Nuevo paradigma
Las etiquetas son útiles. Si no que se lo pregunten a los profesionales de la comunicación y el marketing. Con todo, llega un momento en que se vuelven obsoletas y toca hacer limpieza. Nada es eterno. Todo cambia, la historia fluye. Cuando las palabras distan mucho de su significante hay que intervenir, entregarse a la transición, deconstruir.
Los sesenta y los ochenta han pasado. Bread and Puppet, el ‘agit-prop’, los ‘happenings’ y la fiesta también. Cambiemos de paradigma. Las fronteras entre categorías y géneros están volando por los aires. Y no sólo en el ámbito de la creación en el espacio público. Lo inclasificable está a la orden del día.
El artista escénico es en la actualidad un calidoscopio. Es versátil, y genera discurso en el espacio público o en el edifico teatral en función de sus necesidades creativas y de negocio. En un mismo proyecto pueden convivir la acción sociopolítica directa, el arte institucionalizado y el teatro comercial o de entretenimiento. Fijémonos, por ejemplo, en la producción de coreógrafos de la talla de Sol Picó, Toni Mira o Inés Boza. Ninguno representa el prototipo de artista callejero convencional y, sin embargo, todos llevan a sus espaldas una envidiable carrera en este ámbito escénico. ¿Y cuál es el artista callejero convencional? ¿Acaso importa? Lo importante es que el espacio público continúe condicionando actividad artística de calidad, que el abandono del edificio teatral provoque nuevos y apasionantes diálogos en los que el espacio de representación se funda de manera inequívoca con la historia.
Por otro lado, me gusta advertir en el trabajo de las nuevas generaciones la falta de prejuicios sobre uno u otro ámbito escénico. ¿Qué es y qué no alta cultura? Las trasnochadas jerarquías entre artes escénicas parecen estar desvaneciéndose gracias a la mano de jóvenes creadores. Todos ellos, lejos de construir una relación que busque segmentar a la audiencia -infantilizándola, aburguesándola o dirigiéndose a una minoría selecta-, proponen materiales capacitados para conectar con el público que no suele ir al teatro, pero también con el que está muy acostumbrado a ello. Al menos así parecen ejemplificarlo algunas de las compañías creadas estos últimos años. Colectivos de artistas muy preparados en técnicas completamente heterogéneas, conectados con la realidad y con una proyección impresionante tienen como punto de partida creativo el espacio público. Pienso en Teatrodecerca, Obskené, Insectotròpics, La Rueda – Teatro Social o Grupo Carro FC, entre otros.
En lo referente al mercado, no creo que las de calle lo tengan más difícil que otras artes. Por ejemplo, los festivales dedicados a esta disciplina son más permeables a la novedad que otros espacios de exhibición convencionales. Pienso en compañías imprescindibles como la Agrupación Señor Serrano o bien la Fundación Collado-Van Hoestenberghe. ¿Para cuándo una sala pública de Barcelona se atreve con ellos organizándoles una temporada? De momento les apoyaremos tanto como se pueda en sus derroteros internacionales por valientes teatros europeos, mientras el público catalán se consuela viéndolos programados en un festival específico o una cita determinada con etiqueta concreta.
Les digo todo esto porqué quiero entender las artes de calle del siglo XXI como un paraguas disciplinar inclusivo. Un lugar para el intercambio, la flexibilidad y el mestizaje. Un espacio de creación en continuo movimiento, rizomático, no apto para mentalidades teóricas dicotómicas o estáticas.
Debemos tener en cuenta el pasado, quejarnos cuando las cosas van mal, pero también salir llorados de casa. El futuro de las artes, y no solo las de calle, está en manos de todos. Abramos las miras y pongámonos manos a la obra.