Fábulas sobre motivación y creatividad
El psicólogo Karl Duncker vivió obsesionado por lo que llamó la «fijación funcional», un bloqueo mental que se produce en la resolución de problemas cuando nos obsesionamos en que lo objetos solo pueden utilizarse con el fin para el que fueron concebidos. De la misma manera que los escritores escriben historias para dar a conocer sus ideas y hacerlas comprensibles, los científicos diseñan experimentos con la misma intención. En el fondo, algunos experimentos no son sino fabulas científicas con moraleja incluida. Como no podía ser de otra manera, Duncker diseñó un experimento para que aquello de la «fijación funcional» adquiriese un sentido llano e inmediato.
El experimento de Duncker consiste en plantear el siguiente problema: hay que situar una vela encendida pegada a la pared, sin que la cera que se va derritiendo caiga sobre la mesa que está debajo. Para ello disponemos, sobre la mesa, de una vela, una caja con chinchetas y unas cerillas. Si tienen tiempo y los elementos a mano, pruébenlo ahora y vuelvan más tarde. (…). ¿Qué tal les fue? Si no tienen tiempo, no me queda más remedio que desvelarles la solución: la única manera de alcanzar el objetivo es utilizar la caja de las chinchetas como soporte de la vela, de manera que con una chincheta se adhiere la caja a la pared, y sobre la caja se sitúa la vela encienda con una cerilla. Toda la cera de la vela caerá sobre la caja. Para llegar a esta resolución hay que entender que la caja puede ser no solo el contendor de las chinchetas, sino el soporte que permite sujetar la vela junto a la pared. Es decir, es necesario romper con la «fijación funcional» y utilizar uno de los objetos con un fin distinto al que fue diseñado. La creatividad y el arte viven permanentemente en esta rebeldía.
Esta fábula científica de la vela y el pensamiento creativo tuvo una segunda parte a cargo de otro psicólogo, Sam Glucksberg, que realizó un nuevo experimento a partir de ella. Tomó dos grupos de personas y les retó con el problema de Duncker. A los del primer grupo les dijo que el objetivo era medir el tiempo medio en que cada individuo tardaba en resolverlo. Al los del segundo, sin embargo, les puso uno recompensa económica: el 25% de los participantes que lo resolviesen más rápido, se llevarían 5 dólares, y el más rápido, 20 dólares. ¿Se imaginan que pasó? Pues piensen al revés y acertarán: el grupo que no estaba incentivado con dinero resolvió el problema una media de tres minutos y medio más rápido.
Pensarán que fue casualidad; que el ser humano se rige por una regla de tres inamovible, según la cual rinde a medida que se le recompensa. Pero resulta que la versión del experimento de la vela de Glucksberg se ha repetido infinidad de veces con el mismo resultado. ¿Cómo se explica todo esto? Pues porque que motivar con incentivos materiales funciona muy bien cuando se llevan a cabo tareas mecánicas y sencillas como contar clavos, pulir una pared, poner tapones a botellas o apretar tuercas. En estas situaciones, el individuo tiene el objetivo claro, se concentra fácilmente en él, y ahí la gasolina extra que supone ganar más dinero funciona a la perfección. Pero cuando la tarea es creativa, cuando la resolución de un problema requiere de un chispazo talentoso, esa gasolina no sólo no funciona, sino que produce el efecto contrario. El individuo, ante la presión de resolver con la mayor celeridad posible el problema, cierra su mente; y esa concentración que tan beneficiosa resultaba en tareas mecánicas, se vuelve en su contra, impidiéndole hallar soluciones fuera del rango ordinario. Es decir, una motivación estrictamente material fomenta la «fijación funcional» y facilita el bloqueo en la resolución de tareas creativas.
Daniel Pink, un abogado que ha dedicado muchos años al estudio de la motivación en el trabajo, utiliza como modelo el experimento de Glucksberg para concluir que para hacer frente a soluciones creativas son más importantes las motivaciones intrínsecas que las extrínsecas; esto es, que lo que realmente incentiva la creatividad no es una recompensa estrictamente económica, sino que la tarea resulte importante, atractiva y placentera para el individuo. Pink deja un ejemplo irrefutable para sostener esta teoría: en los años 90 Microsoft puso en marcha una enciclopedia virtual para lo cual contactó con infinidad de expertos a los que incentivaba económicamente; sin embargo, en la actualidad la enciclopedia virtual más reconocida es Wikipedia, cuyos artículos son realizados por personas que no reciben dinero a cambio y que simplemente lo hacen porque les atrae y les interesa en el tema en cuestión.
Como dice el título de la columna, esta saga del experimento de la vela es una fábula. Ahora les toca a ustedes, mentes creativas, extraer su moraleja de ella.