Estado incoativo
Por definición se da en llamar incoativo a una acción suspendida donde la detención lo que hace no es otra cosa que sugerir la prosecución de la acción consumando la tendencia insinuada. Cabe preguntar, antes que nada, si no es que toda acción se nutre de esta potencialidad-consumación asociando a un mismo proceso a lo que parece acción en sí misma como aquello que augura desatarla. Las investigaciones fotográficas de Muybridge deconstruyen estos imposibles instantes, hasta que se incrustan en el seno mismo del ojo del observador que ve el movimiento, y en él, lo que antecede como lo que sucede simultaneizado. Si la capacidad para tal completamiento reside en el propio objeto o es la subjetividad del receptor quien lo realiza no es tan significativo como que entre lo virtual y lo concreto fluye un magma con poder unitivo capaz de unir en un sistema a-causal la certeza de estímulos con poder de generar recepción en un destinatario, en un decisor capaz de particularizar a su gusto, lo que sigue a lo que ve insinuado. Esto es, lo incoativo es algo que va en vías de consumarse, pero que aún así, ni siquiera prevé la particularidad innúmera de cada sensibilidad donde dichas potencias esbozadas van a consumarse en mil diferentes maneras. Lo incoativo, por esto mismo, siempre es un incoativo potenciado. Lo que puede verse no es sino el adelanto de lo que continuará próximamente. Pareciera que este tipo de implementación o solución apuesta a la generación de un deseo. Y ya después «éste, según dice Guattari, sólo puede ser vivido en vectores de singularización». Una tendencia, una marcha. Un gran ejemplo histórico es ‘El Discóbolo’ de Mirón de Eleuteras. Del cuerpo y posición del atleta puede deducirse el futuro, cuando ya ha arrojado el implemento. Esto que valoramos en calidad de estado, que aún así pareciera componerse sustancialmente por lo que no es todavía, i.e., un no-estado, inunda este aspecto del acto creativo de posibilidades reflexivas respecto a su plasmación como recurso asiduo en el campo de las artes. Esto no es para decir que el arte deba definirse necesariamente por esa transitividad casi inatrapable que lo sindica como lo que puede llegar a ser. Esto podría entenderse como una acción implícita de una obra, la que aún interrupta se manifiesta como movimiento, como promesa de consumación, como agente activo y activador del psiquismo del observador. La cosa está siendo (sin serlo plenamente) lo que va a ser próximamente. Este querer que ocurra, o contabilizar la capacidad de completar lo incompleto que reside en el espectador o receptor, pareciera ser el tónico adecuado a la continuidad, a la solución imaginaria. Una invitación, además, a la participación del receptor que es quien resuelve tal virtualidad. La promesa de consumación puede residir en un elemento visible o en el mero acicate que la presencia de las materias primas de cualquier trabajo artístico impone. Pero está también esa otra instancia de lo infinito, que hace pensar en otra virtualidad, que lo que se formaliza de una forma pudo haberse hecho de miles de otras formas alternas. Entonces la enloquecedora pregunta, ¿por qué finalmente así? Como dice Gombrowicz en «Cosmos»: dar un paso en vez de cualquier otro, anula millones, infinitos registros de realidad alternativos detrás de esa decisión. Por lo cual es improbable saber con acabado fundamento cómo se recorre un camino que sólo se hace al andar, aunque no menos valorable es tener la entereza para despejar el inabarcable infinito en marchas decididas.