Sindicato, Brecht, y verdad
Uno se pasa la vida persiguiendo la verdad escénica. Uno entiende, desatiende, se sumerge en el último pliegue de la carne, después ensayar , escribir, y fracasar hasta que el cuerpo pone el límite. Uno se acostumbra al bien fuera de lugar, a ese bien torcido, poco saludable que ya forma parte de nuestra cultura: es el bien que cosecha este presente , diálogo con las morales anteriores, con las nuevas, las de siempre, y uno echa mano a la nostalgia: ¿bien?¿El bien? El bien, aquello por lo que cierta humanidad ha dado su vida. De ese bien se tienen pocas noticias. Está medio en el olvido. Olvido propio y ajeno. Un olvido acostumbrado a que se olvida y ya se sabe que sucede: se integra.
No es que el tiempo modifique la Historia y se desentienda de las revoluciones, es que en medio de tanta negociación, en pos de ese BIEN con mayúscula, a uno se le va la verdad de las manos, y queda medio tonto, alelado, remontando un residuo, un recorte, algo que nos devuelva aquella potencia única y erguida: la verdad.
Estoy ensayando en SUA (sindicato de actores), en una semana estreno. Es mediodía, hacemos una pasada, un productor extranjero viene a vernos. Afuera un grupo de obreros repara la calle, están en un descanso, hablan fuerte, el ensayo se contamina, le pido a mi asistente que hable con ellos. Miro por la ventana la situación. Me gustaría invitarlos, que la calle y la ficción encuentren espacios de intercambio.
Un rato antes con los actores comentábamos lo que había pasado con el SUNCA (sindicato único de la construcción en Uruguay) el 18 de marzo se votó en el parlamento uruguayo, la ley de responsabilidad empresarial, y el sindicato protagonizó una movilización pacífica, con un despliegue de masas, de las masas que todos añoramos cuando se unen la razon y el corazón en el mismo plato bajo el mismo pienso. De esa verdad que uno reconoce y dice: ah, volviste, sos vos. Un movimiento compacto, se pone de pie, erguido ,sin dilapidar ideologías,se pone de pie. Todos juntos, como en las mejores puestas de Brecht, como cuando Piscator introdujo la verdad obrera en el escenario, como cuando Boal comenzó con las primeras dramatizaciones del teatro del oprimido. La verdad se hace notar, y brilla. Y uno desde la vereda de enfrente, no importa si es con la tele, en el bar, el ensayo, lo lee en la prensa, en internet o en face. Uno habla en el ensayo, en el teatro, en el bar, todos comentan: me emociona el SUNCA con sus colores rojos. Uno vuelve a relacionarse con la verdad. Y después de eso, el cuerpo queda agradecido,como si conectara con la primera lectura de Stanislavski o con el descubrimiento de los estados de Artaud, y uno se regocija de ser un privilegiado porque la verdad anda por ahí suelta, con la esperanza de ser recogida. Uno se apura, y concede reinados tempranos, se apura: mal contemporáneo. Y ha maquillado el bien para sentirse mejor, para recuperar la esperanza, aunque fuera ficcionada.
Uno, desde el uno más desolado, desde el alma despojada como nos enseñó Grotowski vuelve sobre sus pensamientos y dice: nos emociona. Nos emociona el SUNCA. Nos emociona ver esa fuerza, esa verdad en la calle. Los movimientos que contemplan la VERDAD son faros para los que hacemos círculos con la realidad. Los que ficcionamos y contemplamos el mundo para hacerlo universo accesible, no dista mucho de los crean leyes para hacer el mundo más habitable, justo y democrático, pero sucede que por cuestiones de tiempo, andamos desordenados y desencontrados. Las verdades de un lado y otro deberían encontrarse.
Marianella Morena