Tabutopía
En la sala La escalera de Jacob pude disfrutar de La casa de Bernarda Alba dirigida por Sara Jiménez. La compañía se presenta con el nombre de El espantapájaros de tabutopía. Es una compañía joven que presenta un montaje ágil, dinámico, muy bien pergeñado en sus formas y en sus tiempos. Las siete actrices de rodillas que interpretan a nueve personajes, constituyen una metáfora contundente de la opresión sometida a las mujeres. Se erigen en un grito desgarrador ante la imposición de silencio, ante la falta de libertad y desarrollo de la mujer en una sociedad cerrada y asfixiante. Una puesta en escena sencilla, austera, contundente que basa su esencia en el trabajo de las actrices y en la contundencia de una trabajo de rodillas a modo de marionetas oprimidas, que a pesar de su pequeñez, demuestran un universo personal intenso y multicolor.
Buena caracterización de los personajes en la esencia de cada una de las mujeres, en su vestuario y maquillaje. Con recursos mínimos, una celosía, una alfombra y algo de atrezzo, en un ambiente lúgubre, plantean una casa, una sociedad cerrada, oscura y asfixiante que las destruye y fagocita como personas y como mujeres.
Al día siguiente fui al Teatro del Barrio. Su programación está marcada, fundamentalmente, por un humor político. En su ideario dicen que «no sólo se va a denunciar la capacidad de los grandes intereses privados para dominar las vidas de todos o el funcionamiento del poder institucional al servicio de esos intereses privados. También se van a contar las alternativas que los ciudadanos (a veces, a través de organizaciones estructuradas y muchas otras veces, al margen de ellas) han construido a lo largo de nuestra historia y las alternativas que hoy mismo se están construyendo».
En esta línea pudimos disfrutar de la propuesta Ruz-Bárcenas, escrita por Jordi Casanovas basada en el segundo interrogatorio del juez al ex tesorero del Partido Popular. Espectáculo dirigido por Alberto San Juan.
Para la representación teatral, tal y como ocurre en el espectáculo anterior, no se necesitan grandes cosas. Una mesa, dos sillas y en este caso, buenos actores. Un texto literal que representa el interrogatorio celebrado en la Audiencia Nacional el 15 de julio de 2013. La obra dura 60 minutos. Lógicamente, existe una trabajo de síntesis y de dramaturgia que convierten el interrogatorio en un hecho teatral.
En Ruz-Bárcenas no se realiza un juicio paralelo, se presenta la realidad como sucedió. La cantidad de información es ingente, la velocidad de los diálogos exigen una capacidad interpretativa excepcional. El espectáculo ofrece una ventanita al espectador para que cada cual se haga una idea de lo que hay y de cómo se «manejan» las cosas en algunos ámbitos.
Pedro Casablanc (Luis Bárcenas), un acusado que va a tirar de la manta y Manolo Solo (Pablo Ruz), un juez que quiere saber cuando dice la verdad, si antes o ahora. Un propuesta llena de silencios, pausas, carencias en el ritmo, miradas, tonos, tensiones, posturas, lenguaje corporal y matices…muchos matices. Dos actores se baten en un duelo bajo el sol. Un teatro político, un teatro documental que obliga a escuchar y permite ver. Cada vez nacen en Madrid más teatros «de barrio», en su concepto ideológico y teatral más puro, sustentado por el público y por los artistas. Triunfo del «sí se puede», de que otra realidad, otra sociedad sí es posible.