Críticas de espectáculos

Fausto I + II/Nicolas Stemann/LXVII FESTIVAL DE AVIÑÓN

 

Ocho horas y media con Goethe y Nicolas Stemann

 

Nacido en Hamburgo en 1968, Nicolas Stemann parece haber heredado de aquel año de los Mayos europeos y americanos el germen de su rebeldía y su espíritu revolucionario. Tras estudiar dirección de escena en el seminario Max-Reinhard de Viena y el Instituto del Teatro, la Música y el Cine de su ciudad natal, Stemann se da a conocer en 2002 en la Schauspiel de Hannover con una versión particularmente despojada de Hamlet que le abre la puerta de los grandes teatros de habla alemana como el Burgtheater de Viena, el Deutsches Theater de Berlín o el Thalia Theater de Hamburgo. Director de las últimas obras de Elfriede Jelinek – Das Werk (El trabajo) en 2003, Babel en 2005 o Über Tiere (Sobre los animales) ese mismo año – será la puesta en escena del Ulrike Mary Stuart de la premio Nobel austríaca la que, en 2007, le introducirá definitivamente en el Thalia.

Allí estrenará un año más tarde su aclamado montaje de Los Bandidos de Schiller y presentará en 2009 una nueva pieza de Elfriede Jelinek, Los contratos del comerciante, una comedia económica, tras su estreno en la Shauspiel de Colonia. Y será también con esta última obra con la que hará su deslumbrante aparición el año pasado en Aviñón, dándose a conocer así en la parte meridional del continente. El éxito alcanzado con tan subversiva versión de los males económicos y financieros que afligen actualmente a Europa instó a Hortense Archambault y Vincent Baudriller a inaugurar La FabricA, el centro de ensayos, representaciones y acogida de artistas que han legado a la ciudad de Aviñón en su último año como directores del Festival, con uno de los más recientes y polémicos montajes de Stemann, el Fausto I + II que expone, en versión «íntegra», una lectura insólita de la obra cumbre de Johan Wolfgang von Goethe.

Como es sabido, la primera parte del Fausto se publicó en 1808 y la pieza se estrenó con gran éxito en Brunswick en 1829. Aunque conocida desde la alta Edad Media y admirablemente llevada a las tablas por Marlowe dos siglos antes, la historia del doctor Fausto, el diablo Mefistófeles y la desdichada Margarita no se convierte en un mito universal moderno, como lo es el de Don Juan, hasta que Goethe da a la imprenta esta primera parte. Pero, como la de su personaje principal, la ambición del docto polígrafo de Weimar iba mucho más lejos. Su objetivo final, una vez presentado el «microcosmos» del doctor, su ansia por recuperar el vigor erótico de la juventud y llegar a ser omnisciente, no se acaba en el «lifting» corporal y espiritual que lleva consigo el contrato firmado con Mefisto sino que la pretensión última del autor es acompañar a su criatura en ese salto mortal al «macrocosmos», ese mundo exterior inextricable en el que ciencia, política y economía configuran el entorno ecológico de la especie. Y es que, arrancada ya la era industrial y exacerbados los conflictos sociales que van con ella, Goethe se nos presenta como un precursor que, al describir con perspicacia los desarreglos de su época, se convierte en lúcido profeta de las desventuras de la nuestra. A esa tarea de escrutinio mental, político y social que habría de constituir la segunda parte de su Fausto le consagró el autor el resto de su vida; tanto es así que acabó de escribirla un año antes de su fallecimiento en 1832, año en el que fue publicada ya con carácter póstumo.

Tal vez una sucinta exposición de los cinco actos que la constituyen dé una idea al lector tanto de la complejidad y modernidad de su trama como de las dificultades con las que se encontró Goethe para compendiar en su obra magna las líneas principales del pensamiento de su tiempo. En el primer acto, Fausto y Mefistófeles llegan al corazón del Imperio, corroído por la codicia, el desorden moral y la corrupción aunque al Emperador le preocupe tan sólo la ruina del erario público. Mefisto le aconseja crear un papel-moneda que venga avalado por las supuestas riquezas del subsuelo, sugerencia que el Emperador pone en práctica con el beneplácito de sus súbditos que, de la noche a la mañana, se ven nadando en la abundancia. Un último deseo del monarca es ver, aunque sea en efigie, a la pareja más bella de la Historia, Helena y Paris, pretensión que se convierte en realidad de inmediato dada la competencia de Mefisto en las artes de magia. Fausto cae fascinado ante la belleza de Helena. El segundo acto se abre con el regreso de Fausto y Mefistófeles al antiguo estudio del doctor, ocupado ahora por Wagner, su anterior asistente, que ha creado un hombre artificial, el Homunculus, no se sabe muy bien si un cyborg o un robot, que va a conducirles en un vuelo hasta la noche de Walpurgis, todo un aquelarre «new age» donde se encontrarán con figuras y monstruos venidos de la Antigüedad clásica. En el tercer acto, Mefistófeles salva a Helena de la ira de Menelao y la transporta al castillo medieval en el que ahora reside el doctor Fausto que, por fin, cumple con su deseo de poseerla. Pero en su afán de llegar más alto cada vez, el hijo de ambos, Euforion, se precipita al suelo como Ícaro y Helena muere de dolor.

Intentando superar su pesadumbre, Fausto pasa a la acción en tiempos muy propicios para ella: la burbuja económica montada por Mefisto acaba de estallar y el dinero en billetes, dilapidado en gastos suntuarios y otra s actividades no productivas, no vale nada o ya ha sido afanado por los dueños del capital. Como una consecuencia natural, la guerra entre naciones da comienzo y tanto Fausto como Mefistófeles se ofrecen al Emperador de mercenarios, seguros de vencer al adversario, como así hacen, al frente de legiones de demonios. Una vez derrotado el enemigo externo, los fusiles se vuelven, como suele ocurrir, contra el interno: ese hatajo de obreros revolucionarios e intelectuales andrajosos que, sin el más mínimo pudor, se manifiestan por las calles dando gritos antes de ser pasados por las armas. Llegado el quinto y último acto, Fausto se ha convertido en un terrateniente inmensamente rico que expande sin cesar sus posesiones robándole terreno al mar. Para ello, un enjambre de obreros trabaja noche y día en la construcción de diques y espigones. Ya ciego y de avanzada edad, Fausto desea construir un emporio en el que sus pobladores sean tan libres y felices como se siente él en ese momento, que querría convertir en eterno. Pero esa reconciliación con su destino es, según el contrato firmado con Mefisto, la propia condición de su muerte. Creyendo que el fragor de picos y palas que está oyendo corresponde al final de los trabajos, Fausto llega hasta el borde de la fosa que le ha preparado su antiguo compañero y se desploma. Arrebatándole de las garras del demonio, un coro de ángeles eleva su alma al cielo en el que Margarita está esperándole.

Ni que decir tiene que la anterior reseña no intenta reflejar, ni por asomo, el profundo sentido de una obra tan proteica como el Fausto de Goethe. Se limita a señalar «lo que pasa» en la misma y está muy influenciada por lo contemplado en Aviñón. Pero basta con revisar dicho resumen para caer en la cuenta de que la «anécdota» de esta segunda parte tiene mucho que ver, si no es lo mismo, con lo que ocurre en el mundo actual. Será sobre esa sucesión de acontecimientos sobre la que Goethe construirá su particular visión del mundo como un espacio de confrontación en el que se miden, siempre arbitradas por la Naturaleza, la razón, el sentimiento y la voluntad del ser humano para hacer de él un hombre libre o no. El caso es que, aunque dialogada y repartida en actos, esta segunda parte tiene más de poema lírico que de drama y nunca fue puesta en escena hasta que en plena guerra mundial, en 1938, fuera representada íntegra por primera vez en el Goetheanum, la sede mundial de la Sociedad Antroposófica en la ciudad de Dornach en Suiza. De las contadas representaciones completas del Fausto que se han llevado a cabo hasta la fecha, la que más se recuerda por su repercusión mediática fue la que dirigió Peter Stein, con Bruno Ganz en el papel de Fausto, los días 22 y 23 de junio del 2000 con ocasión de la Expo de Hannover. Su duración se extendió 21 horas.

A ocho y media la ha resumido Nicolas Stemann en su versión, que fue estrenada en el Thalia Theater de Hamburgo, en coproducción con el Festival de Salzburgo, el 30 de septiembre de 2011. Naturalmente, no se trata de una exposición «íntegra» del texto, como se ha llegado a decir, pero sí de la trama que se acaba de resumir más arriba. Como el propio director explica al comenzar la representación, hay dos razones para obrar así: la primera, anecdótica, poner en la picota las 21 horas del montaje de Stein, quien publicitó por todas partes que su versión sí que era la completa; y la segunda, fundamental, es que Stemann ha querido quedarse, como se dijo antes, con todo lo que, particularmente en Fausto II, se refiere a la actualidad de nuestro tiempo: el hedonismo, la crisis financiera, las nuevas tecnologías, la guerra cibernética, el terrorismo, la represión y hasta esa permanente utopía de la gente que piensa que un día vivirá mejor. Todo ello entreverado con la Historia y los Mitos de la Humanidad que le permiten al director alemán seguir de carrerilla el método de Goethe: no hablar nunca explícitamente de ideas o de sentimientos sino plasmarlos en imágenes a lo largo de la representación. En realidad, y tal como ya ocurría en Los contratos del comerciante, se trata de un verdadero «show» en el que se conjugan el canto, la música, la danza, la plástica, el vídeo y las marionetas del teatro Helmi de Berlín a un ritmo que, cumplidamente, se podría llamar «infernal». Con el equipo técnico discretamente situado en él, el escenario se convierte en un plató multidisciplinar en el que todo sucede a la vez. De ahí que, a pesar de la aparición del director en las pausas intentando explicar lo que viene a continuación, asimilarlo todo es imposible y cada espectador se ve obligado a escoger el encuadre que más le interesa o la instantánea que más le choca. De modo que las interpretaciones son múltiples. Así, cuando Mefistófeles llega a Esparta a rescatar a Helena en forma de una monstruosa Gorgona, tiene que atravesar una inmensa pared hecha de chapas de metal. El efecto de luz y de sonido es escalofriante de por sí, pero al crítico de l´Humanité le recuerda, cómo no, el telón de acero. Y así pasa con todo: el público se crea su propia función. Y es que estamos, como ha dicho la crítica oficial con mala baba, en pleno «estilo postdramático» como si dicho calificativo fuera sólo un «estilo» o una manera de hacer y no una forma de entender el teatro como un espacio de libertad y responsabilidad para el espectador.

De las ocho horas y media de representación, las tres primeras desarrollan el Fausto I, que se vino a llamar «la obra bien hecha». Como puede imaginar el lector, nada queda en pie de esas «hechuras» tras pasar por las manos de Nicolas Stemann. No es que el director dinamite la obra, como lo hace a conciencia en el Fausto II; al contrario, sigue al pie de la letra el relato – la historia de Gretchen/Margarita – imaginado por el autor. Pero lo convierte en tres monólogos, uno por personaje, en los que se difuminan sus caracteres hasta el punto de preguntarse el público: ¿quién es quién? Manteniendo un contacto físico permanente, la relación entre Mefistófeles y Fausto adquiere visos de homosexualidad y la lubricidad de Margarita no sólo excita al profesor sino que también tienta al demonio. Gracias a la excepcionalidad de sus actores – Philipp Hochmair, Sebastian Rudolph y Patrycia Ziolkowska – el resultado de este juego, que nos recuerda el Cuarteto de Heiner Müller, nos lleva más allá de los límites del teatro al tiempo que presenta una nueva y plausible interpretación del texto de Goethe: los tres personajes serían uno solo, el ser humano dividido en sus tres componentes: cuerpo, espíritu y esa razón tercera que une a ambos que es la psique, el alma para los creyentes y el flujo neuronal para los demás (tal vez para contrarrestar la irrupción de tanta metafísica, Stemann introduce aquí una puesta en escena delirante de la secuencia de la cueva de Auerbach: la taberna se convierte en una gran discoteca ultramoderna en la que él mismo toca el saxofón). En lo referente a esta primera parte, todas las opiniones confluyen, tanto las de la crítica independiente como las de la crítica oficial: una verdadera obra de arte.

Cuando el espectáculo se acaba, es como una gran pérdida para el espectador. Por él, bien podría seguir horas enteras y superar el récord de Peter Stein. No se ha aburrido ni por un momento. Y no sólo por la genialidad del texto de Goethe sino, también y mucho, por la exuberante imaginación del director que nos da una visión del universo no exenta de ironía y humor (esos muñecos-ángeles que llevan el alma del doctor, exhibiendo unos miembros de tamaño colosal…).

David Ladra

Título: Faust I + II – Autor: Johann Wolfgang von Goethe – Director: Nicolas Stemann – Dramaturgia: Benjamin von Blomberg – Intérpretes: (Faust I) Philipp Hochmair, Sebastian Rudolph, Patrycia Ziolkowska; (Faust II) los mismos más Barbara Nüsse, Josef Ostendorf, Franz Rogowski y Birte Schnöink – Escenografía: Thomas Dreissigacker, Nicolas Stemann – Música: Thomas Kürstner, Sebastian Vogel – Luz: Paulus Vogt – Vídeo: Claudia Lehman – Cámara en escena: Eike Zuleeg – Vestuario: Marysol del Castillo – Marionetas: Felix y Florian Loycke – Coreografía: Franz Rogowski – Producción: Thalia Theater, Hamburgo – Coproducción: Festival de Salzburgo – La FabricA, 11, 13 y 14 de Julio de 2013


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