Sud Aca Opina

Arde Valparaiso

En mi país, cuando las cosas no salen bien, se dice que uno anda meado de gato, seguramente por lo pestilente de su orina que produce rechazo a las cosas buenas. Definitivamente en el último tiempo nos hemos transformado en el orinal de los felinos. No ha pasado un año en que no hayamos tenido una catástrofe de proporciones. Dos terremotos de más de ocho grados en la escala Righter, un Tsunami para el cual no teníamos ni la más mínima preparación y ahora, un incendio mayúsculo. El país está deprimido. Estamos pasando por un mal momento. Es cierto que existen lugares de la tierra que tienen problemas fundamentales mucho más grandes que los nuestros y que por añadidura arrastran desde hace ya muchísimo tiempo, pero es un derecho humano el quejarse y un deber mirar hacia lo positivo. Tratar siempre de equilibrarse hacia arriba y no hacia abajo. La última catástrofe es, porque todavía no terminan sus efectos psicológicos y sociológicos, un enorme incendio que afectó a la mítica ciudad puerto de Valparaíso. Un lugar reconocido por la Unesco como patrimonio cultural de la humanidad. Una ciudad en la que sus callejuelas exudan historia e historias. Esta calamidad no afectó a los grandes consorcios económicos ni a la parte acomodada de la sociedad, se ensañó con los más pobres, esos que no pueden elegir donde vivir y sobreviven donde pueden. 16 muertos, 2.900 casas arrasadas por el fuego, 12.500 damnificados, hasta el momento. En cuanto se generaron las llamas, también comenzaron a producirse múltiples registros audio visuales que dan cuenta de la magnitud de la tragedia, aunque no a plenitud. Ni los fríos números, ni las imágenes en directo de la destrucción, ni siquiera el «acierto periodístico» de una abuelita contándole entre sollozos a un micrófono como su casa se quemó con su viejito adentro, son capaces de transmitir el profundo drama humano vivido por esos desposeídos que ahora están en el limbo de la incertidumbre, pues ni siquiera su pobreza tienen. Como suele suceder ante situaciones límite, las reacciones del ser humano dan cuenta de su miserable pequeñez y de su infinita grandeza también. Ladrones merodeando entre las llamas para obtener repudiables botines de quienes comienzan a llorar su pérdida, no de la casa material, sino que de su hogar. Anónimos ayudando solo por la retribución de un suspiro de alivio. Grandes supermercados poniendo a disposición de sus fieles clientes carritos para que estos depositen parte de sus compras y luego el supermercado haga entrega del donativo como si fuese propio, gastando más en publicitar el hecho que en los recursos entregados. Pequeños comerciantes de barrio que sin pensarlo llenan sus autos de la mercadería que a duras penas podrán reponer en sus negocios y parten a entregarla ellos mismos sin interesarles ni siquiera una fotografía. La ayuda ha sido tanta, ya sea por sentimiento puro o por moda que lleva a postear la foto en facebook, que las autoridades han tenido que pedir a través de los medios de comunicación, que la gente se abstenga de ir porque el caos es absoluto y la ayuda de buena fe se está transformando en un nuevo problema difícil de manejar. Como ha sucedido antes, algunos mega empresarios ya comienzan a ingresar mercaderías como ayuda humanitaria para no pagar impuestos y luego venderlas al estado para que lleguen a su destino final tras generar suculentas ganancias para los inescrupulosos comerciantes del dolor. Miles lo perdieron todo y lloran sobre las cenizas de un pasado que solo será recuerdo. Unos pocos siguen en sus casas que se salvaron para ser ahora una isla rodeada de sufrimiento y lloran por la soledad de estar solos rodeados del dolor de quienes fueron sus vecinos. Después de la guerra todos son generales y han aparecido quienes enarbolan la bandera de «yo siempre lo dije» para figurar y tener sus 15 minutos de fama. ¿Aprenderemos de todo esto? Por supuesto que no. Saldrán nuevas leyes que regulen la planificación urbana para que los vehículos de emergencia tengan las vías necesarias de acceso a cualquier lugar, se limitarán las áreas restringidas por su difícil habitabilidad, se plantearán alternativas de desarrollo sustentable, con la palabra sustentable como validación por estar de moda, se bla, bla, bla hasta que en un tiempo indeterminado otra tragedia nos abofeteé en nuestro ego de país sub desarrollado con ínfulas de grandeza. ¿Y toda esta personal descarga emocional, que tiene que ver con las artes escénicas? Son ellas las encargadas de mostrarnos los sentimientos del ser humano, sus grandes y pequeñas actitudes, sus pro y sus contra, el amor y el odio. La naturaleza es per se, sin crítica ni cambio posible mientras que, a pesar de las pruebas irrefutables en su contra, debemos tener fe en que el hombre puede potenciar su lado positivo y anular sus actitudes negativas. No son los números los que nos pueden hacer cambiar, son los sentimientos, los mismos que el arte potencia en nosotros. Estoy seguro que en un tiempo cercano, aparecerán cuadros, obras de teatro, películas, canciones, poemas, de un cuanto hay en referencia a esta catástrofe, porque lo negativo vende. A menos de un año del bullado rescate de los 33 mineros atrapados bajo la tierra en el norte de mi país, ya estaba listo el guion de la película que por estos días debería estar en etapa de edición. El arte aunque se mercantilice y pierda su horizonte primigenio, es indispensable para no olvidar y tratar, al menos tratar, de aprender del pasado. Solo el arte nos permitirá alejar a los gatos para que vayan a mear al despoblado donde no afecten a nadie.


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