Zona de mutación

La insufrible finitud

La performatividad hace que el actor en vez de actuar sea actuado por una acción momentánea que él no previene ni mediatiza con su conciencia. Esta performatividad asume un carácter regresivo. Así como impune, el actor está a merced de la tormenta de lo presente.

El espontaneísmo fragiliza la voluntad, la frontera de la piel se hace superflua. El cuerpo se asimila al medio ambiente, se deslíe en él. La conciencia es un líquido inmiscible, que ninguna naturaleza puede disolver.

La disolución quizá sea el mandato ecológico supremo. La absorción de una sustancia en la otra.

Más que necesidad de actuar hay que hablar de movimiento. Es el movimiento lo que desata de hecho una sensación y la primera acción es la que adscribe a su seguimiento. La estilización que se hace del mismo es mediatizado por la mente. Si es movimiento que responde a una imagen referencia, a una influencia externa o si es un movimiento pulsional, pre-lingüístico.

Mallarmé en su ensayo ‘Acción Restringida’ aludía al actuar como a la producción de un movimiento que te da la emoción de sentir que fuiste su principio y por lo tanto existes, algo de lo que a priori nadie está seguro.

Pero curiosamente, a nadie interesó definir qué es el movimiento, según dice Agamben.

Ya después, cualquier secuencia kinética puede aceptar un sentido. El abecedario físico es capaz de articularse en lenguaje. Lo que Mallarmé llama ‘aplicar al papel’, para que no se evapore. Escritura, concreción. Y si lo capturas, es pasado, ya no presente. En la selva de signos, la decisión del poeta restringe el horizonte de posibilidades a generar realidad de su opción de seguir, al azar, esta ilación y no cualquier otra.

Pero, ¿importa más esa opción o la certeza de un infinito inabordable? En el alfabeto de los astros, la escritura de luz se arma sobre el fondo negro. El hombre moja su pluma para escribir negro sobre blanco. Asume su máscara, prefigura su escena. Ancla su alma a un lenguaje decible de gestos y figuras. Se hace finito, pero en su diafanidad puede verse o no su infinitud.

La topometría hace los lenguajes a la medida del hombre. Cada lenguaje es un hilo de Ariadna que garantiza el retorno. Cada poeta se define por cómo le gana tierras al mar. La locura es la licuación de la mente en lo infinito.

La acción es la dinámica, el movimiento, lo impensado. La acción pone a temblar la escena, pero de su sedentarismo canónico puede surgir una continencia o una disputa ante el desborde de la estructura estática, históricamente dada.

Siguiendo que Agamben hace de Aristóteles: el movimiento como acto sin terminar, sin telos, lleva a que el movimiento mantenga una relación esencial con una privación, una ausencia de telos. Una sed de completamiento. Un ir hacia. El movimiento como el acto de la potencia en tanto potencia, más que del paso al acto.


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