De vuelta a la discusión
Durante la semana pasada se llevó a cabo la versión 27 del Encuentro de contadores de historias y leyendas, en la ciudad de Buga, Colombia, un evento cuya mayor preocupación consiste en mantener abierto el debate sobre el desarrollo de la narración oral en Iberoamérica, sus formas de expresión y su utilidad en el desarrollo social, y por eso parte de las estrategias de realización de este Encuentro de narración oral, en el que se trata de mantener un equilibrio entre el carácter festivo de la palabra y su responsabilidad con el pensamiento y la construcción del relato, es mantener un espacio abierto a los participantes para que, sin pretensiones de enseñar, expresen sus experiencias, sus puntos de vista y sus objetivos como narradores orales, porque a sus organizadores les parece que en estos eventos los extremos deben conservar sus límites, para evitar contar y analizar sin medida y perder el horizonte de los objetivos.
Los comentarios hechos dentro de la jornada denominada ENCUENTRO DEL ENCUENTRO no con acento académico sino con el deseo de compartir experiencias y los conocimientos que se generan a través de éstas, tuvieron como objetivo, propuesto por la organización del Encuentro, explorar las afinidades y divergencias entre las opiniones de los participantes, acerca de cómo se encontró cada uno con la narración oral, cómo ha modificado ésta su percepción de la realidad, y cuál considera que es la utilidad social de ese oficio denominado contar historias, que se halla tan de moda y por lo cual se mantiene en constante riesgo de ser tomado como una actividad accesoria que sugiere poca responsabilidad de proceso.
Los comentarios sucedidos dentro de este espacio, por cierto caracterizados por su brevedad y coherencia, estuvieron orientados a discernir sobre una de las preocupaciones que siempre hemos manifestado en nuestros escritos y en la generación, cada año, de un Encuentro más, y es si la idea es contar por contar, o contar porque el acto de contar está dirigido a hacer de la narración oral una actividad entretenida, como deben ser todas las actividades culturales, sin desamparar, claro está, la responsabilidad que debe asumir quien cuenta una historia, de convocar la atención del oyente y mantenerla activa durante el relato, para garantizar el acceso al mensaje.
Lo hablado durante el Encuentro nos ha llevado a insistir en un tema cuya discusión aún no cesa, no porque sea extenso sino porque ha sido eludido en forma sistemática, tal vez porque muchos de quienes se ejercitan en la narración oral carecen de argumentos válidos para explicarse, pues la narración oral sufre ahora de lo que suelen padecer muchas actividades, popularizadas con prontitud sin atender a los procesos que exigen tiempo y discernimiento, y es que sugieren la idea de ser un oficio cuyo ejercicio puede llevarse a cabo sin asumir mayores responsabilidades, porque al parecer solo sirve a algunos como escampado, para hacer un alto en el camino de la vida mientras se acomodan en otra actividad.
Hubo, entre los comentarios de los participantes, un denominador común constituido por la opinión de que contar historias, o cuentos, cuyo contenido está relacionado con la circunstancia material y social del ser humano, debe ser el objetivo, además de la responsabilidad de todo narrador oral, porque este oficio, en relación con otros conexos con las artes escénicas tiene mayores posibilidades de penetración debido a su formato de fácil transporte y a los bajos costos de producción y por ende se convierte en una alternativa de contacto social, y un nuevo medio de convocar a la reflexión.