Arenas movedizas
Hay personas chispeantes que son impulso vivo, no paran, ponen en marcha proyectos y a gentes con una facilidad pasmosa. Otras dificultades tendrán, la de poder quedar anclados en una silla durante un tiempo, por ejemplo. Y luego están las personas cuya energía vital es la de las aguas densas. Aguas densas y profundas, oscuras, de un azul marino casi negro, con la textura del chocolate líquido. A estas personas les cuesta moverse. Mover sus impulsos, propuestas y actitudes. Mover su arte. Tienen fuerza. Tienen tanta potencia que quien entra en su radio de no-acción para intentar poner aquello en movimiento corre el peligro de quedar atrapado en la densificación del asunto.
Tienen una buena idea, quieren hablar desde su herida y, sin embargo, no arrancan o si arrancan, les cuesta avanzar, como si intentaran moverse en aguas pantanosas, lodos, arenas movedizas de esas que más te succionan cuanto más te mueves. Y yo me pregunto cómo hacer con esos artistas, porque intuyo que las aguas movedizas forman parte de su naturaleza, así que sacarlos de allí con un palo para depositarlos en tierra firma no serviría de nada, porque si fueran árbol sus pies serían raíces, es decir, las arenas movedizas son ellos y ellos son sus propias arenas movedizas. Y las tuyas como intentes ayudarles.
Si pensamos constructivamente y variamos la imagen, (que para eso nuestra cabeza es redonda, para poder pensar en 360º) y volvemos a la visión de las aguas densas, hay atisbo de esperanza. Porque las aguas profundas y oscuras son complicadas de poner en movimiento, pero una vez en marcha, no hay quien las pare, porque tienen mucha fuerza y, además, seguro que arrastrarían de todo hacia la superficie: caracolas, tesoros perdidos, criaturas monstruosas, piedras preciosas, patas de palo y, quizás, hasta alguna que otra sirenita. Igual llegarían a generar tormentas asombrosas y ciclogénesis explosivas. Igual. Pero para eso, primero hay que conseguir ponerlas en marcha. Esas aguas que no hay quien mueva. O que se detienen a la primera de cambio.
¿Por qué? Porque el arranque no se ha hecho con la cualidad energética adecuada, que intuyo debería ser un híbrido entre el «deslizar» y el «empujar» de Rudolf Laban. Y después, muy, muy importante: hay que revolver el caldero de las aguas densas. Hay que revolver y revolver como para hacer salsa bechamel. Hundir el cucharón hasta el fondo y empezar a darle vueltas con las dos manos y con todo el cuerpo si hiciera falta y no parar, ni siquiera cuando se cree que ya están las aguas en movimiento. No parar y no parar hasta que esas aguas cobren vida y despierte Yemanya, la gran diosa africana del mar y se trague la cuchara para elevarse por encima de las nubes y cantar al mundo su llegada.