El temor a la crítica
Entre el significado que de las palabras nos muestra el diccionario y su función social hay una notable diferencia, porque tenemos fácil acceso al significado abriendo el diccionario, pero casi siempre nos deslizamos por la vida manipulados por la connotación ideológica de las palabras, sin tener consciencia de ello.
Nuestro sistema educativo está diseñado para hacer del individuo un repetidor de la realidad, porque actitudes que conducen a activar una conducta con tendencia al cambio, como el ejercicio de la imaginación, el uso del pensamiento, la práctica de la creación, el hábito del análisis y la apertura frecuente hacia el debate, están siempre distantes del proceso educativo, lo cual no es una coincidencia sino una estrategia diseñada por quienes gobiernan (sea cualquiera la tendencia política) para mantener vigente la estructura social impuesta por ellos.
Las palabras forman parte de ese bagaje de repetición, y no son lo que aparentan. Las palabras no se activan, como por lógica suponemos, cuando las pronunciamos, porque éstas poseen autonomía propia y tienen la capacidad suficiente para generar estímulos permanentes, dirigidos a regular el comportamiento, porque las palabras, más allá de su tarea de darles nombres a las cosas tienen la misión de moldear la conducta del ser humano e insértalo en un esquema predeterminado.
La palabra es portadora de una herencia histórica y su capacidad de condicionamiento depende de su fuerza ideológica, cuya potencia se construye con el tiempo.
Una palabra cuya mención despierta inseguridad y preocupación es la que conocemos como crítica, porque su definición, según el diccionario, que como ya sabemos es el único recurso con el cual contamos para establecer relaciones con las palabras, la convierte en una amenaza.
Todas las acepciones que sobre la palabra crítica nos ofrece el diccionario la sitúan en el plano del examen, expresión esta última que nos remite con facilidad al concepto de juicio, y reactiva aprensiones de las cuales no hemos conseguido liberarnos, porque el temor al juicio, que es un elemento involucrado en todo proceso educativo, reverdece cuando se aplica a cada ser humano bajo el pretexto de la formación. Hacernos sentir la inminencia de un juicio sobre nuestros actos, es parte del objetivo de la educación.
Dice una definición de la palabra crítica: examen o juicio acerca de alguien o algo y, en particular el que se expresa públicamente sobre un espectáculo, un libro, una obra artística, etc, y dice otra: conjunto de los juicios públicos sobre una obra, un concierto, etc. con lo cual, cuando quien realiza una obra y surge sobre ella la posibilidad de la crítica, su hacedor entra en crisis, porque de inmediato se siente en el banquillo de los acusados.
La percepción tradicional de la palabra crítica, con la cual se desata el temor, nos ha llevado a desconocer ciertas utilidades que tiene la misma dentro del proceso de conocimiento, como es la disposición de algunos de quienes ejercen la crítica de ir más allá del propósito de examinar con la intención de juzgar, como lo sugiere el diccionario, y ahondar en la obra hasta hallar contenidos que han escapado a la consciencia de su creador y a la atención del observador, auditor o lector, según sea el caso.
Siempre vemos en el ejercicio de la crítica la amenaza, aunque quien la ejerza incluya entre sus tareas descubrir la esperanza; pero esa así como nos han enseñado a ver las cosas, porque un individuo esperanzado es más difícil de gobernar que un individuo atemorizado.