La danza como un vuelo que se eleva contra el tiempo. Sol Picó One Hit Wonders
One Hit Wonders es cuando la pasión y el humor, a través de la ironía, transforman el descenso en un ascenso, el ocaso en un amanecer. Porque los sueños es lo único real y porque somos carne de sueños.
Había una vez una bailarina que llevaba la danza en las venas y bailando desde niña. Recorrió mundo, luchó, alcanzó prestigio, premios importantes y el reconocimiento unánime de público y crítica. Tiene su propia compañía de danza-teatro, que acaba de cumplir 20 años, y ella ya no es una niña ni una jovencita en lo que respecta a la cronología biológica y biográfica, pero sigue siendo una fiera llena de ilusión y de imaginación para la escena.
La piconera de Alcoi, SOL PICÓ, radicada en Barcelona, acaba de estrenar en Galicia, en el marco de la XXXI Mostra Internacional de Teatro Cómico e Festivo de Cangas, ONE HIT WONDERS, un espectáculo-celebración de los 20 años de su compañía.
En ONE HIT WONDERS asistimos al prodigio posdramático y afirmativo de la fertilidad del cuerpo como lugar de la vida y del arte.
El cuerpo en danza expresiva como textura emocionante más allá de la razón y de cualquier coartada mental, y como texto apelativo, como interjección, como verbo irónico que enciende el humor a través de las metáforas visuales y verbales: la danza como un viaje en un avión que se eleva entre las turbulencias, que huye de los lugares de confort, que acepta la caída libre sin paracaídas, que se arriesga a la despresurización de la cabina sin máscaras (de oxígeno)…
Sol Picó se retuerce y se desdobla en un diálogo encima de los asientos de un avión, montados sobre una carra móvil que ella y el azafato, Joan Manrique, desplazan por el escenario.
En ONE HIT WONDERS asistimos a una asociación, in crescendo, del movimiento físico de Sol Picó con dispositivos escenográficos para crear imágenes impactantes de belleza plástica y alta densidad emocional.
Sobre el linóleo blanco enmarcado por unas líneas de luz, entre azulada y verde, hay tres podios blancos de diferentes tamaños encima de los que Sol Picó ejecuta coreografías que transmiten una fuerza de Titán que supera el tiempo y la edad, casi cercanas a las artes marciales, y con ese juego tan característico de manos vibrantes y brazos eléctricos que pertenecen a su poética dancística.
La mirada penetrante y la presencia elegante y atlética de la bailarina son inolvidables.
Los podios se abren como altares o cajas sorpresa en las que se encuentran los dispositivos escenográficos que remiten a fragmentos de otros espectáculos anteriores, seleccionados para esta celebración, en una dramaturgia de una coherencia absoluta.
Por ejemplo ese recorte de prado lleno de cactus espinosos, con un espejo vertical y bombillas a su alrededor, como los espejos del camerino de una artista, donde entra Sol Picó, con los ojos vendados, para ejecutar una danza descalza entre los cactus. La danza es ahí un ejercicio hipnótico de prestidigitación e insensibilidad al dolor. La metáfora sobre el riesgo, sobre el atrevimiento, sobre la locura, se matiza con la elegancia, con la técnica sublime, con el ímpetu irreductible.
Otro cuadro es el podio que el azafato de vuelo destapa para descubrir una plataforma en la que están instaladas dos botas ancladas en las que se sube la bailarina para hablarnos del deseo y del amor. Allí clavada, su cuerpo se inclina tieso, en un ángulo que casi supera los 45 grados, para desafiar la gravedad, iluminada por una luz nadiral, también instalada en esa plataforma móvil que el azafato va a hacer girar en una acumulación de velocidad que llega hasta el vértigo circular. Durante ese girar vertiginoso de la plataforma, Sol Picó sigue en la inclinación hacia el abismo del deseo y del amor, de los sueños, con la boca muy abierta, en un gesto del expresionismo que confunde desgarro y placer.
Suenan músicas y canciones que también remiten a esos ámbitos del corazón enamorado y herido, a las marcas del paso del tiempo. Pero tanto aquí, como en cualquiera de las otras imágenes plásticas y dinámicas que nos ofrece este espectáculo, la sorpresa y el asombro refrescan cualquier tema, cualquier asunto que se aborde. No hay lugares comunes, no hay previsibilidad acomodaticia, sino fulguración para espectadoras y espectadores sensibles y disponibles a la emoción estética como soporte de las emociones comunes que aquí se nos brindan sublimadas.
En ese mismo campo semántico de la pasión, otro de los cuadros flipantes se produce cuando Sol Picó, con un vestido rojo y unas zapatillas de ballet clásico, también rojas, se pone a bailar flamenco sobre las puntas de los pies, con saltos y «taconeo».
Expresión sublime de fragilidad y brío, amalgama de pasión y dolor invisible, pero presente, en un mismo gesto.
Taconear o saltar sobre las puntas de los pies es una barbaridad que supone otro desafío a las leyes lógicas y anatómicas del movimiento de un cuerpo.
Taconear y saltar sobre las puntas de los pies con la garra y el nervio del flamenco produce dolor y alucine en quien mira, a poco que la receptividad sea empática.
Otro de los cuadros de este ONE HIT WONDERS incluye a tres espectadores que suben al escenario para realizar un sketch sobre el fracaso.
A Sol Picó le falta, en su carrera artística, fracasar, meter la pata y, entonces, asume, irónicamente (porque ese miedo, en el fondo, siempre está ahí), el complejo de Polícrates. Aquel rey que era infeliz porque nunca había conocido la tristeza ni el dolor y quería saber qué se siente.
Dice la leyenda que Polícrates tenía un anillo al que amaba con locura, entonces decidió tirar el anillo al río para ver si así sentía tristeza. Pero a la hora de comer, o de cenar, tanto da, le sirvieron un pescado riquísimo que tenía en el vientre su anillo. Fue en ese instante cuando Polícrates se sintió terriblemente triste al ver que no había forma de conseguir aquello que deseaba.
Sol Picó busca tres espectadores que tengan cara de haber fracasado en algún momento de sus vidas. Con ellos ensaya una coreografía mientras el azafato de vuelo nos sirve jamón y vino para celebrar ese primer fracaso que se supone que tendrá lugar en breves momentos. Sin embargo, la tríada de espectadores y Sol Picó ejecutan una coreografía con un estilo cabaretero que les sale bordada y así no hay manera de fracasar.
Velahí la contradicción: el fracaso de querer fracasar y no poder. O el esconjuro al miedo al fracaso. Una ironía que casi se podría interpretar, incluso, como humor negro o un desafío cercano a la soberbia fáustica de la artista genial.
Hacia el final de ONE HIT WONDERS tenemos, de nuevo, los tres podios en escena. Pero, esta vez, situados al fondo del escenario y ordenados el más alto en el centro y los otros dos a ambos lados, igual que en las entregas de Premios y trofeos a deportistas.
Sol Picó se sube encima del central mientras debate con una voz en off su negativa a retirarse de los escenarios y de la danza, su negativa a casarse, tener hijos y dar clases, ahora que ya ha estado en las cumbres del éxito y que el tiempo le va marcando, como bailarina, la hora de retirarse de lo público a lo doméstico y de comenzar a hacer de profesora para enseñar a las nuevas generaciones lo que sabe. Pero ella se resiste a aceptar eso. Retruca que lo que tiene que enseñar ya lo enseña bailando encima de los escenarios y no en las aulas. Que no hay descenso.
Un efecto de aire, humo y luz nadirales, semejan hacer flotar la figura de la bailarina encaramada en el podio central. Parece que va a despegar como un cohete hacia el firmamento estrellado.
Uno de los efectos finales, mientras la voz en off del comandante de vuelo anuncia el aterrizaje forzoso y el descenso estrepitoso, se hace con la bajada de tres líneas de linestras horizontales, perpendiculares a la platea, que simbolizan esa aeronave centelleante.
Con un movimiento maquinal y automático, la bailarina desciende del podio y va desapareciendo entre la niebla por uno de los laterales.
Y nosotros sentimos una mezcla de melancolía y fascinación, después de haberla acompañado en ese viaje apoteósico.
El humor solar y mediterráneo de Sol Picó, junto a la entrega apasionada, a la maestría técnica y a la imaginación desbordante y atinada, mantienen a la artista en ruta y le hacen trascender cualquier idea de caducidad o de paso del tiempo.
¡La artista que le robó a Prometeo el fuego y lo erige, en uno de sus números de este ONE HIT WONDERS, en llama olímpica y danzante!
¡Ella, SOL, es fuego danzante y euforizante!
Afonso Becerra de Becerreá.