución de sucesos en los que la curiosidad y la capacidad para sorprenderse dan paso a la empatía y al humor.

GERMINAL vuelve novedoso y divertido lo que ya conocemos al redescubrírnoslo a través de un juego en el que la sencillez, la ingenuidad y la mirada limpia, parecen ser las claves del crecimiento.

Sus autores señalan que «GERMINAL es un espectáculo de artistas plásticos. Trabajamos a partir de un dispositivo escénico restrictivo, o sea un escenario desnudo, típicamente teatral, en el cual se inscribe el fenómeno de evolución. Lo que nosotros inventamos en este espacio es, primeramente, un lenguaje para comunicarse y un sistema de juego. […] El espectáculo quería hablar de la formación y de la evolución posible de una comunidad. Quien dice comunidad dice comunicación, negociación, poder […]»

La descripción de los espectáculos anteriores pone de relieve que la observación, la mirada hacia fuera , hacia otras/os, facilita nuestra introspección, incluso nuestra propiocepción.

A través de la observación el conocimiento.

Y el teatro, en este sentido, es una de las artes más estimulantes.


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