Intelectualidad y prepotencia
Situaciones como el desgano por resolver la duda, el abandono del estudio, de la investigación, de la creación, de la imaginación y de la historia, como consecuencia del desmembramiento del proceso al que conducen los esquemas impuestos por la globalización, han reforzado la importancia del intelectual hasta convertirlo en un elemento sin el cual la sociedad no está en condiciones de existir, porque es el único recurso del que dispone para acceder a las explicaciones a las cuales se llega por las distintas vías sobre las cuales hemos hablado al comienzo de esta nota, pues se infiere que uno de los objetivos del intelectual es hacer lo que muchos no hacen, es decir, estudiar, interpretar la realidad, conocer la historia y proponer los cambios sociales cuando las condiciones lo aconsejan.
El intelectual siempre ha tenido una imagen destacada a lo largo de la historia, porque el conocimiento no es algo que haya llegado con equidad, por siempre a todos los seres humanos, y a medida que los hábitos de estudio y las actividades conexas con el conocimiento se descartan, la imagen del intelectual crece y va adquiriendo aspecto mítico, y es la razón por la cual el intelectual cada día posee un mayor espacio de opinión y todo cuanto hace y dice es considerado, sin mayores comprobaciones, como una verdad.
El prestigio adquirido por la figura del intelectual ha hecho que muchos deseen pertenecer al gremio, y como en tiempos de globalización no hay tiempo para definir los grados de verdad y mentira que cada persona expresa, se imponen las posturas audaces de quienes deciden dar la impresión de ser intelectuales y por lo cual empiezan a comportarse como tal.
Con esta protección automática de la imagen, que les da el prestigio de infalibilidad, los intelectuales pueden jugar a crear teorías, a lanzar hipótesis y a inventar definiciones sin la responsabilidad de explicarse, y por eso quienes llegan a fungir como intelectuales a fuerza de audacias expresan su mayor fortaleza en la locuacidad, porque éstos no creen aquello de que el silencio es más elocuente que la palabra.
Una muestra de la intromisión de estos elementos audaces en el campo de la intelectualidad se puede ver en un experimento, hecho ya en muchas partes ,y difundido por todo el mundo, como corresponde a la doctrina de la globalización, de repetir las cosas para dar la impresión de la existencia de un acuerdo mundial, y cuyo mecánica, que tuvimos la oportunidad de conocer por anticipado, consiste en la apertura de una gran exposición de pintura, adonde el vuelo de la imaginación de los invitados no importa tanto como el de su opinión, porque el objetivo es poner a hablar, sin control, a los asistentes.
En estas jornadas de descubrimiento de egos, para denominar la operación de alguna manera, todo está preparado para conseguir el objetivo fundamental de dicho experimento, cual es despertar entre los invitados especiales, la mayoría de ellos convencidos de ser intelectuales, un deseo incontrolable de opinar.
La exposición a la cual nos estamos refiriendo constó de dibujos elaborados por niños en edades en que la emotividad aún está en franca lid con la razón, y despistan con facilidad a quienes viven convencidos de que solo los adultos, piensan, razonan, imaginan y crean.
Contar lo que allí vimos y escuchamos puede resultar incompleto, y por eso terminamos la nota en este punto, dejando a la imaginación de los lectores lo ocurrido en dicha exposición, como consecuencia de la puja entre los asistentes, por decir la mejor y última opinión.