Bien con todos
La contemporaneidad es una suma de contradicciones, y una de ellas es la descoordinación e incoherencia entre el dicho y el hecho, a pesar de la sugerencia de libertad en el decir y el hacer creada por la apariencia de fácil acceso a cada uno de los componentes de la estructura global. Y todo esto ocurre, porque nos hallamos enfrentados a un tiempo en el que el concepto de proceso, como parte fundamental del desarrollo, está excluido.
Ahora solo cuentan los resultados, y nada exige comprobación.
El desencanto por analizar, por opinar, por controvertir, por exigir coherencia es cada vez mayor, y no es tanto por desgano como por el hábito que ha creado la estructura global de asumir todo sin detenerse en consideraciones tradicionales como el estudio de la utilidad social de un hecho.
Ahora, de la ejecución del hecho lo más importante es el ruido producido por éste, definido actualmente con el calificativo de impacto social, para evitar que la desnaturalización lingüística ponga en evidencia la importancia que en los esquemas actuales de evaluación se da a la audacia en detrimento de la disciplina, el conocimiento y el proceso.
Ahora solo cuenta el momento.
La costumbre de asumir todo sin detenerse en consideraciones lleva a dejar de lado cualquier actitud u opinión que conduzca a la controversia, y por esa razón nadie discute con nadie, porque como cada día estamos más a merced del acaso, nadie quiere fastidiar a quien de un momento a otro el azar puede llevar a una instancia superior, para no someterse luego a los castigos aplicados por éste a quienes en un momento cualquiera tuvieron la insolencia de controvertirle.
Todos nos cuidamos de todos, es decir, nadie se mete con nadie, como se dice en el lenguaje coloquial, para estar bien con todos, lo cual implica desentenderse de la obligación de hacer análisis o comentarios acerca de los sucesos de nuestro entorno,
La permisividad se ha convertido ahora en un denominador común y su principal consecuencia, o sea, el objetivo de estar bien con todos, cobra cada vez más auge.
Controvertir se ha vuelto por ello un acto que riñe con una de las más sagradas tradiciones como es la de admitir sin replicar.
Lo de estar bien con todo el mundo no es nada nuevo, porque forma parte de la estrategia del ser humano de hacer relaciones útiles para transitar sin mayores obstáculos el camino de la vida, manifestando su acuerdo con las opiniones de quienes manejan el poder; pero lo que sí creemos que es nuevo en esta circunstancia es el deterioro en que han caído, como consecuencia de dicha complicidad, elementos tan esenciales en el desarrollo de un proceso como es el cuidado de la calidad del producto y la observancia de su injerencia en el desarrollo social.
Dejar de analizar, de opinar y de disentir es una tendencia en crecimiento, fortalecida por métodos de automatización, expresados en el cuidado de la forma de lo que podríamos llamar la tecnología del encanto, cuya estrategia es volver cada día más portable el mecanismo que sirve de enlace entre las personas, para dar la impresión de que existe una comunicación constante. Pero, también existe un componente moral, para atajar a quienes se atreven a disentir, y es sugerir que quien lo hace tiene un solo objetivo cual es romper la armonía que reina en un mundo globalizado.