Zona de mutación

El teatro de procusto

Si la realidad es capaz de caber en el teatro o el teatro una imagen suficiente para abarcar a la realidad en sus dimensiones y complejidades, es algo que a sus artistas específicos los enfrenta a las capacidades autonómicas, a las dotes combinatorias y a las solvencias que a esta arte se le suponen en tanto artificio. No deja de extrañar que sus insolvencias se curen adecuando los niveles de complejidad adaptándolo a lo que sus chasis pueden soportar. Para ello el teatro será capaz de recortar las cosas permitiéndoles la magnitud de la que sus paredes continentes se puedan hacer cargo, así como la realidad será capaz de elastizarse para caber en los límites imponderables de un molde que se presume arte. Las apelaciones ficcionales correrán por cuenta de la fuente ficcionalizadora, en este caso el teatro, o de la propia realidad para presumirse teatro, cuando sus mecanismos fácticos y secos, demanden del poder de la imaginería como única forma de poder ser comprendida. En este caso, es casi propicio decir que la realidad es también su sueño. La obscenidad (ob skene), i.e., todo lo impúdico, los asesinatos y suicidios inmirables que ocurrían ‘fuera de la escena’, y adonde eran confinados como a un retrete, en una única masa delicuescente y aterradora, era contraprestada por la ‘ekphrasis’, por el relato compensatorio que no sólo empoderaba a la palabra apelando a toda su capacidad arquitectural del remedo, como a toda su retórica. La realidad y su ‘doble’ connotan un ‘entre’. Como dice Georges Perec: «la verdad que busco no está en el libro, sino entre los libros», para ello «hay que leer los libros como se lee entrelíneas». Lo mismo podrá decirse de la realidad escurridiza, reacia a dejarse captar en toda su dimensión. Los procedimientos que la atrapan nunca serán lo idóneos que cabría esperar. El ‘obsceno’ de lo real se queda afuera por indecible, indecibilidad que los poetas interpretan con soluciones imaginarias, con ekphrasis siempre incompletas o inapropiadas, aunque alardeantes de portar lo que la norma moral de la ciudad impone como no decible. La intercambiabilidad de la realidad y la ficción, aludirá siempre a la impropiedad de los medios que las ejemplifican: la palabra, las imágenes, las historias, los discursos, las retóricas, los sueños. De la sospecha de los públicos respecto a que no se les habla con propiedad, que no se les dice todo, que no se considera sus necesidades, deviene la anemia de una palabra que exagera y sobreactúa para convencer, no logrando otra cosa que lo opuesto de lo que se propone. La palabra no es suficiente. Las palabras no alcanzan y éticamente están comprometidas con la falta de verdad. Directamente engañan, tanto ella como sus mediaciones. Las anemias se revierten con transfusiones de una higiene y medicina alternativa. Los colores, los tamaños cambian. Los rayos reflejan los aspectos no vistos como exigen una nueva mirada donde la cosa es lo que se ve y no a través de. En la mirada no está el frontispicio de la figura sino el trasfondo. La mirada encarnada capaz de incluir a las cosas y no a sus efectos. Sin recortes, ni amputaciones, ni estiramientos de la imagen para hacer que el mapa coincida con el territorio. Los excesos virtuosísticos de la lengua no hacen más que acendrar el vicio de impotencia. Y no queda otra que entender que el punto de partida no es otro que esa bendita impotencia. Las retóricas estatuidas lo impiden. Por lo que hacen falta poetas sin manos, sin voz, sin mirada. Sin órganos sensibles, cuyas antenas inevitablemente trasmiten lo que sus umbrales culturales saben decodificar. El gusano que germina en el obsceno, lleva implícita la retórica apta para expresar su grito.


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