Caminar hablando sola. Continuar el pensamiento que se instala en el habla y gesticuar, la gente mira, avanzar hasta desaparecer en silencio.
Observar y atender todos los diálogos circunstanciales que suceden en la ciudad. A veces seguirlos, luego compartirlos con tus actores en los ensayos. Darles final o dejarlos abiertos.
Reflexionar sobre la enormidad de relaciones, vínculos, situaciones que quedan abiertas sin explicación.
Detenerme por algo, alguien desconocido y esperar. Disfrutar y palpar la sensación: espero, sin que implique un proyecto. Esperar solamente por el acto de esperar. Solamente comprender la vivencia del verbo: esperar. Desprenderse de la expectativa, saber qué significa hacer algo, sólo por hacerlo sin esperar una reacción.
Todas las noches me hago un cuento. Un relato entre la ficción y lo real. De lo real tomo gente cercana, gente que quiero. Y les invento una historia. La desarrollo, les genero conflictos, contrastes, dramas y tragedias. Investigo sobre lo que me pasa, lo que me provoca, lloro, me emociono, rastreo cosas nuevas sobre ellos. Algunas partes llevan años, otras las dejo suspendidas y las recupero un tiempo después. Pero siempre están en ese lugar, mi fidelidad es al lugar imaginario donde todos nos encontramos. No ingresarán a otro soporte, no habrá tráfico, quedarán siempre en el relato nocturno, porque pertenecen a él.
Cada semana me recuerdo todas las malas decisiones. Cada semana me recuerdo que gracias a esas malas decisiones tuve algunos aciertos.
Tironear los sentimientos y cada uno vivirlo a fondo, sin importar la duración.
Abrir los pensamientos como pétalos de una flor, sin destino concreto.
Organizar los pensamientos como corresponde a alguien que trabaja con ellos.
Aumentar la derrota diaria.
Preservar el erotismo.
Comprender que el sufrimiento o la felicidad son lo mismo. Es la confirmación que uno está vivo y por algo.
