Gestión e industria cultural
La realidad está demostrando la insostenibilidad en el tiempo de los discursos, que los amigos de las nuevas formas de relacionar económicamente a la sociedad han creado, para convencernos, entre muchas otras cosas, de la posibilidad de convertir el producto artístico en una mercancía susceptible de ser sometida a la ley de la oferta y la demanda, y de estar igualmente en condiciones de convertirse en un importante renglón de la economía de un país.
La fortaleza y el atractivo de estos discursos, reside, en buena parte, en la terminología creada para denominar a sus dinamizadores, pues no podemos desconocer la fuerza ideológica, oculta, de las palabras, y es por eso que existen, en el tema de cultura, expresiones ampulosas como gestor cultural, para personalizar la acción, e industrias culturales, que a todas luces lleva la intención de cautivar al receptor sugiriéndole la idea de hallarse en presencia de un nuevo esquema, a partir del cual se va a dar solución a sus problemas laborales.
Estas expresiones presentan inconsistencias, cuando se quiere comprobar su eficacia, examinando los hechos, porque la teoría empleada para sostener su peso social, nunca advierte a quienes las asumen como tarea, que su ejecución depende de la disponibilidad de circunstancias, necesarias para conducir el desarrollo de cualquier actividad, como son el territorio, los contactos y la imagen corporativa capaz de producir la actividad propuesta.
Si estamos hablando de mercado, y mucho más de industria, es porque estamos hablando de economía, y por extensión, de rédito, y como estamos hablando de rédito podemos definir de una vez que, quien invierte en una empresa lo hace con el interés de obtener una ganancia.
Si la cultura se comporta como un mercado, o una industria, en aquellos lugares adonde escasea el público, debido a la baja densidad de población, la gestión cultural, si se da, será ejecutada por quien desde el comienzo tiene claro que no está al frente de una empresa, y mucho menos abriendo un mercando, sino generando un espacio para compartir, en comunidad, un trabajo artístico, y que las ganancias, no visibles, serán el mejoramiento del nivel de comprensión de la gente, y la satisfacción del deber social cumplido, porque quien hace gestión para mejorar algo en una comunidad, está haciendo un trabajo social.
Desde el punto de vista del territorio, la gestión cultural es un negocio productivo adonde hay mucha gente, porque (y aquí nos anticiparnos a explicar el punto tercero), quienes deciden, desde el sector privado, aportar para un evento cultural, es porque ya han estudiado hasta dónde puede éste hacer crecer su imagen corporativa.
Considerando la decisión irrestricta de la contemporaneidad, de ver todo en función de mercado, es acertado afirmar, entonces, que la gestión cultural, con posibilidades amplias de patrocinio, solo es posible en donde la alta densidad de población permite a los gestores garantizar la presencia de mucho público, pues dentro de los esquemas actuales de evaluación de los procesos culturales, la cantidad prevalece sobre la calidad.
Por último, los contactos, reconocidos también como un elemento importante en la gestión cultural, no siempre constituyen una garantía de calidad de la misma, porque suele ocurrir que muchos de ellos están condicionados por intereses políticos o amistosos, y pueden apoyar por ello un proceso, sin considerar la utilidad social del mismo.