Hasta qué color de sangre iremos juntos
Noli me legere, no me leerás. Estaré ahí, como una virtualidad que se quiere forma. Una carnalidad que expresa un desorden que transgrede las vías logocéntricas. Una subsistencia que no guarda el orden de la escritura. Se precisa un elemento capaz de resolver lo innominado. Me verás, o irremediablemente no. No habrá palabras iladas para subsanarlo.
El Director no es tal antes de la obra. Se inventa haciendo. El mundo del teatro está tan lleno de prescripciones, prevenciones y precedencias, que por esta sola causa la materia dirección carece de enjundias bibliográficas, o de abundancias académicas. Es un vacío notable.
No se nace director. La producción produce al productor. Es por esa gestión que adviene la carnadura que puede palparse. Es tal acreditación lo que produce al director. No hay directores prematuros ya que su existencia depende de la consumación de aquello que se convoca desunido. Es una especial paradoja, porque la consumación del director se hace en la obra en el momento en que ha de desaparecer para que exista el espectáculo, lo que impone el término de su dilución.
Parafraseando a Blanchot: «antes de la obra no existe, después de la obra no subsiste».
Cómo probar que el director existe. ¿Es necesario?
Todos, autor, director, actor, mueren asesinados cada noche por el espectáculo.
El más allá de la función directorial, parece más bien manifestarse como prerrogativa, como presunción o aún como un dato a-causal, contenido en aquella frase: «basta que te auto-proclames director, que haya un puñado de crédulos que lo acepten, que terminas siéndolo». Lo que avala su improbable pedagogía. Cómo doctorarse director virgen de obras. Garrafal petición de principio.
Toda presunción ayuda a tener un Yo mayor a lo que se hace. El ‘fuera de obra’ suele apasionar como engordar el volumen de la auto-estima.
Hay coartadas y reaseguros para el título que sea. -«Tú qué haces». –»Obras». El ‘qué’ por la ‘promesa’, lo aún no hecho. Pero puede vivirse muy a cuenta, al fiado. Hay fiadores que pueden muy bien firmar las credenciales, a nombre de las obras por hacerse. Con la obra ya hecha, si consuma con solvencia la promesa, otorgará a promesas futuras el rango de reales profecías. Un verdadero poder la capacidad de concretar.
Cada obra un volver a renacer. «Cada obra un mundo» (Joseph Chaikin). Cada obra más, un universo en expansión, capaz de superar a su hacedor. Capaz de existir sin su creador.
Cada obra un aprender a morir. Cada morir un renovar las ganas de vivir, en una rítmica secreta, de la nada con el todo.