Zona de mutación

Antropología inversa

Romeo Castellucci genera la fórmula ‘curvatura de la mirada’ como una consecuencia de la recepción teatral operada a quien se lo denomina de una manera amplia, el espectador. Esta mirada al escenario, según el director italiano, no termina siendo otra cosa que un mirarse a sí mismo, lo que como figura descriptiva guarda el riesgo de psicologizar la variable Escena-Platea y dejarla constreñida al secreto íntimo que los procesos subjetivos resumen entre proyecciones, ilusiones, alienaciones. La escisión histórica (platea-escena) hace referencia a una precipitación que la golilla del poder filtró y destiló a través de los siglos mediante la superficie de separación orquestada a la altura del proscenio. Es verdad que este muro frontal del teatro moderno, hecho de supuestas imaginerías, esquematizaciones, corporizaciones convencionales, cuenta con la apelación hilozoísta a los espectadores, que anima la objetualidad escénica depositaria de su mirada, para hacerse un lugar a como dé lugar en dicho mundo, lo que no es sino su modo de apropiárselo, cargárselo encima y llevarlo consigo. Pero esto no registra las prescripciones que esa estructura de relación rezuma como dispositivo cultural de poder. Los espejos imantados de la escena son parte de tal animismo.

En la contemporaneidad el público, los individuos que hologramáticamente contienen los componentes del todo, están inermes, no sólo a esa estructura relacional de poder, sino al mero hecho de concurrir al encuentro o consumo de aquello que en su predeterminación cultural ya descerraja su carga condicionante. Vale la mención, frente a esta mención de Castellucci, de una fórmula irónica implementada por un performancero chicano, Guillermo Gómez Peña, cuando reaccionando con una entereza topocrítica proverbial, decide hablar, mejor, de ‘antropología inversa’. Esta no sería sino la manera irónica de comportarse políticamente ante las fuerzas evidenciales del poder cuando determinan las relaciones Norte-Sur, las de Imperialismo-Dependencia, cuando no directamente las de Amo-Esclavo. La antropología inversa por la que el ejercicio de producción cultural juega a que el centro, la crapodina pivotante, se instala, ya por una decisión estratégica o por simple terquedad copernicana, en el súbdito, obligando aún en lo que dura el trance representacional, a imponer la consideración política al sentido que tal enroque trae aparejado.

El acto finalmente monológico que la propuesta de Castellucci connota, en la ‘antropología inversa’ sólo puede armonizarse a partir de poner en consideración un nuevo pacto, un nuevo contrato que desvele la evidencia que la mera espectacularidad o la socialidad banal escamotean. Y entre ellas, sobretodo, la de la relación histórica de actor-espectador como relación de poder, i.e., de dominio. Es que sin este golpe al centro, esta des-centralización, no se puede deslindar la diferencia entre una mirada ve y otra que mira, o para mejor decir, lo que separa el ejercicio de una mirada habitual frente a la que expresan la conciencia de su alienación. Como dice Baudrillard, una manera de estar al tanto cínica, irónicamente, de la realidad imperfecta en la que nos movemos, antes que la imagen simulacro que la representa y que es perfecta en sí misma, como su clon impoluto que sin embargo no contiene el germen capaz de desmontarla para sincerar los mecanismos, los dispositivos que ese ejercicio de poder encierran en su seno.


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