Otras escenas

Cara de agosto

Se te planta en la cara, tontamente, como una sonrisa cándida. Es un gesto que nace de un sentimiento agitado, que se asoma irremisiblemente como la espuma de una cerveza servida a toda prisa. Lo provocan las noches estrelladas de agosto y las muchas celebraciones que las habitan.

La reunión familiar, el reencuentro con los amigos, la camisa recién planchada y el aire fresco que precede la entrada del mes de septiembre. Esta es sin duda la mejor época del año para las celebraciones populares.

Las calles son un mar de gentes. Las pastelerías están llenas. Los niños, vestidos de domingo, cruzan las calles zigzagueando, como si quisieran coser una acera con otra, mientras los padres hablan unos con otros.

El olor a pólvora quemada es agradable, y el ruido atronador que viene y va evoca otros tiempos, cuando cabezudos y gigantes eran todavía más grandes y entretenidos.

Las diferentes generaciones que componen el tejido social han tomado la geografía local. Se reparten en secciones. Charangas, bandas, agrupaciones folklóricas, cuadrillas de diablos, todos tienen divisiones infantiles, juveniles o adultas. El pasacalle es un río de muchos afluentes que recorre la ciudad para ir a desembocar a la plaza mayor, donde la celebración llega a su clímax. El pasado y el futuro se desbordan en forma de catálogo de tradiciones. Madres, padres e hijos, primos y vecinos, aplauden a madres, padres e hijos, primos y vecinos. Por una noche, las cámaras fotográficas ganan a los teléfonos móviles: hay que asegurar una buena foto, esta sí va a saltar de las redes sociales al marco del comedor. Y es que está todo el mundo, desfila todo el mundo.

Con la estela de la pirotecnia lanzada colgando de algún rincón del ángulo de visión, ocupado en parte por una intensa humareda, las camarillas se reagrupan y la celebración continúa en forma de comilona en terrazas, balcones, miradores o tejados.

Picoteo, mucho dulce y cava helado. Alguien desconocido se ha colado en casa pero da igual, cuántos más seamos, más nos reiremos. La cena marcha veloz porqué la fiesta continúa a pocos metros.

En Agosto, el tiempo se va de copas con las pandillas y las noches nunca terminan. Uno sale de casa por la mañana y no sabe cuando regresará, ni con quién.

A la cara que se te pone esos días, algunos la llaman de bobo. Y seguramente tendrán razón. Pero yo no puedo hacer otra cosa que entregarme a las noches de fiesta mayor y olvidarme de todo a ritmo de una buena percusión.


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