El Hurgón

Invitado internacional

Jugamos mucho con la apariencia simbólica de las palabras, y solemos abusar de la semántica, para forzar nuevos significados, cuando queremos dar relieve a lo que hacemos, sin entrar a analizar el daño que le provocamos al lenguaje con estas desviaciones, y sin averiguar de qué manera influirá éste, más adelante, en la percepción de aquellos a quienes nos dirigimos con nuestro trabajo y cuya atención deseamos mantener por siempre.

Nos quejamos con frecuencia de la ausencia de público en los espectáculos que convidan a pensar, y es posible que dicha ausencia obedezca en buena parte a la forma como diseñamos el derrotero para promover nuestras actividades, y en el cual solemos ubicar el deseo de sorprender por encima del interés de establecer una relación coherente con el espectador, y por lo cual el lenguaje que utilizamos no responde a realidades, sino a exigencias de impacto impuestas por las nuevas formas de evaluar el trabajo.

Es posible que cuando nos comunicamos con alguien nuestra preocupación no sea averiguar hasta dónde estamos siendo claros en la emisión del mensaje, o si con el mismo estamos confundiendo a aquellos con quienes pretendemos establecer una comunicación coherente, durante la cual no solo se nos entienda sino que lo dicho por nosotros tenga un soporte en la realidad y por ello sea verificable, y sea esa la razón por la cual no seamos cuidadosos al momento de escribir o de decir.

Esto ocurre con frecuencia, porque forma parte de la estrategia educativa, adiestrar, habituar e instruir, para invalidar todo intento de análisis, y es la razón por la cual el lenguaje nos sirve más como vehículo de intermediación que de comunicación.

Por eso resulta fácil imponer neologismos, aunque carezcan de lógica para nombrar las cosas, porque la tendencia gregaria nos lleva a convertir en digno de confiabilidad todo cuanto adquiere aspecto de aceptación masiva.

Existen muchos ejemplos que podrían ayudarnos a ilustrar lo antes dicho, pero nos interesa en este momento hacer énfasis en una denominación que, a nuestro juicio se ha convertido en un elemento para sugerir la importancia anticipada de un hecho, y es la expresión internacional.

Es usual que en muchos programas de acontecimientos a los cuales acuden participantes de otros países, se nombre a éstos con el apelativo de invitados internacionales, un calificativo que no alcanzamos a entender si se emplea para magnificar la presencia de quien viene de fuera, o dar la impresión de que se trata de alguien que anda de un lugar a otro haciendo su trabajo, y que por ello está lleno de experiencias con las cuales vendrá a enriquecer conceptualmente el evento al cual ha sido invitado, porque la expresión internacional, sugiere experiencia, conocimiento, trascendencia y éxito.

Pero, ¿qué significa la palabra internacional? ¿Responde su significado a las expectativas de integración y de compartición de saberes que tiene todo acontecimiento, o se emplea solo para causar impacto y darle al hecho una importancia previa?

Quizás sea esto último cuanto mueve a muchos de quienes hacen eventos, a escribir en los programas la expresión «invitados internacionales», porque están obedeciendo a una de las exigencias de la contemporaneidad cual es darle al impacto un valor superior al de la evaluación de la consecuencia social del hecho.

Nombrar por nombrar tiene consecuencias, y una de ellas es la ruptura que con el tiempo se produce entre actor y espectador.


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