Sangrado semanal

Contigo, pan y cebolla

Pues resulta que ha amanecido ahorcado el frutero del barrio.

Nos lo ha contado el paquistaní que trabaja en otra frutería dos calles más abajo. Que el otro día estuvo tomando café con él, como si nada, en el mismo sitio donde lo había tomado hoy, por la mañana, donde se enteró de la noticia que ahora, nos cuenta a las clientas. «Se matan los que no dicen nada». «Esos a los que no notas nada». Los que se quejan y lloran y amenazan, esos, los perros ladradores, vamos, esos…al final,… nada.

Ya no hay jóvenes Werther que se maten por amor. Ahora hay un asesino que las mata callando. A las ilusiones y a los respiros, al momento en el que se empapa el alma de aire en el pulmón y, aunque duela, merece la pena seguir viviendo. Es la falta de recursos. La deuda. El no poder pagar al asalariado que tiene familia, que tiene hijos, que tiene angustias que se convertirán en rencores áridos.

Se ha ahorcado un frutero y no hay derecho. Porque aún patatas y cebollas podemos comprar casi todos. O arrimarnos a un puchero humeante de alguien que sí se lo haya podido permitir. Se ha ahorcado un frutero del barrio y es un grito ahogado, por todas las penas que hay entre tantos jóvenes y no tan jóvenes que se han quedado sin oportunidad. Cuando no hay trabajo y la incomprensión de las generaciones establecidas aprieta es difícil no pensar que no vales una mierda.

El agua horada la piedra y la falta de liquidez nos convierte el corazón en piedra. Todo cuesta. Cuesta más que nunca. Quizás porque nos tocaba ahora. A los que estamos en la treintena nos tocaba ahora. Nos tocaba ir y venir y hacer y deshacer. Pero el mundo que conocíamos ha pegado un frenazo de gigante y las ilusiones ya no vuelan con la facilidad de antes. Porque el alegre tintineo se ha convertido en vil metal. Que no llega, que ya no llega, que no es ya suficiente para pagar y vivir y alimentar y alimentarse.

Y es entonces cuando el artista tiene que buscarse otros recursos de dónde sacar para poder comer y tener un cuerpo que sostenga su arte. Y ya no puede invertir todo el tiempo que quisiera, quiso, tuvo o tuviera, en caso de que la coyuntura fuera distinta a la que es. Resistiremos. Como sea. Cuando sea. Inventaremos nuevas fórmulas que sigan haciéndolo posible. Nunca fue fácil. Ahora lo es menos que nunca. Pero algo inventaremos. Fórmulas que nuestros abuelos no adivinaron y que permitirán que el trabajo artístico pueda seguir haciéndose.

De las ruinas y los escombros emergen las primeras siluetas en vida. Con esta imagen describía Müller los primeros atisbos de supervivencia después de un bombardeo brutal. Un frutero ahorcado por los malos tiempos que corren también es una imagen brutal. Una imagen de imágenes, porque muchas son las personas que se han quitado la vida ante este nuevo paisaje de destrucción. Este es, sobre el papel, mi humilde grito mudo por la muerte del frutero y una renovación del particular voto que sé que muchos mantienen con este oficio del teatro: Contigo, pan y cebolla.


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