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Vacaciones en Nueva York (II)

No sé si quince días de vacaciones en Nueva York dan para conocer a fondo el extraordinario tejido cultural que la ciudad ofrece a vecinos y visitantes. Lo que sí me atrevo a especular es que el turismo cultural tiene que suponer un motor económico importantísimo para las arcas de ciudad de los rascacielos: museos, teatros, ferias y otras tantas atracciones forman parte de una oferta variada, complementaria y de primerísima calidad.

La temporada de verano se cierra con Le Corbusier en el Moma, James Turrell en el Guggenheim, Robert Pruitt en el Studio Museum de Harlem, o las ballenas del American Museum of Natural History. También con citas puntuales, como el Brooklyn Book Festival, la muy recomendable feria de libros de arte New York Art Book Fair en el Moma PS1 de Queens, o Photoville, una impresionante muestra fotográfica gratuita ubicada en el Brooklyn Bridge Park, dispuesta en contenedores transformados en espacios expositivos.

No obstante, de entre los muchos y estimulantes inputs recibidos en pocos días, me quedo con la frescura, el compromiso y el sentido del humor del colectivo ‘The Bruce High Quality Foundation’. En el museo de Brooklyn se pudo ver hasta el 21 de septiembre una retrospectiva dedicada a este grupo de artistas locales, ‘The Bruce High Quality Foundation: Ode to Joy, 2001–2013’. El objetivo principal este colectivo es democratizar las relaciones entre el artista y el espectador, llevar el arte y su historia del museo al espacio público, confiriéndole a la experiencia artística una dimensión a tono con la realidad y las necesidades de la sociedad contemporánea, una dimensión tan crítica como inteligente y divertida.

Por lo que se refiere a las artes escénicas, el final del verano también viene marcado por el arranque de uno de los festivales más importantes de la ciudad, el Next Wave Festival que organiza el BAM (Brooklyn Academy of Music). En este contexto pudimos disfrutar de ‘Anna Nicole’, una ópera que en la teoría se presentaba como una avanzada travesura escénica y musical pero que se quedó en poco más que un divertimento ‘queer’. Lo qué me impresionó -y todo sea dicho, me puso verde de envidia- fue la experiencia de Broadway: ¡qué bien lo hacen estos americanos!

Estas vacaciones le prometí a mi pareja acercarnos poco al teatro. El teatro es una de las aficiones que, por decirlo de manera elegante, compartimos con diferente intensidad. Pero después de la experiencia vivida en el Shubert Theatre el pasado martes me prometí a mi mismo volver y tan pronto como pueda, esta vez a la búsqueda de una sobredosis, a comerme Broadway, o a que se me coma– y a arruinarme si conviene, todo sea dicho-. Como espectador convencional, el ‘mainstream’ me produce cierta alergia, recelo del teatro comercial que me venden como actividad artística en la península, pero delante de la factura que ofrecen musicales como ‘Matilda’, cuelgo los hábitos y digo sí al entretenimiento. El mito es cierto, Broadway es otra galaxia.

Entre los muchos espectáculos que me dejé por ver, destacar el aclamado ‘Kinky boots’ –basado en la película homónima de 2005-, o la reposición de ‘Pippin’, con Gypsy Snider, cofundador de ‘Les 7 doigts de la main’, firmando el apartado circense de la producción. De momento me he comprado una hucha. Veremos cuándo y con cuánto puedo estar de vuelta a la gran manzana. Les tendré al caso.


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