Invidencias
«Abrín os ollos e estabamos nús», le dice el Rey Desnudo a Judas.
Yo también abrí los ojos y, cuando lo hice, el otoño había desaparecido, el año había desaparecido y vi que la autoexplotación me había impedido escribir sobre algunas de las experiencias dramatúrgicas que he podido compartir en estos últimos tres meses de 2013. Empiezo por una de ellas: la tertulia con Marcos Abalde (Vigo, 1982) dentro de las actividades organizadas por el club de lectura A Lonxa Literaria de Moaña y la Revista Galega de Teatro.
«Neste territorio devastado, a xestión da barbarie vira norma sagrada». Así concluye la sinopsis de «A cegueira», texto elegido para conversar con este dramaturgo cuya obra golpea, atraviesa la piel y se clava en la carne viva con todo el poder y todo el cuidado de la palabra. Devastación, gestión y barbarie. Tres palabras clave para abordar una obra que, según explica Abalde, en el fondo quiere hablar de los gestores y de esa rueda de la infamia que no se detiene y que todos estamos alimentando. «Coa cegueira, comeza a danza».
Recientemente editado por Xerais, «A cegueira» es una alegoría de la devastación de todas las épocas y una reflexión sobre la banalidad del mal. Precisamente, Abalde explica que entre sus puntos de partida se encuentra el trabajo «Eichmann en Jerusalén: un estudio sobre la banalidad del mal», de Hannah Arendt, quien introdujo ese término. Después de todo, para matar a miles o a millonres de seres humanos, solo hay que ser un buen gestor. Y mientras habla sobre los orígenes del trabajo, el autor no olvida hacer referencia a «Sin destino», novela de Imre Kertész, a cuya lectura también incito por muchas razones, pero sobre todo por el modo en que confunde la barbarie con una forma aberrante de felicidad.
Regresando a la tertulia, ésta comienza por una presentación del perfil del autor: Premio Josep Robrenyo en 2008 con «Canibalismo»; Premio Álvaro Cunqueiro en 2011 por «A cegueira»; Premio Marqués de Bradomín en 2012 por «Xudite», Premio Bienal de Teatro Romaría Viquinga en 2012 por «Saga de Iacobusland» y autor de diferentes piezas publicadas en revistas como Casahamlet, la RGT o en el libro colectivo «Banqueiros». Y en la primera ronda de comentarios destacan las dificultades para acceder al texto por huir de una historia clara, lineal y asentada sobre una lógica causal; también por estar asentado el texto en una mezcla de alegorías y referentes históricos y culturales que dialogan y conviven en un tiempo fuera del tiempo, en un desierto que es todos los desiertos.
En la segunda ronda, comienzan a escucharse comentarios sobre la potencia del texto y la fuerza de las palabras. El grupo no evita compartir fragmentos demoledores como: «Cantas bombas farán falla para destruír o sentido de todas as palabras?», «Cantas foxas comúns é preciso abrir para sabermos como cheira a esperanza?», «Sempre é unha palabra moi grande» o «Non se ignora. Prefírese ignorar.» Y alguien acaba por apuntar la dificultad para verlo en escena.
Durante más de dos horas de conversación se suceden los temas, se piensan los tiempos sombríos, se comenta la esquizofrenia lingüística, el abandono y el silencio histórico. Y finalmente toca poner voz al texto. De ello se ocupan las actrices locales Ana Blanco y Dora Sequeiros -que dan voz a las figuras de Marta y María- y el actor y director Pedro Pablo Riobó, que se encarga de Barrabás -otro de los seis personajes de «A cegueira». Entonces el texto se hace carne y toma tierra. El resultado sorprende al grupo. Sorprende el poder de la palabra. Son palabras meditadas de un texto que tardó más de cinco años en nacer. Sorprende el resultado hasta el punto de que alguna de las personas presentes confiesa que a partir de ese momento le empieza a interesar el teatro. ¿Cuánto cuesta la transformación? ¿Cuántos recortes presupuestarios hay que hacer como gestor o como gestora para conseguir cualquier transformación?
Y surgen más preguntas, claro. Preguntas con sentido común como, por ejemplo: «¿Y por qué no se monta?» Y nadie sabe qué responder. «¿Por qué no se monta si no parece que requiera muchos medios?» Y nadie sabe que responder. «¿Por qué no se monta? No parece que necesite grandes escenografías». Y nadie sabe qué responder. «¿No se monta porque se necesita un equipo humano muy amplio?» Y nadie sabe qué responder. «¿Será cuestión de voluntad gestora?» Y nadie supo qué responder. Después de todo, por poco y a pesar de estar incluido en las bases del premio, ni se edita.
A mi solo se me ocurre cerrar con una de las frases del texto de Abalde: «Non é dominio. É abandono, deixarse levar, afundirse na cegueira.»
Y cuando abrí los ojos, en medio de aquel año inesperado, todo el mundo estaba desnudo. No era ropa lo que nos faltaba. Era el abrigo y la humanidad.