El rostro de la desgracia
Está desprovisto de personaje. No tiene construcción, ni premeditación. Desnudo, cautiva. Nos lleva al deseo de saber más, ¿qué viene después de que la persona fue despojada de felicidad, con un final trágico que se aproxima? Como las miradas últimas de los prisioneros en los campos de concentración mientras algunas prisioneras tocan los últimos acordes en violines. Uno desea no solamente la belleza o la felicidad, desea el abismo de lo que no se ve , se intuye y no se conoce. ¿Cómo se representa la desgracia, la última secuencia de la miseria, abierta y desollada sobre el cuerpo inútil? Esa carga agotada, dilatada y vencida. Con rima y sin métrica, dinámicas del lenguaje perverso y del deseo de saber, ¿hasta cuándo podrás amarme? Dame tu último suspiro, la lágrima que viene después del semen, cuando el iris desprovisto de almacenes adecuados supura realidad y austeridad. No hay más. Ve por otros , ve por otras. ¿En el escenario alguien tendrá un resto de amor para que me convenza que el último rostro no es el más triste?
Los trabajadores cuando eran esclavos portaban todo el sistema encima. Nada más inútil que el sudor sin poesía, cuando resta y no hay virtud, ni entrega, ni humanidad que salve los litros que cada cuerpo deja en los otros. En las ventajas de ser y dar sin descanso.
Miro, admiro, me inclino, duermo, el cuerpo se retuerce, ni mano propia ni ajena para descubrir qué hay, ¿el rostro de un actor sufriendo? No se sufre por otros, o se sufre por uno o es farsa barata, nadie compra un dolor inútil, vacuo. Quiero tu dolor. Pago mi entrada, dame tu última miseria, arrastrado y arrasado por la desventura de un cuerpo que ha dejado de ser joven, que no eyacula todas las mañanas que no puede cogerse a la actriz en el camarín. Ya no. Compro mi entrada y espero en la butaca que me des un poco de erotismo, no importa si la obra tiene ese contenido y te veo, al borde del precipicio, con esa cara impiadosa, arrugada, sin relatos escondidos, todo a la intemperie, como un banquete emocional. Yo me sirvo. Servime. Destruime.No me importa tu estado dilatado. Quiero ese rostro desprovisto de elegancia, sin perfecciones, con errores en el gesto, torpe por naturaleza, hasta el hartazgo. Torpe hasta morir en la huída. No te irás. Compré mi entrada. Vení, tengo una cama en silencio, nadie sabrá que fuimos dos. Quiero tu rostro en mi mano, prometo no devolverte entero. Serás trozado para el desayuno. No me importa la cena.¿Puedo llevarme el comportamiento a mi casa? Que mé dél rostro de Vincent, de Hamlet desesperado y del arrogante Elmer. La virginal Ofelia lame sus heridas cerradas. Y yo volveré a tomar mi vino sola.
Después volverás al escenario y serás solo, siempre en soledad y con todos nosotros adentro tuyo, aunque te tenga no serás mío, aunque me tengas no seré tuya, el rostro huye hacia adentro, y rastrea el infinito, la docilidad de saberlo, es la belleza de la sumisión. Acá estoy.