Críticas de espectáculos

Titzina Teatro/Distancia siete minutos/

Síntomas sin aparente causalidad

La depresión sicológica, enfermedad que se extiende en nuestra civilización actual, se manifiesta con síntomas evidentes para la ciencia pero sin claridad suficiente en cuanto a las motivaciones. Los siquiatras investigan en las neuronas que intentan aislar con química, y los sicólogos indagan en conductas a las que pretenden atajar. Unos y otros especialistas intentan reparar al individuo pero ninguno puede certificar el origen de la enfermedad.

Algo parecido sucede con los conflictos sociales que aborda Titzina en «Distancia siete minutos». Las relaciones personales se deterioran. Una mirada, un gesto, una frase, un desfase en la respuesta, un despiste, una diferencia de sensibilidad, multitud de cosas insignificantes provocan un malentendido, causan disgusto y distancian las relaciones personales. Pero aún careciendo de importancia esas pequeñas distancias, tampoco se conoce el mecanismo de intervención, que llevan a los individuos a pleitear.

En «Distancia siete minutos», un joven juez tiene que dirimir a diario diferencias de criterio y de acciones supuestamente ofensivas del borracho, de la vecina, del cliente de un restaurante, del hombre en paro. El mismo juez discrepa con su padre e intuye –hace que el espectador construya la historia– las circunstancias de la ausencia de su madre. Es un asunto de diálogo, de respeto, de educación, de amor.

Diego Lorca y Pako Merino, autores e intérpretes de «Distancia siete minutos», han escrito un texto ágil e inteligente que disecciona con delicadeza y precisión de microcirujano las relaciones personales que corroen la felicidad.

¡Qué gran metáfora! Las termitas están carcomiendo la madera del edificio donde vive Félix, el juez. Los pequeños insectos invisibles, que no hay explicación posible de cómo se han introducido entre las vigas, pueden arruinar toda la estructura del inmueble. Y, paradoja de la ciencia, el robot espacial Curiosity consigue llegar a Marte. ¡Apañados estamos los humanos, que consigamos poner un artefacto en otro planeta y no seamos capaces de descubrir a tiempo y atajar a un insecto que puede destruir nuestro corazón!

«No recordar no significa no existir», dice Félix, pero ¿quién es capaz de recordar veinte sucesos felices de la vida personal? Él solo es capaz de evocar uno. «¿Cuál es el origen de nuestro sufrimiento?» El texto plantea una historia llena de interrogantes –tendré que leerlo con calma– invita a reflexionar, a replantearnos la vida cotidiana, la convivencia, los pequeños detalles de cada relación personal.

Titzina, Diego y Pako, construye sobre el escenario un espectáculo sutil, delicado y dinámico. Sutil, en cuanto que los diálogos fluyen con naturalidad, pasan de un personaje a otro y a otro y a otro, hilvanados por frases cortas y certeras; el público puede percibir el texto, la palabra, como una fina línea que dibuja cada personaje sin solución de continuidad.

La propuesta dramática transcurre por suaves y poéticos vericuetos para hablar del suicidio, de las carencias humanas, de la necesidad de dialogar, de la falta de convivencia; el espectador se puede adentrar sin sobresaltos ni discordancias en el alma de cada personaje; el fino humor opera de exacto estilete para no producir dolor

La puesta en escena presenta tres elementos escenográficos multifuncionales que permiten cambiar de espacio y situación; son mudanzas sin apenas transición que imprimen al montaje un ritmo en continuo contraste y lleno de actividad.

Titzina se sigue reinventando con este trabajo que deja perplejo al público por la exquisita dramaturgia y el acertado análisis del comportamiento del individuo. Sin duda, Diego Lorca y Pako Merino tienen un largo recorrido con esta «Distancia siete minutos». La inteligencia, la constancia y el trabajo bien hecho son garantía de continuidad.

Manuel Sesma Sanz

Espectáculo: Distancia siete minutos – Autores e intérpretes: Diego Lorca y Pako Merino – Compañía: Titzina Teatro – En gira.


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