La especificidad de la forma
La puesta de movimientos y expresiva en general, pretende constituirse en un pequeño sistema ‘alejado del equilibrio’, lo que favorecería compeler a todos sus factores intervinientes a un tendencia a auto-organizarse. Cada escena se somete a un sostenido espolvoreo que se resuelve asentándose en una auto-organización. Lo interesante de este registro coreográfico o supeditado a una geometría del espacio, promueve una activación de la forma que propende a reorganizarse ni bien se produce algún vacío en ella, o una tendencia a la entropía escénica motivada por el estatismo de un equilibrio ya logrado. Esto en los hechos establece una zona de permanente necesidad improvisatoria, pero con capas afianzadas que operan de soporte a la posibilidad de un intercambio abierto capaz de evitar que dicha forma se estacione en un reposo contraproducente. Sabemos por el científico Boltzmann que un sistema que aumenta su entropía ya no intercambia información ni energía con el exterior, se encierra sobre sí mismo, y avanza a su muerte térmica, lo que desenlaza los elementos antes unidos, hasta caer en un caos o desorganización homegeneizante.
Se trata de solventar un sistema poético-expresivo capaz de autopotenciarse, de revivificarse, tomando como condición una sostenida interconexión con el entorno escénico, donde siempre algo nuevo surge, fomentándose nuevas formas de organización de tales elementos.
Para esto, el actor debe ingresar a la microfísica de un universo acotado, o ‘zona de veda’ según la denominación que diera al escenario Gastón Breyer.
El resultado será siempre una poética inconforme, inacabada pero a la vez situada sobre un carozo, un objeto señuelo permanentemente asediado. Una poética metaestable, implica un avance a través de desequilibrios que desembocan en nuevos equilibrios dinámicos.
El trabajo del actor, en la repetición de los ensayos, va generando un léxico psico-físico, un abecedario de formas, gestos y movimientos que se traman en morfemas que van y que vienen como recurrencias, conformando una sintaxis, una gramática específica, válida por sí misma para el espectáculo de que se trata. En todo momento el actor afronta un caos, una complejidad que demanda de su solución imaginaria, de opción y decisión.
La puesta en escena deviene como el tramado de una red, donde las fuerzas operantes, en sus más pequeños roces y fricciones, terminan por desencadenar una multiplicidad de ‘efectos mariposa’ de una consecuencia expresiva, poética. Así, la articulación se hace por vibración antes que por protocolos consabidos. Como decir, se argumenta por contacto, por el tacto que obliga a seguir una sensación concreta.
En todo momento se trata de ser conscientes de a qué paradigma se responde. Y a qué lógica interna se obedece.