Críticas de espectáculos

Kafka enamorado/Luis Araújo/CDN

Reflexión y sensibilidad

El éxito obtenido por esta breve pieza de Luis Araújo durante la pasada temporada ha llevado a que se reponga en el CDN del 17 de enero al 2 de marzo. Y es de esperar que, como ocurriera el pasado año, la pequeña sala de la Princesa del teatro María Guerrero se llene a rebosar. Primero, porque es un placer estar en ese espacio tan íntimo y tan cálido, tan cerca del actor. Y en segundo lugar, porque la propia escena, por lo concentrado del recinto y su baja intensidad lumínica, parece el despacho de un psiquiatra en plena sesión terapéutica.

Sin embargo, no será Sigmund Freud quien salte al escenario en esta ocasión sino un oficinista amante de las letras nacido en Praga, Franz Kafka, compatriota y coetáneo suyo que, de haber pasado por su consulta en Viena, le habría dado mucho que discurrir (ahí queda el tema para quien lo quiera tratar). En la obra de Araújo los Freud somos nosotros, los espectadores, invitados a un psicodrama cuya trama él se ha encargado de montar tras una paciente indagación y que ahora nos presenta, fragmentada, por ver si, al recomponerla en nuestras mentes, se nos esclarece la figura de tan enigmático escritor y sus males de amores la humanizan.

En la desordenada vida erótica de Franz Kafka, su relación con Felice Bauer, que estuvo a punto de llegar «a buen puerto» al menos por dos veces, fue una rara excepción. Algo debió de ver en ella – su condición de mujer cosmopolita y culta, su relevante posición en la empresa berlinesa en la que trabajaba, su capacidad para mantener una correspondencia de la densidad que él exigía, su audacia en la manera de afrontar la vida… – para haber mantenido dicha relación durante cinco años. ¿O es que Felice verdaderamente le atraía y llegó a sentir por ella algo parecido al amor? Se vieron pocas veces y se comunicaban sobre todo por carta, lo que podría hacernos sospechar que Kafka se construyese un personaje que, excluidos sus contados encuentros sexuales, se desvanecía en cuanto estaban juntos y hablaban de su próxima boda. La excusa del escritor de Praga siempre fue igual: con todo el trabajo que tenía en la fábrica y en la oficina, no le quedaba tiempo para escribir y escribir era su destino. Casarse, tener una familia y atenderla le habría alejado del mismo y, al final, no tuvo otro remedio que escoger. Y para nuestro bien, escogió la escritura.

En cierta manera, el público se siente responsable de aquella decisión. Ha estado, desde el primer momento, subyugado por ambos personajes, exquisitamente interpretados por Beatriz Argüello y Jesús Noguero, que se funden con ellos. A unos metros del público, sin barreras, ambos los componen sin fallo alguno: cuando uno habla, el otro escucha, algo que no suele ser corriente en nuestra escena. Y no declaman, sino que nos susurran su papel al oído sabiendo que estamos ahí. Se establece así una especie de dúo que, de no ser por la continua interferencia de la molesta música de fondo (¡qué manía, si no es un telefilm!) adquiriría pleno valor melódico. Ello es posible gracias a la tersura y sensibilidad del texto de Araújo, que se deja decir por los actores casi con la musicalidad del verso. No nos debemos extrañar, por tanto, de esa reacción de la audiencia acusándose intuitivamente de que, por el bien de la historia de la literatura, aquella relación saliera mal. Como los tiene al alcance de la mano, podría ser que algún espectador algún día llegase a interpelar a los intérpretes, les invitase a reflexionar y nos cambiaran el final.

¿Es Kafka enamorado una rara avis en la carrera teatral de Luis Araújo? ¿Cómo encaja esta historia más bien sentimental en el imaginario teatral de un autor siempre comprometido con los perdedores de la Historia, los segregados por su raza, sexo o religión, los explotados por el capital, los inmigrantes o los excluidos de la sociedad? ¿Le da continuidad a sus últimas obras, Mercado libre o La trayectoria de la bala, ambas de fuerte contenido político y social? Puede que haya una deriva modernizadora en lo formal, pero la inquietud por la incidencia de la conducta individual en el quehacer de la comunidad sigue ahí. Y más profunda, si cabe, que cuando se hace explícita en el drama social. ¿Cuántos espectadores no se ven retratados – y de ahí viene, creo yo, su afinidad con esta obra – en esos personajes que renuncian a sus aspiraciones y sentimientos por tener que cumplir con un deber, obligado por otros o autoimpuesto? Aunque lo sintamos por Felice (quien, habrá que suponer también que por bien nuestro, acabó vendiendo más tarde las cartas que conservaba de Kafka) la elección del escritor fue la adecuada y en ese sentido, con todas sus dudas, flaquezas y traiciones, se convierte en ejemplo a seguir. Su mundo, tan absurdo y estrambótico para sus contemporáneos, nació con la Primera Guerra Mundial, se puso de largo en la Segunda, y ha llegado a la madurez con este capitalismo «avanzado» que hace las veces de la Tercera. Bueno es que le estemos agradecidos por haber seguido escribiendo y habernos puesto sobre aviso.

Terminar aplaudiendo la ingrata labor de Chema Ruiz en ese tan difícil papel de «estar sin que se note» y preguntarle al director, José Pascual, que también hace una labor loable, para qué sirve esa mampara que, sin añadir nada a la escena, se come al menos la mitad.

David Ladra

Título: Kafka enamorado – Autor: Luis Araújo – Dirección: José Pascual – Intérpretes: Beatriz Argüello (Felice), Jesús Noguero (Kafka), Chema Ruiz (Max Brod) – Escenografía: Alicia Blas Brunel – Iluminación: Pilar Velasco – Vestuario: Rosa García Andújar – Música: Luis Delgado – Producción: CDN – Teatro María Guerrero, Sala de la Princesa, del 17 de enero al 2 de marzo 2014


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