Críticas de espectáculos

Trilogía de la memoria/Atra Bilis/MIcomicón

O cuando la memoria se hace presente

 

Un caserón en un pueblo de la España profunda. En medio de una noche de tormenta se vela a un muerto, don José Rosario Antúnez Valdivieso, ingeniero de caminos y guardamarina que, aún de cuerpo presente, reposa en su ataúd en un rincón, a la tétrica luz de cuatro hachones. Confortado por los Santos Sacramentos, acaba de pasar a mejor vida a los ochenta años de edad. Ítem más que comía a rompetalega, la diabetes pudo con él.

Le velan su viuda, doña Nazaria, y sus cuñadas, Daría Francisca y Aurora Josefa, ambas vírgenes, al menos nominales, y un poco retrasada la segunda, por no decir completamente lela. Más tarde se les unirá Ulpiana, la sirvienta, que casi forma parte del ajuar de la casa. Todo va transcurriendo de acuerdo con el ritual de las exequias: a las letanías iniciales, muestra de aflicción y desespero, suceden ratos más apacibles que se consagran a quehaceres domésticos como cambiar a Aurora cuando se hace de vientre, degustar sus caramelillos espolvoreados con azúcar o acercarse regularmente al féretro para ver si el cadáver se va comportando como debe: si sus fluidos internos no se desmandan, si su vientre ubuesco va menguando, si va tomando el color adecuado a su difunto estado o si está suficientemente frío y tieso… Así, al venir los vecinos de mañana para llevarlo de una vez al camposanto, el difunto estará en condiciones óptimas para ser enterrado sin ningún sobresalto.

Pero el demonio corre que se las pela cuando se trata de enredar en estas liturgias familiares. Y no hay mejor momento que un velorio para poder echar la vista atrás. De modo que, de caramelo en caramelo y rezo en rezo, las tres hermanas, Nazaria, Daría y Aurora, van a ir rememorando los años que pasaron en amor y compaña con don José Rosario: Nazaria como esposa, Aurora, la tonta, de suplente, y Daría rabiando por el guardiamarina mientras que era la Ulpiana quien le calentaba la cama. Pero no es sólo eso, que ya es, sino que aparecen luego las herencias, los encinares y las tierras. ¿Por qué, siendo Daría la mayor, es Nazaria quien lo posee todo? ¿Y quién soltó aquel carro que relegó a Nazaria a una silla de ruedas de por vida (aunque luego veamos que no es cierto)? En cuanto a aquel gato tan querido de Aurora que, en un arrebato, ahorcó Daría, ¿fue realmente un animal de pelo? ¿O no fue un gato lo que mató su hermana? ¿A ver si llegó a ser un ser humano, vástago del guardián del gineceo, que ahora reposa a los pies de una encina? Todo se precipita a medida que surgen las sospechas y se va creando una gran confusión. Hasta los deliciosos caramelos podrían estar envenenados y todas las hermanas mandadas a la huesa… No se asusten ustedes, todo vuelve a la normalidad: el féretro se cierra y aunque se termine la obra con un fiambre de más, su muerte no reviste la menor importancia y nada va a pasar, todo seguirá igual.

Estrenada en 2001 en esta misma sala de la Cuarta Pared, casi al comienzo de la carrera de Laila Ripoll como dramaturga, Atra Bilis mueve a risa en un primer momento. No sólo por lo desaforado y «atrabiliario» de su trama sino por la condición de sus intérpretes, cuatro hombres vestidos de mujer, que juegan con esta ambigüedad para provocar la carcajada. Así que nos reímos al principio, cuando el fabuloso elenco de Micomicón procede a ejecutar unos plantos que, por su perfecta ejecución, su gestualidad y atonal disonancia, deberían quedar grabados para siempre en la historia de nuestra escena. Y nos seguimos riendo hasta su tal vez un poco demorado final, pero cada vez más a despecho a medida que la mala baba que le echa Ripoll al espectáculo va calando en nuestras conciencias. Por de pronto, el papel de mujer que hacen los hombres en nada resulta afeminado como suele ocurrir, para más risa, en el vodevil o la revista. Los actores encarnan a los personajes del otro sexo con la mayor naturalidad, como debieron de hacerlo sus colegas isabelinos o lo hacen hoy los de Propeller. Es más, pronto nos acostumbramos a su juego aunque no dejemos de sentir que esa permuta de papeles trae consigo una distanciación de lo real que nos introduce en lo grotesco. Y es entonces, cuando percibimos este cambio – sexual y teatral – de género, cuando nos damos cuenta de que el trabajo de Micomicón es un eslabón más de la cadena que, arrancando del crudo realismo de Galdós y el esperpento valleinclanesco, pasa por los miembros postreros de la generación realista – Muñiz, Martín Recuerda y Gómez Arcos – para proseguir con el «nuevo teatro» de finales de la dictadura: Castro, López Mozo, Romero Esteo, Martínez Mediero, Matilla, García Pintado, Arrabal, Nieva y tantos otros. Un teatro, en definitiva, de rebelión y resistencia que, desde la Restauración decimonónica a los tiempos de la Transición, vino plantando cara a la torturada historia del país y fue apagándose, tal vez con el solo rescoldo de La Zaranda, una vez advenida la democracia.

¿Qué ha ocurrido pues en nuestro tiempo para que este teatro, audaz y combativo, que siempre da la alerta ante el peligro de una involución, haya renacido a comienzos de siglo, incluso antes de que estallase la actual crisis financiera? En cierto modo, su reaparición coincide con el fracaso de la actual democracia española en la urgente tarea de recuperar su pasado cerrando las heridas abiertas por la guerra civil y dejando al bando vencedor apropiarse de la memoria histórica ante el temor o la interesada indiferencia de los vencidos. Pero – y en ello reside la fuerza de este teatro de trazo grueso que, como la pintura de Goya o de Picasso, es el que, por desgracia, mejor retrata a nuestro país – el interés de Atra Bilis no se remite sólo al pasado sino que sigue muy latente hoy en día cuando los recortes a los derechos y libertades de la ciudadanía y, en especial, las trabas a la procreación de la mujer amenazan, de no ponerse algún remedio, con retrotraernos a un escenario como el que se nos presenta en la obra con todo su cortejo de hembras desatinadas e impedidas, gatos ahorcados y bebés asfixiados al pie de las encinas.

La Trilogía de la Memoria de Laila Ripoll y Micomicón se representa en la Cuarta Pared como sigue: Atra Bilis (cuando estemos más tranquilas), del 8 al 18 de enero; Los niños perdidos, del 22 al 26 de enero; Santa Perpetua, del 29 de enero al 2 de febrero.

David Ladra

Título: Atra Bilis (Cuando estemos más tranquilas) – Texto y dirección: Laila Ripoll – Intérpretes: Micomicón (Marcos León, Mariano Llorente, Manuel Agredano, José Luis Patiño – Antonio Verdú) – Asesoría musical y canciones: Marcos León – Tema original: Pedro Esparza – Diseño de vestuario: Almudena Rodríguez Huertas – Realización vestuario: Toñi Llorente – Escenografía: Arturo Martín Burgos – Iluminación: Juan Ripoll, David Roldán – Cuarta Pared, del 8 al 18 de enero 2014


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