Y no es coña

Un falso dilema

Liz Perales plantea en su última entrega de su «Stanilasvblog» de El Cultural, una duda sobre la calificación de las obras de teatro, espectáculos, montajes dentro de lo que se entiende como entretenimiento o como Cultura. Y la verdad que el asunto, planteado así, en crudo, puede encontrar respuestas muy contundentes cuando a nadie que haya pensado un rato sobre estas cuestiones le parece sencillo porque se trata de algo que está lleno de matices.

Probablemente todo deslinde entre un rubro u otro parte de una concepción ideológica, de una manera de entender en este siglo XXI de nuestras entretelas qué se considera como Cultura, y qué requisitos es necesario para que algo esté o no esté en esta consideración. Algunos creemos que la cultura de exhibición, en vivo y en directo, forma parte de las actividades que una parte de la sociedad realiza en su tiempo de ocio. Ello significa que tomada esta consideración al pie de la letra, todo es entretenimiento.

Sin embrago, desde el final de la segunda guerra mundial, se fue estructurando un concepto de lo cultural como un bien común, como algo que forma parte de la identidad de los pueblos, como un derecho ciudadano a tener acceso a ella. Y en ese preciso momento, se establecieron unos cánones, en muchos casos no escritos, ni claros, pero se entendió, en el campo de las artes escénicas que existían unos tipos de producción, unos autores, unas miradas, unas formas, unas ambiciones estéticas, que formaban parte de lo que se entendía como ideal de lo cultural. Insisto, no existía una delimitación clara, pero parecía que en ocasiones se podía hacer esa distinción por decantación. Por exclusión.

Situados aquí, con todas las dudas sobre quién, cómo, en base a qué criterios, se hace esa distinción, creo que Liz plantea un falso dilema, porque ella nos dice: «En realidad, las dudas surgen con los espectáculos que se programan en los teatros comerciales, porque los que se ofrecen en los teatros públicos y las salas alternativas están libres de sospecha. La ‘oficialidad’ o la ‘marginalidad’ del contenedor (es decir, del teatro) aprueba automáticamente la entrada de la obra y de sus intérpretes en el Parnaso.»

Y no me parece una explicación convincente, ni suficiente, porque algunos nos quejamos, precisamente, de la falta de rigor en las instancias que conceden subvenciones o ayudas, para aportar dinero a obras, montajes o producciones que son meramente entretenimiento, vacías de contenidos, y sin altura artística. Eso que llamamos, de manera muy reduccionista, se admite, como teatro comercial. Y que en las unidades de producción estatales o autonómicas las visitan de una manera excesivamente habitual.

No se puede imaginar en los teatros públicos europeos la presencia de autores y obras que son de una buena factura, pero que entran perfectamente en los parámetros de las producciones comerciales, y se reservan los recursos públicos para establecer unos repertorios universales de alta calidad o para descubrir a nuevos valores escénicos. Con estos planteamientos europeos se han creado escuelas, se ha avanzado en estéticas, en desarrollos de dramaturgias que han dio acercándose a los públicos de manera directa, en un crecimiento en paralelo entre el arte y la sociedad.

Y aquí, en los tetaros públicos de todas las redes, por las circunstancias que se pueden considerar como comprensibles desde el lado de la economía, la ignorancia o las circunstancias, se están haciendo unas programaciones de entretenimiento, de teatro comercial del menos exigente artísticamente, que nos separan de Europa, y de muchos otros puntos del globo con una noción de las artes escénicas más allá de la taquilla. E incluyo a los Estados Unidos de América en donde existen resortes para apoyar la excelencia o su búsqueda.

A mi entender, no existen criterios firmes, se hace todo con una ligereza muy poco saludable, ello nos lleva a una confusión general y a confundir a los públicos. Desde luego, sí es correcto que las instituciones velen por la calida cultural de las obras teatrales. Y, a mi entender, eso es lo que falta, que no se emplea el rigor necesario. Y para terminar, la cultura no tiene porque ser aburrida. Todo lo contrario, cuanta mayor calidad cultural tiene un montaje, cuanto más elevado sea su intención artística, más motivos para disfrutar en tiempo de ocio de una obra de arte. O d eun buen libro, o de una exposición o un concierto de música.


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