Puente de Brooklyn

Es que con estas prisas…

Todo necesita tiempo.

Sabemos que el tiempo es oro y que se acaba, que apremia y que, aunque intentes cogerlo a la desesperada, se escapa. Es escurridizo como un pez mojado. Una pescadilla con tanta vida que ¡zas!, desapareció…

Una tarde durante mi segundo otoño norteamericano acabé hablando con un desconocido.

Me miró fijamente a los ojos y, con la palma de su mano abierta, me hizo un gesto de guardia urbano a modo de «stop». Tras haberle contado brevemente mis andaduras como actor y creador extranjero, me dijo:

-Tsssss, tranquilo…Todo llega. Puedes tener cuarenta años y conseguir un papel protagonista en Broadway, si es lo que te propones, por ejemplo.

Hablar con desconocidos es algo muy normal y pasa muy a menudo en las grandes ciudades. Además, en realidad esto no es tan grande como dicen. Lo que pasa es que hay demasiada gente y todo se acaba concentrando mucho.

Se trata de un micro universo que te concentra y apelotona junto a los demás. Te hace permanecer enlatado y te conviertes en una sardina. Tu espacio vital se ve constantemente invadido por miles de seres acuáticos que, como tú, hacen colas y se meten en medio de tu camino antes de cruzar la calle. O se plantan a cuatro centímetros de tu cara obligándote a sentir de cerca la respiración de un individuo extraño, al cual sea muy probable que le huela el aliento. Afortunadamente no le olerá a sardina, pero sí a prisas y ansiedad porque llega tarde a su destino. Igual que tú.

Es entonces cuando se produce una incesante contaminación interhumana, compuesta de vibraciones invisibles que te empujan a la velocidad.

En esas corrientes de aceleración te ves encerrado desde que llegas. Te descubres en un loop al que llaman:»corre que te corre», o también conocido como: «de aquí para allá». Y a ese loop te subes como un niño al tiovivo. Es contagioso ya que está en el aire y en la energía. En el pulso cardíaco de todos los ciudadanos y dentro de los restaurantes. Es lo que mueve los taxis amarillos y las nubes que están entre los rascacielos.

Desde el principio te conviertes en un adicto a las prisas, y claro, llega un momento que incluso quieres más. Pues el ser humano es de costumbres y a todo se acostumbra uno.

Se cumplía mi primer año con campamento base en Brooklyn y llegaba el segundo otoño.

Se trata de mi estación preferida ya que todo coge un color distinto y puro. Un filtro de marrones, naranjas y amarillos deja ver las avenidas como fotografías de una película de Woody Allen.

En aquella tarde el equilibrio de las hojas cayendo y aquel desconocido me hicieron entender algo muy simple pero importante: Todo necesita tiempo.

Nunca me había propuesto como objetivo: «Broadway».

Ni siquiera en estos momentos se trata de algo a lo que dedique especial atención como actor, ya que siempre me he sentido más afín con el lado «Off» de las cosas. Lo mainstream y el fast food de las artes escénicas siempre me han dado un poco de alergia.

Fue una revelación callejera que provenía de otra sabiduría, pero que comprendí de forma orgánica y animal. Algo me hizo entender que debía sosegarme en general y que todo necesita tiempo.

Verme en la distancia y visualizarme en el futuro con más años y con una perspectiva diferente, me hizo de forma automática relajar los hombros y sonreír.

Todo necesita tiempo.

Pero también me doy cuenta de que las prisas me han servido para producir mi propio cocktail. Mezclar mi energía con la ciudad y moverme rápido. Afilar mi intuición para entender y decidir cosas como: qué es lo que no quiero. Pero decidir deprisa para no perder tiempo porque el tiempo va pasando, y como no me ponga las pilas todo este esfuerzo no habrá servido de nada.

Porque claro, yo no me puedo permitir el lujo de haberme pegado todo este viaje, lejos de los míos y convertirme en un emigrante, para ahora relajarme. Vamos que como no me espabile me toca volverme con las manos vacías y cara de bobo. Así que venga, ¡rápido!, no te embeleses que no hay tiempo que perder…

Eh….quiero decir…

¡Vaya! Qué pronto se me ha olvidado lo de «en Broadway a los cuarenta».

Es que con estas prisas…


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