El Hurgón

Obligado a escribir

Quienes siguen los escritos publicados en este periódico español de las Artes Escénicas, y especialmente el que aparece bajo el nombre genérico de El Hurgón, habrán notado que aún se hallaba el texto de la columna de la semana anterior, y aunque se que nadie se está haciendo preguntas de porqué no escribí algo nuevo, respondo, acosado por dos circunstancias: el afán de explicarnos ante los demás, para no darles argumentos a quienes se desviven por hallar éstos para descalificarnos, y una nueva presión, surgida a última hora, cual es la severa advertencia del director de este periódico, de hacer, como en tiempos de la colonia, y es que cuando un súbdito incumplía alguna de sus obligaciones recibía dos «hostias» (que es lo mismo que dos tortazos) adicionales a las del día, bien dadas, para prevenir reincidencias futuras.

Salta el orgullo, me enfrenta y me conmina a hacerme una pregunta, antes de intentar cualquier respuesta. La pregunta sugerida es algo parecido a si es acaso necesario, o un deber, dar una explicación de porqué hacemos una pausa en la rutina.

Eso es lo que he hecho, me digo, una pausa en una rutina, cuya paulatina conversión en una obligación moral puede llegar a suceder, si la acción constante de un hecho nos lleva a creer que somos imprescindibles, y que el día que no aparezcamos el mundo se acaba.

Cuando tal cosa ocurre, supongo, nos vamos deslizando sobre los hechos reiterados y reiterativos, hasta perder el juicio hacia las cosas y hacia nosotros mismos, y a no aceptar opiniones contrarias a las nuestras, tal como les sucede a muchos, a quienes la repetición de su rutina los lleva a convencerse de que están preparados para empezar a hacer el papel de redentores, y de que si no son ellos quienes hacen las cosas, nadie podrá hacerlas.

El problema, me digo, después de estas reflexiones, no es dar unas explicaciones, sino sentirnos obligados a darlas, porque el estado de obligatoriedad lleva al individuo a crear argumentos, solo para responder al otro, y no para explicarse así mismo las razones por las cuales ha dejado de hacer algo.

Y ese sí es un problema: responder a todos por hallarse obligado, y nunca responderse así mismo.

Cuando se rompe una rutina y salta por ello una pregunta, la mejor forma de hallar respuestas es mediante el establecimiento de un diálogo interior, evitando la intervención de otros, porque aquí se trata de dirimir un asunto de conciencia, y las opiniones de los demás, en materias tan personales como las circunstancias que pueden llevarnos a romper una rutina, son también muy personales, y ya está dicho que cada individuo es un mundo aparte.

Escribir se nos vuelve un hábito cuando sospechamos que alguien nos sigue, y como tenemos la tendencia a creer que cuando nos siguen es porque hacemos, decimos o escribimos lo correcto, nuestro principal objetivo termina siendo mantener cautivo al seguidor, una tarea que no se resuelve en este caso levantando rejas sino construyendo audacias, y como creemos a pie juntillas que la época actual debe ser cuidadosamente descrita y analizada, hemos tomado la decisión de no cautivar a nadie, si para hacerlo debemos aplicarnos a la más recurrente de las prácticas de la contemporaneidad cual es maquillar la realidad para eludir el análisis.

Para evitar caer en esta práctica debemos romper de vez en cuando una rutina.


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