Jeroglífico
En la última peli de Batman, el inspector John Blake dice que a los inspectores no se les permite creer en las casualidades. Casualidades entendidas como guiños del destino que se dejan pasar, por ser precisamente eso: casualidades. Blake decide que el hecho de encontrar a un hombre en un lugar concreto después de haberle visto en la Bolsa no es mera coincidencia y, así, da un paso clave en la película para salvar a la ciudad de Gotham de un destino cruel y apocalíptico.
En su último libro, «La ridícula idea de no volver a verte», Rosa Montero habla de muchas cosas, entre ellas, de las casualidades alucinantes que ocurren cuando uno se dedica a la literatura. Pone ejemplos bellos sucedidos en primera persona, relacionados con el proceso de la escritura. Como cuando aparece de la nada la solución a un bloqueo: danza ante tus ojos la palabra exacta que necesitabas para seguir escribiendo cuando abres un grueso libro al azar antes de dormir con la intención de distraerte, precisamente, del problema de sequía.
Habitualmente, estos pequeños milagros creativos suelen tener un eco enorme en la piel de quien está inmerso en un proceso artístico y los vive en primera persona, pero pierden fuelle y brillo cuando se expresan hacia fuera. Y, sin embargo, haberlos, hay-los. Suelen aparecer en los momentos y lugares más inesperados: un mail que llega de madrugada con una canción perfecta que redondea el sentido de lo que estamos pariendo, la foto escondida entre las páginas de un libro, una imagen que encontramos repetida allá donde vamos…los caminos de la creación son inescrutables y las señales que vamos encontrando a lo largo del recorrido arrojan cierta luz al sendero que vamos construyendo.
Acontecimientos sincrónicos se llaman aquellos fenómenos que se dan cuando nuestra vivencia interior halla una respuesta inmediata en el mundo exterior. Como estar sentado en una roca pensando en tu amor y que caiga una hoja de árbol a tus pies con el nombre de la persona amada. O estar pensando en alguien y que justo ese alguien llame por teléfono. Son instantes maravillosos preñados de misterio amable. Pero, ¡ojo! hay que tener cuidado. Dudar siempre, decía el filósofo. No hay nada más peligroso que creer a pies juntillas. Parece ser que eso es lo que ocurre con la locura. Que te lo crees. Y, entonces, ves señales por todas partes.
Quizás, haya señales por todas partes. Quizás, la realidad habla constantemente. Quizás, estamos inmersos en un jeroglífico que aun no hemos aprendido a descifrar y estas casualidades no sean más que pequeñas palabras o frases que logramos traducir sin entender el mapa entero. Quizás, los llamados «locos» sean personas que han tocado esa otra realidad despejada y se han metido un puñado de ella en la boca y no han sido capaces de soportarla, de procesarla, de equilibrarla o integrarla en este otro mundo-jeroglífico en el que vivimos los mortales.
Por supuesto que para los que no nacemos con la hiper-sensibilidad de serie, existen medios que nos ayudan a pasar al otro lado. Hay puentes, puertas y ventanas. La absenta, por ejemplo, es un remedio amable, en su justa medida, que deja una estela de varios días en los que la realidad habla de otra manera. El Peyote, por ejemplo, debe de ser heavy metal. La escritora Isabel Allende lo utilizó en su duelo por la pérdida de su hija Paula.
¿Y el arte señoras y señores? ¿Qué me dicen del arte? El arte es, sin duda, (y aquí se me ve el plumero) otra puerta grande. Esa es la razón por la que resulta más fácil advertir esos guiños maravilloso de la existencia cuando uno está entregado a un proceso creativo.