Staying Alive/Matarile Teatro
El hueco y la fe
Hay infinidad de salas que están huecas a pesar de estar perfectamente dotadas de medios para la función teatral.
Me recomendaron presenciar el espectáculo «Staying Alive» de Matarile Teatro, en el lugar específico del estreno. El espacio elegido, el antiguo Paraninfo de la Universidad de Santiago de Compostela, ciertamente reúne muchos de los ingredientes poéticos que la compañía gallega desea mostrar.
La sala por sí misma ya es una metáfora escénica de la ruina académica que ha sufrido el abandono institucional y la desidia por su falta de funcionalidad. En un primer vistazo se percibe la sensación de entrar en una antigua sala de espera enorme de una destartalada estación de ferrocarril; está vacía, se echa en falta los bancos corridos, aquellos duros asientos corridos, para que no haya esperanza de permanecer.
El suelo de la inmensa sala rectangular está cubierto con caucho que resiste las pisadas doctas y las transgresoras de su devenir. Solo se advierten los agujeros de los anclajes de las filas de butacas que la compañía ha levantado en su totalidad para dejar un amplio espacio diáfano. La superficie permanece casi inalterable, es la tierra recia de un país capaz de aguantar el paso del tiempo y de las gentes que tienen capacidad de decidir.
El techo, sin cielo raso, muestra el esqueleto del tejado, las cerchas de hormigón pretensado, que permiten ver las miserias de una cubierta parcheada de tejas y uralitas. Un desordenado tendido de cables, que no se sabe a dónde van ni cual es su utilidad, pasa de una cimbra a otra; pero no hay donde colgar un proyector de luz.
Sobre el estrado que queda en un lateral, un viejo sillón académico abandonado espera ser profanado por la vitalidad sarcástica de una payasa o por la sensualidad provocativa de una bailarina que reivindica el amor.
En el otro lateral, frente al estrado, la antigua cabina de proyecciones preside impávida y muda la escena; está flanqueada por dos estrechas y largas balconadas, de donde se cuelgan, a distancia regulada, algunos focos de iluminación que proyectan directamente al suelo a modo de farolas callejeras. La cabina y las balconadas conforman a nivel del suelo un pequeño soportal.
Cambio mi primera percepción. No estamos en una sala de espera, es el andén desdentado de la estación ferroviaria de forma en fondo de saco. Y es que, la escena se corta al extremo con una pared que tiene dos puertas con dos hojas abatibles cada una y sendos ventanucos redondos. Producen un efecto visual inquietante: ocultismo y vigilancia, almacenes, camerinos o túneles por donde pudiera aparecer en cualquier momento un tren, misterio por donde se asoma la fantasía, se escudriña la normativa o se escapa la racionalidad, que todo puede suceder.
De este lado, una pequeña grada para espectadores afortunados que conviven junto a un montón de butacas desestructuradas. Esta pila de asientos desarmados, y otra que hay al otro lado del estrado evocan la multitud de estudiantes que se han ido amontonando en uno y otro rincón.
Un esqueleto, la firma de Matarile, es testigo mudo de la función nos hace pensar en la finitud.
Matarile Teatro recrea cada espacio donde actúa. Recuerdo el Pinar de Antequera en Valladolid con el montaje de «Historia natural» o el Teatro San Joâo en Oporto con «Animales artificiales». Sea al aire libre, sea una nave, sea un escenario convencional, Matarile reinventa una poética escenográfica con los medios propios del lugar. El escenario, la nave, el bosque se convierten en contenedores vivos, dinámicos, que forman parte de la dramaturgia que se desea representar. Cada espacio sufre una transformación para dar sentido a la obra. Baltasar Patiño, que también se responsabiliza del sonido y de la iluminación, metamorfosea el contenedor hueco en contenido vivencial.
Por esto era importante presenciar «Staying Alive» en el viejo Paraninfo, un lugar abandonado que, una vez limpio y modificado por la propia compañía, habla por sí mismo para mostrar que se puede seguir «manteniéndose vivo». Y es que, tras tres años de inactividad, Matarile Teatro regresa con este grito para quien quiera escuchar, «Staying Alive», como cantaban los Bee Gees.
«Nos mantenemos vivos», parece que quiere decir Ana Vallés, creadora del espectáculo; estamos vivos porque creemos en el teatro como medio de expresión y de vida. Huyendo del teatro aristotélico convencional, plantea un teatro como juego energético en convención con el espectador.
Como se puede suponer por la trayectoria artística de Ana Vallés, «Staying Alive» carece de argumento en sentido estricto. Es decir, la obra está construida por diversas escenas y personajes que adquieren sentido por sí mismos y en un conjunto que el público ha de imaginar. Son pequeños juegos, a veces guiños, que sorprenden por su fuerza dramática, que emocionan por su belleza ética, que sacuden la conciencia por su poética estética; son instantáneas, acciones, frases, músicas y situaciones que describen un discurso energético, vital.
No obstante, la obra parece narrar diferentes axiomas que promulgó George Steiner para hablar y entender el concepto de Europa. En síntesis, comenta la funcionalidad de los cafés como lugares de encuentro, el espacio natural está domesticado, el peso del pasado se subraya con los nombres de las calles, el origen compartido entre Atenas y Jerusalén que permite convivir la razón y la fe, y la muerte anunciada con la sensación del final de una civilización. Pero, siendo estos axiomas el hilo conductor de un texto fragmentado, el discurso artístico se apoya, sobre todo, en el conjunto de acciones, sonidos, y juegos con la escenografía, con los elementos espaciales que potencian su significación.
Algunos ejemplos. La pieza comienza con música de charanga y el «Yellow Submarine» mientras una bailarina recoge unos restos de butacas que están esparcidos por el suelo y los lleva a uno de los montones de butacas destartaladas; en otra escena, una bailarina actúa provocadora sobre el sillón académico; «desaparecer es imposible, la existencia es imposible y la no existencia también», son puntos para reflexionar; «soy mago, sin cuerpo», y la bailarina se encoje hasta el punto de dar la sensación de tener solo cabeza y piernas, después juega a desaparecer con movimientos que solo dejan ver su sombrero, su chaqueta y el pantalón con contracciones que parecen autónomas, una maravilla de acción. En fin, las tres payasas sobre el estrado conforman una sátira con excelente humor.
El circo, el teatro del absurdo, el uso irracional de la razón, el rechazo del academicismo, la reivindicación de estar alerta que es el encontrar frente al acto de buscar que limita y focaliza la mirada, la mujer maniquí como objeto de exhibición, la magia del espacio como metáfora de fe, «Staying Alive» posee todos los ingredientes de un espectáculo inteligente, emotivo, festivo, profundo, sutil.
Quiero finalizar haciendo mención merecida a las actrices bailarinas. Mónica García, Nuria Sotelo, Rut Balbís y Ana Vallés realizan un trabajo exquisito, perfecto, preciso en el juego teatral y fantástico en la expresión corporal. Transmiten energía y pasión, entrega y seducción, dominio corporal y sentido espacial.
Manuel Sesma Sanz
Espectáculo: Staying Alive.
Autora y dirección: Ana Vallés.
Intérpretes y coreografías: Mónica García, Nuria Sotelo, Rut Balbís y Ana Vallés.
Iluminación y sonido: Baltasar Patiño.
Compañía: Matarile Teatro. Antiguo Paraninfo de la Universidad de Santiago de Compostela, 27 al 29 de setiembre y 4 al 6 de octubre. Estreno absoluto.
Próximas actuaciones: FITO Festival Internacional de Teatro de Ourense y Mostra de Teatro Profesional de Galicia en Santiago de Compostela.