La muerte de los inmortales
Se muere Gabriel García Márquez y da más pena que otros. No se si será por sus ojos o por sus personajes alucinados, los gallos, las botas y la tierra o los amores realizados tardíamente en barcos de vapor. El caso es que Gabriel García Márquez se va y nosotros nos quedamos más huérfanos, a pesar de que su agente se empeñe en añadir que la vida literaria de Gabo empieza hoy.
Recuerdo el día en que murió el poeta. El poeta que cantaba a la tierra vasca con el vibrato de los ancestros. El cantante de voz nasal que conmovía los corazones más duros hablando de las piedras y los ríos y las aves migratorias que se posan en la ventana. Hablaba de nuestras esquinas y tenía algo de pájaro. Mikel Laboa también se fue hace unos años y nosotros soplamos una vela en el local de ensayo.
No puedo llamar ahora a la memoria para que me traiga el nombre de aquel escritor que dijo que a él le daba igual lo que fuera a pasar con su literatura a partir de su muerte, porque él ya iba a estar muerto y eso es lo único que contaba.
Mal que le pese a aquel difunto, nos quedan sus textos, el imaginario. Imágenes, personajes, melodías y adivinanzas que dejaron en el mundo aquellos que lo habitaron durante un ínfimo periodo de tiempo si contemplamos los largos años de vida de la vieja tierra, pero que parecieron gigantes inmortales durante un tiempo, por su obra, su presencia, sus historias, sus tejidos.
Elizabeth Taylor, Lorca, Anais Nin, Hypatia, Buñuel, Hitchkock, Grotowski, Picasso, Artaud, Marilyn, Cantinflas, Chaplin, Ravel, Van Gogh, Blas de Otero, Virginia Woolf, George Orwell, Dalí, Buero Vallejo, Gandhi, Gonzalo de Berceo, Santa Teresa, Lahsa, Sócrates, Da Vinci, Tchaikowski, Benedetti, Cortázar, Hume…
Son todas figuras tan grandes que parecen un sueño. Tenemos sus escritos, películas, videos e incluso fotografías y aún así, se desdibujan en el inconsciente colectivo como personajes mitológicos que nunca existieron en carne y hueso. Y quizás, nunca lo hicieron. Porque, ¿dónde quedan el hombre y la mujer reales? ¿Dispersos quizás entre las páginas del libro que escribieron, del lienzo que pintaron, del canto que cantaron? Sus legados son trazos del alma reflejados en un soporte material.
Y también son gasolina. Gasolina que quemar en los motores creativos de los que vendrán. Y de los que aún estamos por aquí. Desde que habita esta tierra, la humanidad está tejiendo su historia en base a los cuentos que a ella misma se cuenta, los mitos que escribe, la poesía que canta y las canciones que vive. Ciertas personas tejen por un tiempo el manto de nuestra historia y sus bordados son de una riqueza y colorido impresionantes. Nos hacen más bellos, más completos, más totales. Y entonces se van, pero el resto quedamos y no nos queda otra que bordar aguja en mano los animales, las plantas y las historias que imaginemos, hasta que otros cojan la antorcha que en sus manos dejemos.