Sangrado semanal

Las garras del águila

A veces, basta tocar una fibra sensible para que fluya. Para que fluya la idea, el proyecto creativo, la línea discursiva. Es como un botón que fuera variando de lugar. En el cuerpo, en la mente, el paisaje. Otras, toca esperar. Asomarse a un vacío que asombra. A veces, hay que esperar a las puertas del precipicio. Con los pies convertidos en las garras del águila. Esperar al momento preciso en que un pájaro cruce el cielo, una nube adquiera la textura perfecta, el sol ilumine allá abajo, un pedazo de tierra. Y entonces si, sabemos que es la hora perfecta para lanzarse al vuelo y planear sobre la manta de tierra, zambullirse en el mar y describir piruetas en el aire.

Pero, ¿De dónde salió este párrafo? La creatividad humana tiene una forma asombrosa de manifestarse y está hilada de sombras. Parte del vacío, siempre hay que arriesgarse. Hay épocas de barbecho que pueden ahogar y angustiar a los espíritus inquietos, pero necesarios para la regeneración de ideas, discursos e imágenes. Los autores más prolíficos viven este ciclo a una velocidad asombrosa. Los comunes mortales vamos a pasitos más lentos. Así, cuando llega la vorágine creativa nos da tiempo a disfrutarla porque dura. Quizás, en esos momentos, nos convendría recordar que «vamos a morir». Pero el goce vital suele pulsar demasiado para tener presente algo así. Y luego viene el vacío. Las garras del águila frente al precipicio.

Todo está hecho de ciclos. Los actores lo saben bien. Saben bien lo que pasa después de un estreno. Aunque se les olvide en el momento. Por aquello de la magnitud del pulso vital. Después de un estreno andan como perdidos, despistados, despeinados. No me refiero a la estela del día después, me refiero a la semana siguiente. «No me encuentro, no me encuentro», me decía un querido compañero de correrías artísticas hace bien poco, después de un estreno. Se había recortado la barba, probaba con el pelo…y seguía repitiendo…»no me encuentro, no me encuentro…» Yo pensaba, «normal que no te encuentres, querido, después del personaje que has encarnado y del asunto que atraviesa ese hombre cada noche», como para encontrarse tan rápido. Una experiencia así, te trasforma. Aterrizar transforma. Uno pasa del aire a la tierra. ¡Cómo no nos va a afectar!

El águila que llevamos todos también tiene sus fases. Cuando la propia tiene las alas plegadas, siempre podemos volar a lomos de las de los compañeros de profesión. Ir a verles al teatro, dejarnos encantar por sus voces y presencias. Asombrarnos. Hasta que nuestros pies empiecen a transformarse en garras. Entonces sonreiremos para adentro y sabremos a dónde tenemos que ir y qué tenemos que hacer. Llegó la hora de asomarse de nuevo al precipicio y aguzar instintos para echar a volar y fundirse con el instante perfecto.


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