La caída de los muros
Y hablamos de muros,
De muros que nos remiten a lugares remotos y lejanos, de muros que no harán temblar nuestros cimientos hasta que no rodeen las puertas de nuestras casas.
De muros que rodean las casas de otros, las tapias de otros cementerios, de muros construidos con las piedras que habrán salido de nuestros vientres.
Y hablamos de muros,
De muros económicos, imposibles de escalar, que asfixian progresiva y agónicamente a una sociedad que se queda sin aire.
De muros invisibles, de muros construidos de prejuicios, de imágenes, de ideas, de silencio.
Y hablamos de muros,
De los muros de la desmemoria histórica.
De los muros radiactivos, de las pruebas nucleares, de los desastres ecológicos.
Y hablamos de muros,
De los muros de la vergüenza, como el de Berlín, como el de Cisjordania, como el muro invisible del Sahara, como tantos otros muros y tapias de cementerios.
Y hablamos de los muros que separan, de los muros que aprisionan, de las murallas personales que nos comprimen y nos dan forma, aunque puede que el alma se nos escape, liberada, como dice Chantal Maillard en uno de sus escritos, fuera del muralla, «hacia arriba, expulsada por la presión de las piedras».
Hay muros que cruzan generaciones, y los hay muros del instante, del dolor, del desarraigo y la incomprensión.
Hay muros dentro y fuera de nosotros, visibles o invisibles, pero siempre hechos de la misma materia: el miedo.
Y hablamos de la caída y de la construcción de esos muros, de muros como el de Berlín que al caer constituyó algo más que un símbolo.
Y de una fecha, 1989, en la cual se produjo un cambio dramático, no solo histórico y político, sino social y cultural, en sociedades, como la polaca, en la cual el teatro pasó de ser un símbolo de resistencia para convertirse en un producto de consumo.
Y me pregunto, cuándo empezaron a caer nuestros muros, y si lo hicieron, o si nunca terminaron de hacerlo, y si podemos ponerles una fecha de caída, con el inicio de la transición española, o si esa fecha está todavía por llegar, y me pregunto, si somos un producto, o un símbolo de resistencia, o ambos, o ninguno. Y me pregunto, si con esta prefabricada crisis, que nos está comiendo las entrañas, habrá llegado el momento, finalmente, de tirar todos los muros.
Dicen que el teatro, en algunos países de centro Europa, perdió su norte cuando cayó el muro de Berlín, y que estuvo buscando su lugar en el mundo durante años, encontrándolo en Polonia entre otros, de la mano de Krystian Lupa, y me pregunto, dónde estamos nosotros.
Y me pregunto, si el teatro no anunciará con trompetas la caída de esos muros, o si en lugar de realizarlo a golpe de címbalo y timbal, no lo estará haciendo ya, poco a poco, de manera silenciosa y subversiva, en el escenario, con sus picos y palas escénicos, para que esos muros caigan con estruendo infinito, y nos dejen ver lo que hay al otro lado, a los que hay al otro lado.
El teatro como lugar de resistencia, tras el telón de acero, tras los telones de seda del mundo capitalista tejidos con silencios y oropeles.
Un teatro a veces íntimo, que a falta de espacios institucionales, se realiza en casas particulares, de Madrid, Bilbao o Barcelona, buscando un lugar donde poder compartir lo que a veces institucionalmente no se puede, por falta de espacio o de voz pública, un teatro en casa, como el polaco, que durante los años de la ley marcial, tenía lugar durante simuladas fiestas de cumpleaños, para evitar ser detenidos por una eventual intervención de la policía. Un teatro en espacios auto gestionados, como el Pabellón 6 de Bilbao, que luchan por crear un tejido teatral en la sociedad. Un teatro que crea tejido social y que lucha.
Quizás a través del teatro, haya llegado el momento de revisar los muros, visibles o invisibles que nos rodean, los construidos por otros o por nosotros mismos, esos muros que poco a poco se erigen en paisaje cotidiano, haciéndonos olvidar de su existencia. El teatro es la medida de la salud de una sociedad. Y me pregunto qué estamos haciendo, si derribando o construyendo muros, derribando, lo sé, porque hay mucha gente tirando de pico y pala en el mundo del teatro, derribando muros y construyendo realidades.