Fucking pleasure
No es excelente. No veo el suficente placer. Más placer. Necesitamos ver más placer. Le dice un septuagenario maestro al actor en plena clase magistral. El actor arremete entonces con un impulso cargado de vida, no necesariamente exultante de felicidad a primera vista. El rol que juega es el del padre y el padre está muy, pero que muy cabreado antes de sentarse a la mesa. Padre cabreado antes de comer. ¿Acaso tu inconsciente colectivo se ha puesto a vibrar con esta descripción del progenitor furibundo a la mesa, querido lector? Pero… no nos alejemos del asunto que nos ocupa. Digo, que el personaje que vemos está muy, pero que muy enfadado, si fuera un dragón echaría humo por la calva, pero por dentro,… ¡ay, por dentro, señores! El placer de ese actor es inmenso, se lo está pasando pipa, la está gozando, está cabalgando una ola vertiginosa de placer en la que convergen ingenio, escucha, emoción y un dejarse llevar que trasciende el más común de los sentidos. Se permite explotar en ira furibunda, porque lo hace desde el juego, desde el placer. Y ese preciso placer es el que le da al viejo bufón Philippe Gaulier la potestad de decir con acento francés: ¡A la puta calle!, a aquel actor que no haya entrado con suficiente placer en escena.
Un maestro es excelente cuando no se acomoda. Cuando no deja pasar. Cuando es exquisito en el reproche. Cuando no se da por vencido. Cuando sabe dónde escarbar y cómo escarbar hasta que el alumno entienda las reglas del juego. Porque en el aprendizaje con maestros hay al menos dos procesos. Un primer pre-proceso consistente en quitar todas las capas de cebolla, normalmente asociadas a nuestro ego, que ni siquiera nos dejan entrever el tablero que vamos a recorrer y dos, el proceso en sí del goce del juego, una vez aprendidas las reglas. Antes de esta segunda fase, es como si estuvieramos a 100 metros del punto de salida para empezar a correr. Antes, suele haber unas reglas, guardianas de un proceso profundo y complejísimo, que suelen ser de una asombrosa sencillez y que hay que aprender. Lo primero, a aceptar. Y eso si que suele ser de lo más difícil para el alumno. Porque aceptar dichas reglas suele implicar aceptarse verdaderamente. Muchos maestros se dan por vencidos en esta primera etapa o rechazan directamente trabajar con alumnos que no que estén ya en el punto cero para empezar la carrera. Otros no. Otros explican. Aunque para ello tengan que mandarte 15 veces seguidas: «A la puta calle» nada más entrar en escena.
Buscas el «fucking pleasure» cuando sales a escena, porque como dice Clelia Falleti, un actor es un gladidador en la arena. Si pierdes la atención del espectador, mueres escénicamente. Te devoran los leones. Para no perder, tiene que haber mucho placer en lo que haces en escena. Entras con un impulso grande, te estás jugando la vida. Se trata de una gran pulsión que debe de continuar, debe mantener vivo el goce hasta que pasas el testigo a otro actor que se encargará de mantener la llama encendida mediante un nuevo impulso henchido de placer. Y como espectadores te querremos. Y querremos también a ese segundo gladiador a quien has pasado el testigo, siempre que no haga lo mismo que tu. Porque si el segundo gladiador hace lo mismo que el primero, entonces seguiremos enganchados al placer que nos daba el primero. El segundo habrá de hacer algo muy distinto, nacer de nuevo en su impulso para dar un color diverso a la escena, a esa orgía de placer que conmueve a actores y espectadores. Entonces te quieren. Y tu tienes mucho fucking pleasure y no tienes que irte «a la puta calle».