El gesto justo
A nivel expresivo, en nuestra interacción cotidiana, la necesidad se vuelve virtud para producir los movimientos, los gestos, las posturas, las entonaciones… adecuados a nuestro ímpetu comunicativo. Pese a los malentendidos y a las interferencias generadas por el uso de la palabra, las inflexiones de la mirada, el tono energético muscular del cuerpo y su presencia dinámica ofrecen el contrapunto certero y más elocuente. Es más fácil mentir con la palabra que engañar con el cuerpo. Éste siempre delata nuestros estados emocionales, refleja nuestros deseos y miedos, proyecta nuestras filias y fobias.
El cuerpo, en su integridad, incluyendo la cualidad vocal, vibra en el entorno en el que se encuentra inmerso. Se adapta, se acomoda, se amolda, o ejerce la actitud exacta para modificar el contexto.
Quizás los únicos momentos en los que detectamos anomalías expresivas en nuestro movimiento corporal es cuando nos vemos con poses y gestos en fotografías o grabaciones audiovisuales. En esos momentos de espectacularización de la vida cotidiana, bajo la voluntad de registrar situaciones que consideramos excepcionales. Fotos de instantes maravillosos con nuestras amistades y seres queridos, celebraciones, fiestas… escenas especiales cuya imagen deseamos conservar no sólo en nuestra memoria para poder compartirlas y recordarlas mejor. Las fotos y las grabaciones audiovisuales como testigos indelebles e incorruptibles de momentos gloriosos, pero efímeros.
Sin embargo, en muchas ocasiones, cuando miramos esas imágenes nos vemos raros, como falseados. Nos descubrimos en gestos y actitudes con los que no nos identificamos. No nos gustamos: «ese no soy yo». Nos vemos acartonados, con un semblante ortopédico. Y esta anomalía expresiva se agrava cuando se detecta en una actriz o en un actor encima de un escenario, porque el teatro es el arte de la acción y el movimiento, antes que el de la palabra.
En el teatro la cuestión de la justicia expresiva es fundamental. A este respecto, Heinrich von Kleist, en sus escritos, a partir de la observación de marionetas y bailarines, se interrogaba a cerca de la mesura del gesto apropiado a cada momento. En sus conclusiones, en base a esa observación, señala que un movimiento es justo en relación a su centro de gravedad, cuando se desprende de toda afectación que lo desvíe de su trayectoria natural. De esta manera, Kleist, contrapone afectación a justeza.
Cualquier motivación exterior a ese centro, como puede ser la veleidad de aparentar algo, el deseo de gustar o una conciencia de la mirada del otro, de la otra, que falsea la dirección del gesto, le hace desviarse y lo estropea. En resumen, el desplazamiento de su centro de gravedad por la psicología y la intención acaba por velar el movimiento.
Kleist descubrió en las marionetas la manifestación de la gracia en el gesto porque los muñecos están exentos de afectación y psicología.
La gracia en el movimiento es un asunto central para la bailarina, el bailarín, la actriz, el actor, en su trabajo, y por qué no, también para la persona en su interacción cotidiana. ¿No es acaso esta gracia singular la que nos hace guapas/os más allá de los cánones de las modas de cada época y cultura?